¡Te queremos en Saprissa, Guima!

¡Te queremos en Saprissa, Guima!

Jacques Sagot, Revista Visión CR.

Me perturba ver a nuestro egregio Alexandre Guimaraes desempeñándose como director técnico de la Liga Deportiva Alajuelense.  Como el saprissista inveterado que soy, siempre disfrutaré que el minino liguista sea revolcado y apabullado.

Pero sucede que a Guima yo lo he querido, admirado y apoyado durante toda una vida.  Era ya su hincha militante cuando jugaba con Puntarenas en 1979.  Luego pasó a convertirse en el eje del mediocampo de Saprissa, donde hacía circular el balón como un dios, organizaba toda la gestión ofensiva del equipo y además marcaba cantaradas de goles.

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Guima era un nueve disfrazado de volante, un definidor nato, con tremenda presencia en el área: cabeceaba como Zamorano y disparaba de media distancia tanto con derecha como con izquierda: trallazos rasantes, que quemaban césped, generalmente dirigidos a la base de los postes.  Así fue el gol con que derrotó a Puntarenas (¡no hay peor astilla que la del mismo palo!) en la final del campeonato 1882: enganche con derecha sobre el defensa en los linderos del área, y disparo de zurda, no fulmíneo pero impecablemente colocado.  Así fue también el último gol que le marcó a Liga: zurdazo con cien megatones de potencia a la base del poste de mano derecha del guardavalla rossonero.

En la temporada 1986, siempre con Saprissa, anotó 17 goles, tan solo uno por debajo del ariete de ese campeonato, el porteño Leonidas Flores.  Más de una vez llevé mantas con su nombre para incentivarlo desde la sección de sombra del estadio monstruil, ¡y cosa sensacional: siempre que lo hice anotó, y llegó a hacerme una amable reverencia, en el área donde mi rústicavalla ondeaba!

Como sus compatriotas Rivelino, Zico, Dirceu, Falcao o Sócrates, Guima era el típico mediocampista dotado de facultades de delantero, que tanto armaba juego como llegaba puntual a la definición.  Así que he sido su adalid durante no menos de cuarenta y cinco años.  ¡Pero cómo es posible que este saprissista por vocación profunda, por tradición, por trayectoria, por palmarés, esté hoy dirigiendo a nuestra némesis, la Liguilla Deportivilla Alajuelencilla, el equipo del reciente varapalo 3-0, especialista de un tiempo acá en perder finales, el penoso fenómeno del “campeonatus interruptus”!  Esto genera en mí sentimientos antagónicos: mi ser se ve destrenzado por dos fieras que tiran en direcciones opuestas: mi saprissismo endémico por un lado, mi amor por Guima por el otro.

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Para colmo de males, mi héroe de toda la vida se hace asesorar por esa enfermedad, ese morbo, esa patología del fútbol llamada Oscar Ramírez, y su “revolucionario”, “complejísimo” y “sutilísimo” sistema de juego: todo el ganado vacuno metido atrás, bestiales coces para reventar balones hacia adelante, y poner allá, a 75 metros de distancia, un puntero “milpa” que en algún momento de venturanza pesque una bola y se jale una torta.  El fútbol de Trucutú, de los Picapiedra, de los australopithecus y los gigantopithecus.  El típico forofo resultadista.  El peor, el más grisáceo, el más aburrido, el más amarretes, el más avaro y desaliñado fútbol que en mi vida he visto.

A decir verdad, debería llamarse anti-fútbol, a-fútbol, des-fútbol o neg-fútbol. ¡Y con esa aberración futbolera está ahora asociado Guima!  ¡No, no, no: es un tremendo corto circuito en mi alma balompédica, que siempre ha celebrado la belleza, la dimensión estética, la generosidad con el espectador, la creatividad, la fantasía y la capacidad improvisatoria y rapsódica de este magno deporte!  ¡A fe mía que no estoy solo: es un sentir que comparte ni más ni menos que el gran Roberto Rivelino, una leyenda viviente cuya amistad me honra más de lo que nadie podría sospechar!

Em nome de Deus, Guima: vuelve a la divisa morada, esa con la cual conquistaste los más resonantes triunfos de tu carrera.  Es ahí donde queremos verte, ahí y no en las tiendas del menguado archirrival.  Tus laureles en el cuadro más triunfador de la historia del fútbol nacional siguen verdes, frescos, eternamente remozados.  ¿Por qué ir a escorar a un rejuntado de pateadores que está diez títulos por debajo del tetracampeón nacional (y eso habiendo jugado veintiocho torneos más que el Monstruo)?  Esto no tiene ningún sentido… ¡es como ver a Mario Zagallo dirigiendo a Aruba, o a Franz Beckenbauer al frente de la Selección del Vaticano!  ¡Una ríspida, intolerable disonancia de Do y Re bemol!

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Ya yo no tengo paz con los partidos del leoncillo: por una parte celebro sus goles debido a mi amor por Guima, por otra los execro por cuanto son hechura de ese hato maiceril, polísimo e incurablemente provinciano que es la Liguilla Deportivilla Alajuelencilla; hace diez años todavía se paraban a ver, en estado de arrobamiento místico, el primer semáforo que instalaron en su villorio. Padezco de una escisión del ser, una fractura ontológica, por poco un caso clínico de trastorno disociativo de la personalidad: ¡esto no es vida para nadie!

Nota bene: soy un provocador por vocación natural.  Tarúpido y lelo sería aquel que se tomase demasiado en serio mis palabras.  Me gusta generar controversia e irritar a la gente: es una práctica sumamente higiénica para el espíritu, la medicina ideal contra la arteriosclerosis del intelecto. Lo mismo puede decirse de Jesucristo, Sócrates, Voltaire, Wilde, Baudelaire y Dalí entre muchos otros notables, así que estoy en óptima compañía.  Los hay a quienes asusta o incomoda la controversia…  Bueno, qué le vamos a hacer: la madre de los tontos está siempre embarazada.

Eppur si muove: toda la afición saprissista quiere ver a Guima llevar al Monstruo a su cuadragésimo primer título nacional.  Ese es un hecho matemático, un juicio apodíctico, una verdad cartesiana: 2+2 = 4.

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