Luis Paulino Vargas, economista.
Uno de los rasgos característicos de ese extraño movimiento político llamado “chavismo” es su odio hacia Costa Rica. Nada se libra de ese odio, y este, de forma indiscriminada, se destila a chorros y en metralleta contra todo lo que este país es.
Con sus luces y sus sombras; con sus logros y sus errores; con sus virtudes y sus vicios. Que, en fin, eso es Costa Rica: una realidad multicolor, compleja, multifacética, heterogénea. No se hacen diferencias ni se ven matices: todo va directo a la caldera hirviente de un odio corrosivo y disolvente.
El odio alimenta la destrucción, o, en todo caso, el deseo de destrucción y aniquilación. Eso es lo que expresan las avanzadas más recalcitrantes y fanatizadas del chavismo: un afán por destruir hasta no dejar piedra sobre piedra.
Abolir la Asamblea Legislativa y el Poder Judicial; despanzurrar al Tribunal Supremo de Elecciones, la Defensoría y la Contraloría; hacer confeti de la Constitución y de las leyes.
Y aplauden a un ministro de Ambiente que promueve que se sequen los humedales y se talen bosques y a un ministro de Agricultura mortalmente enemistado con el pequeño productor agropecuario; y le cantan hurras a una presidenta de la Caja y a una ministra de Educación, empeñadas, ambas, en hacer papilla de instituciones fundamentales para la vida de Costa Rica.
Y hasta elevan a los altares a un ministro de Hacienda que, depredador insaciable, no titubea para cortarle las becas a estudiantes pobres, las pensiones a ancianos sumidos en la miseria, el techo a familias que viven entre latas y cartones.
Que, para el caso, viene siendo detalle secundario que alaben a presidentes ejecutivos tan ineptos e inútiles como el de AYA o a aquellos otros –como el del ICE– dispuestos a subvertir la sostenibilidad financiera de esa empresa pública y a colocarla en evidente desventaja frente a sus contrapartes privadas.
Y bajo sus narices les pasan las mil jugarretas corruptas de este gobierno, y con cada una de estas, una herida abierta y sangrante en la dignidad de Costa