Aldo Lorenzzi, analista y escritor peruano.
En los últimos años, hemos visto un decrecimiento de los liderazgos en América Latina, cayendo en una situación crítica en la que los partidos políticos recurren a líderes de larga data, sin darse el cambio generacional tan necesario para refrescar las sociedades.
Este fenómeno se observa en varios países. Hoy lo vemos en Perú, donde, a pesar de los cuestionamientos en torno a la inscripción de su hija, Alberto Fujimori ha generado expectativas al incorporarse al partido Fuerza Popular.
Otro caso relevante ocurre en Estados Unidos, donde dos viejos líderes compiten: uno con una larga trayectoria política y el otro, un político amateur con la experiencia de un expresidente. Ambos presentan signos de desgaste propios de su edad, pero siguen siendo las apuestas ganadoras para los demócratas y los republicanos, respectivamente.
Aunque estos casos puedan parecer coincidencias, reflejan una ausencia de líderes políticos adecuados en nuestra región, capaces de asumir candidaturas con condiciones básicas en el sistema democrático.
Ejemplos como Javier Milei, que se ha convertido en un ícono de la política latinoamericana, y NayibBukele, que genera adeptos en distintas partes del mundo por su liderazgo, demuestran que estos políticos son como agua en el desierto, necesarios para generar esperanza en muchas personas.
Estos casos ilustran la falta de liderazgos en nuestra región, donde los partidos políticos se han convertido en medios para que personajes sin liderazgo lleguen al poder, basándose en el mercantilismo y apetitos personales.
Además, la región ha enfrentado diversas crisis políticas en los últimos años: Perú y su acelerada alternancia presidencial, Ecuador con sus elecciones adelantadas, Chile y su proceso constituyente, Colombia con sus demandas insatisfechas, y el reciente conflicto en Bolivia.
Todo esto se suma a la situación en Venezuela y la división política en toda la región.
Los ciudadanos perciben a sus poderes legislativos como ineficientes y poco productivos, por lo que hay un punto pendiente en la agenda de nuestros sistemas democráticos: construir liderazgos dentro de los partidos políticos.
Líderes que generen confianza, empatía social, y que conecten con los ciudadanos, para así lograr legitimidad y seguridad cuando asuman el poder. Esta tarea no es fácil, pero es tiempo de empezar.
Necesitamos líderes integradores, que tiendan puentes entre nuestros países, con visión regional, que encabecen bloques económicos orientados al progreso a través del comercio, el turismo y la generación de empleo, dejando atrás sesgos ideológicos anacrónicos que solo han traído pobreza y miseria.
Esperemos que la corrupción, la delincuencia transnacional, el incremento de la informalidad, la falta de empleo, la inmigración y la pobreza nos hagan entender la urgencia de construir liderazgos que transformen nuestra región, para convertirnos en países prósperos y desarrollados. Los recursos están, solo falta la dirección adecuada.