Jacques Sagot, Revista Visión CR.
Durante el Mundial Alemania 2006, el bus de la Selección Francesa llevaba escrito, a guisa de lema: “Liberté, Égalité, Jules Rimet”. ¿Es preciso decir nada más? La lucha por los derechos civiles, la gran proclama de la Revolución Francesa, usada –por el mero efecto de la rima, pues la Copa Jules Rimet había quedado en posesión definitiva de Brasil en 1970– como divisa futbolística. La implosión de valores guerreros y deportivos puede adquirir un sesgo exorbitado, patológico.
La Revolución Francesa acabó con cuanto en el mundo quedaba del feudalismo medieval, y abrió las puertas de la modernidad, bajo la forma de la toma de poder por la clase burguesa. Terminó con la potestad absoluta de “Su muy Cristiana Majestad, el Rey Luis XVI, por Voluntad Divina”, y constituye uno de los episodios más sangrientos de la saga humana sobre el planeta.
Miles de personas salieron del Palais Royal, reclutaron a lo largo de los muelles del Sena un ejército de mendigos, y saquearon comercios de armas. La masa enardecida, armada con 432 000 fusiles almacenados en el arsenal de “Los Inválidos” y un número no precisado de cañones, se enrumbó hacia la Bastilla, abominable prisión en la que habían muerto no menos de 60 000 presos políticos. La multitud la sitió, la cañoneó y conquistó. Cortaron a sablazos la cabeza de varios oficiales, y procedieron a arrastrar sus desollados despojos por todo París. Lo que siguió fue una auténtica saturnal, una orgía de sangre. Nadia sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron en la toma de la Bastilla. En los jardines del PalaisRoyal se congregaban grupos que bailaban exultantes en torno a cabezas cercenadas, entrañas desperdigadas, vísceras aún palpitantes. En los arcos del Hôtel de Ville se presenciaron actos de canibalismo: algunos insurgentes devoraban los miembros humanos que colgaban de una rama.
El arcaico mundo de los reyes (diezmos, derechos de caza, derechos de pernada –el infame ius prima noctis–tribunales señoriales, juicios someros, carga impositiva, señorío de la tierra, nepotismo, ejercicio crudelísimo de la policía y de la “justicia”) tocaba a su fin. Advino luego la “época del terror”, con la guillotina como actor protagónico: una cuchilla de sesenta kilos cae desde dos metros de alto sobre el cuerpo de la víctima, a la altura de la cuarta vértebra cervical, separando el tronco de la cabeza (que iba a dar a un cesto de cuero, no de mimbre, como lo vemos en muchas películas). Miles de personas murieron en este expeditivo patíbulo, entre el 5 de setiembre y el 28 de julio de 1794, en cuenta un numeroso grupo de carmelitas de Compiègne cuyo único pecado consistió en no renunciar a su fe: su calvario fue recogido por el escritor Georges Bernanos y musicalizado por Poulenc en su ópera Dialogues des carmelites.
Las ejecuciones eran un espectáculo público muy concurrido por la canalla parisina. Tales fueron los hechos. ¿Les parece a ustedes que los inenarrables dolores de parto de la historia, pujando por dar a luz una nueva era, con su mazorca de víctimas y mártires, sea conmensurable con un campeonato mundial de fútbol? ¿No estamos en presencia de una aberración social? ¿Una pérdida absoluta de la perspectiva, solo concebible como producto de la ignorancia y el poder enajenante de los grandes circos mediáticos, a su vez condicionados por intereses estrictamente económicos? No, no, amigos, amigas: nadie en el mundo puede amar más el fútbol que yo –es cosa que debería resultar a estas alturas evidente–, pero hay fibras de mi ser que no pueden ser pungidas sin estremecerme. Cosas con las que, simplemente, no se juega. ¿Por qué? Porque el pretium doloris que generaron no podría ser saldado con cien campeonatos mundiales.
Respeto, respeto: ¿existirá aún la palabra, en los diccionarios de las lenguas occidentales hoy en día vigentes sobre el planeta? ¿Estaré sirviéndome de un anacronismo lingüístico, seré una criatura naïve, remanente de un mundo difunto y sepulto bajo la inapelable piedra sepulcral del cinismo? Pues lo seré. ¿“Liberté, Égalité, Jules Rimet”, en el país que durante siglos se proclamó faro ético del mundo, y donde, el 10 de diciembre de 1948 se firmó la Declaración de los Derechos Humanos? Si la FIFA fuese otra cosa que la autocrática, absoluta, despótica –y sin duda no ilustrada– instancia de poder que es, debería haber descalificado a la Selección Francesa por la parodia –perversión, corrupción– axiológica que exhibieron en esta justa, ante los ojos de un mundo perfectamente impasible.
Se hace fútbol justamente para no hacer la guerra. Pero no todo dolor es sublimable, elaborable, convertible, “simbolizable”. Lo hay que es indecible e incuantificable. Ese debe movernos al silencio, al recogimiento, a la reflexión. Nadie organizaría un carnaval sobre los Lager de Auschwitz, con ventas callejeras, comparsas, batucadas, bingos, payasos, confeti, serpentinas y fuegos de artificio. ¿Quieren bailar, amigos, amigas? ¡Magnífico, pero siquiera no lo hagan sobre las tumbas!
Yo leo, estoy culturizando e con Jean Sagot, y me siento muy afortunada de aprender de sorprenderme de sus escritos, de este artista es un auténtico placer. Pero de fútbol soy profana, no lo entiendo y jamás vi un partido en eso no puedo comentar. Gracias