Jacques Sagot, pianista y escritor.
“¿Me amas?”
“Hoy sí, mañana no sé”.
“¿Y la eternidad?”
“No puedo hablar de algo que no conozco”.
“¿Me quieres?”
“Amar” es dativo, “querer” es posesivo. No puedo jurar ni lo uno ni lo otro”.
“¿Hay algo que me puedas jurar?”
“Que quiero cogerte, y que estaré dispuesto a decir cualquier cosa con tal de llevarte a la cama”.
“No eres muy romántico, que digamos”.
“Ningún hombre lo es: andamos detrás de lo que andamos, y punto. Codiciamos la caja de golosinas de la sexualidad femenina: he ahí todo”.
“¿No eres capaz de algún lirismo?”
“Puedo mentirte, si así lo prefieres. Creí que querías que fuera sincero”.
“¿Nunca te involucras sentimentalmente?”
“A veces sí, a veces no, pero en ambos casos dejo mis “puertas de emergencia” y mis “paracaídas” listos, por si hay que evacuar la nave urgentemente”.
“Entonces no crees en la incondicionalidad del amor…”
“Ese error solo se comete una vez en la vida”.
“¿Y lo demás?”
“Precauciones, medidas de rescate, reservas, cautela, negociaciones, pactos de no agresión, transacciones, componendas para vivir el amor… que suele ni siquiera ser tal”.
“Eso no es amor”.
“Por supuesto que no: el hombre y la mujer solo se encuentran una vez en la vida. Lo demás son convenios de coexistencia”.
“¿Y la comprensión, y la solidaridad, y la compañía?”
“Todo eso puede darlo la amistad. No hay necesidad de hablar de amor erótico”.
“¿Hay algo en lo que creas?”
“En la plenitud del momento. A decir verdad, en todo, salvo en los pretenciosos “para siempres” que tanto le gustan a la criatura humana, y que tan intenso dolor terminan por acarrear”.
“Es al amor al que debemos todo cuando existe en la vida: incluido vos mismo”.
“No: es al deseo, que es algo muy diferente. El mundo quiere copular, y generar progenie: tal es el origen de la vida. Todo cuanto nos rodea es hijo del deseo”.
“Me habían dicho que tú eras muy romántico”.
“En efecto, a veces lo soy, pero hoy, por ejemplo, no tengo ganas de serlo. Nadie puede ser Alfred de Musset las veinticuatro horas del día. A decir verdad, ni él mismo lo era: cuando estuvo en Venecia, con George Sand, no hizo otra cosa que refocilarse con todas las prostitutas de la ciudad y enfermarse gravemente”.
“Pero yo necesito un mínimo de estabilidad”.
“Ningún ser humano es capaz de garantizártela”.
“¿Cómo estás tan seguro?”
“Porque lo propio del animalito humano es cambiar: por minuto, por hora, por día, por año: y el que se queda rezagado con respecto a los cambios del compañero -el que permanece o deriva en otra dirección- está destinado a sufrir amargamente. Eso por no mencionar a los que ni siquiera saben quiénes son. No quiero hacer sufrir a nadie, lo cual equivale a decir: no quiero que me hagan sufrir”.
“Pero en el ser humano hay una cosa que se llama “permanencia”, “constancia”, sin ella no sería posible la identidad…”
“Cada cuatro años el cuerpo ha renovado la totalidad de sus células: no hay una sola que perviva.Las hay incluso que se “suicidan”: es el proceso conocido como apoptosis. ¿Te das cuenta a qué punto es frágil, tu “principio de identidad”?
“Tal vez porque lo que constituye la identidad no está en las células”.
“Si no está ahí no está en ningún lado”.
“Es justamente porque no es un “lado”, un “sitio”, un “locus”, sino…”
“¿Una dimensión? ¿Otro plano de la existencia? ¿Una instancia trascendental, un paraje metafísico, algo así como la residencia del alma?”
“El alma, sí, el alma: es una bella palabra, y una aún más bella noción”.
“El alma es la neuroquímica: es tan material, tan física como la uña del dedo gordo de tu pie derecho. Y las uñas, amiga, no aman”.
“Eres amargo”.
“No: soy un estudioso de la naturaleza humana. Nada en el mundo me parece tan fascinante… siempre y cuando se la aborde con honestidad, purgándonos a nosotros mismos de toda idea recibida. Hacer el esfuerzo de “leernos” desde una perspectiva de virginidad epistemológica”.
¡“Virginidad epistemológica”! Palabras ciertamente no te faltan. Eso no significa que tengas razón”.
“Por supuesto que no. ¿Algo más que quieras saber?”
“¿Has amado alguna vez?”
“Sí, durante un tiempo: en el mundo de los humanos todo es “durante un tiempo”.
“¿Y la pasión?”
“¡Ja! Esa es lo primero que pasa. Un sentimiento muy sobrevalorado en nuestros días, por cierto. Glamoroso, telúrico, piroclástico: ¡Passion, de Calvin Klein; Passion, de Elizabeth Taylor; Passion, de Yves Saint-Laurent; Passione, de Giorgio Armani!En el fondo, no más que un chorro de adrenalina y hormonas, una gran tormenta feromonal: cualquier chimpancé en celo sería capaz de experimentarla”.
“Bueno, tal parece que no hablamos de la misma pasión”.
“Seguramente. En materia de sentimientos el lenguaje nos engaña constantemente. No tenemos palabras para él: nuestro léxico fue creado para designar cosas más tangibles y manipulables. Es probable que todo lo que conocemos como “comunicación” no sea más que un enorme equívoco. Es tan simple como esto: quizás los seres humanos no son capaces de comunicarse. Nietzsche hubiera suscrito”.
“¿Y no queda nada?”
“En el mejor de los casos queda la luz, mas no el fuego”.
“Y esa luz, ¿no es preciosa?”
“Es triste como el resplandor de una farola amarilla bajo la lluvia”.
“Bueno, no más preguntas”.
“Es que ya no hay más. Todo lo que importa te lo he dicho”.
“Te tengo lástima”.
“Es lo propio del candor, sí. Hablemos en este café, a esta misma hora, de aquí a veinte años. Tal vez llueva, como llueve hoy, pero si tal es el caso probablemente será una lluvia ácida y sulfúrica”.
“¿Es una promesa?”
“Es una promesa”.