Permítase soñar
Mario Arguedas, educador pensionado.
«Soñar es imaginar, atreverse a pensar que las cosas pueden ser de otro modo; la apatía y la indiferencia tienden a ceder cuando surgen imágenes de lo que podría ser».
Máxime Greene, filósofa educativa estadounidense.
Los anhelos o sueños son esas ideas precisas de que las cosas pueden ser de otra manera, que el medio se puede transformar, mejorar, para bien de todos.
La firmeza de los anhelos en las mentes de las personas los convierten en ideales y las personas que los portan son con frecuencia referidas como “locos, líderes o genios”. Al respecto el filósofo y escritor alemán del siglo XIX, Friedrich Nietzsche, escribió: “Y aquellos que fueron vistos bailando, fueron considerados locos por quienes no podían escuchar la música”.
Soñar no solo es una condición eminentemente humana, sino además es un compromiso inherente a las personas, pues junto a la capacidad de decidir constituye uno de los factores de nuestro ser libertario. Paul Sartre nos lo recuerda cuando afirma que “estamos condenados a la libertad”, reafirmando con ello nuestra obligación de anhelar y decidirnos a luchar por esos sueños.
Todo cierre o inicio de año se presenta como un momento oportuno para repensar las cosas y soñar con mejoras, dando paso a espacios de meditación o sesiones de análisis donde se revisa lo actuado y se establecen nuevos retos para la consolidación personal u organizacional.
El escritor portugués y premio novel de literatura 1998, José Saramago, en su libro Viaje a Portugal, dedica el último capítulo a la descripción de la trascendencia de los procesos reflexivos.
“No es verdad. El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: “No hay nada más que ver”, sabía que no era así. El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que se ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino.”
A nivel institucional, y consecuentemente a nivel personal, tres preguntas claves pueden orientarnos en la búsqueda de nuevos y mejores caminos:
- ¿Qué queremos que sea de nuestra organización?
- ¿Qué queremos que sea de nosotros en ella?
- ¿Qué queremos que sea de nuestros clientes o usuarios en ella?
Dichas interpelaciones llevarán irremediablemente a un encuentro y compromiso con la excelencia y la calidad, que conviene se plasme en la misión, visión y valores organizacionales, pues es ahí donde se establecen las expectativas deseables de los resultados a obtener.
La excelencia es el ideal de hacer las cosas extraordinariamente bien, a la primera, con los recursos que se tienen, y compromete a un grupo de trabajadores (ambiente laboral sano) que con gran inteligencia asumen la ejecución de sus labores (trabajo en y para el equipo), con la pretensión de asistir a la realización personal mientras luchan por el éxito corporativo. La calidad nos habla de una valoración positiva por parte de los clientes o usuarios, sector al que se dirigen los esfuerzos institucionales.
A nivel organizacional ambos adeudos exigen una incesante revisión y replanteamiento de las políticas y acciones corporativas, pues dichos ideales no son puertos de llegada sino aspiraciones latentes.
A título personal requiere que nos planteemos sobre cuáles son nuestras responsabilidades en ello y nos comprometamos para asumirlas. Como lo señaló el Mahatma Gandhi, “debemos ser el cambio que deseamos ver en el mundo.”
El valor de la utopía
En ocasiones, el ejercicio de repensar la organización o de replantear nuestras vidas en el marco de los espacios de reflexión de finales o inicios de año, tiende a gozar de la actitud apática o indiferente de algunos. Surgen luego voces calificantes que refieren a dichos compromisos de utópicos, deseables pero inviables o de muy difícil consecución. Es, en estos casos, donde resulta oportuno tener presente el pensar del periodista y pensador uruguayo, Eduardo Galeano, quien aclara:
“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar. Cada vez que alcanzamos una meta, otra se construye un poco más allá.”
Conviene confiar en la magia de los nuevos comienzos, nunca dejar de soñar, nunca dejar de creer, nunca dejar de intentarlo. Dicta el pensar popular que si aprendiésemos de los niños a luchar por ideales, de adultos trabajaríamos por sueños y no por quincenas.