César G. Fernández Rojas, educador pensionado.
En el aire se respira un ambiente diferente. En los rostros hay sonrisas y brillan sus miradas. El espíritu navideño rocía los corazones, como el rocío matinal provoca alegría, esperanza y tranquilidad que sólo proviene del nacimiento del Niño Jesús. Una sensación inexplicable que transmite amor y paz.
Ya corren los vientos alisios, pronto inicia la estación seca, se aceleran los afectos, como los vientos de la Navidad. Hace frío… guantes, gorras o capuchas, sweaters y bufandas de llameantes colores.
Esas ráfagas voltean las sombrillas y, a pesar de ello, en esa lucha sin cuartel contra el viento retozón, sabemos que estamos viviendo la mejor época del año, son los mejores días, para disfrutar con los amigos alrededor de una taza de café, de estar rodeados y compartir con nuestras familias.
Es tiempo de servir con amor a quienes necesitan nuestra ayuda, porque es temporada para compartir nuestra mesa. Atiende el dolor ajeno, calma al atribulado, da de beber al sediento, sana al enfermo, socorre al menesteroso, da de comer al hambriento y cúbrelo con sus ropas. Esto querría el Niño Dios que enciende en nuestras almas el fuego de la hospitalidad, la llama de la caridad, la compasión y la bondad.
Cuales luciérnagas de brillante esplendor las luces de Navidad titilan saltarinas en el frente del hogar, van y vienen, juguetean frente a nuestra vista que complacida se sumerge en ese espacio multicolor. Y aunque este tiempo mágico transcurre como el hálito alisio, los sueños, las aspiraciones, los propósitos, la felicidad, la bienaventuranza perdura por la eternidad, en el alma yen nuestra mente.
Hace muchos años… tantos, a mi edad, guardo en el frescor de mi mente, como un tesoro, muy propio, el recuerdo de una Nochebuena; un 24 de diciembre, estaba en la escuela, no más allá de segundo grado. Era el 24 de diciembre de 1958.
La noche estaba fresca, no había llovizna y el cielo despejado. El lucero de la noche y la luna se miraban entre sí, y para mí, a simple vista.
La casa de mi niñez, donde crecí con tantas ilusiones, ahorala lleno de añoranzas. Donde hoy está la acera de la casa estaba el caño de desagüe de las aguas de la lluvia y al lado de las gradas un estañón sin tapas por donde discurría el agua. Allí nos sentamos Manuel y yo a esperar la llegada del niño Dios y a soñar con los regalos, ocultos por mi madre en algún rincón del viejo ropero.
Es tiempo de oración, de guardarse un rato y dedicar con gratitud nuestra meditación por los seres queridos, los que están con nosotros y los que partieron a la presencia de Dios.
Por las familias que nos concedieron cariño, alimento y amparo en el recorrido de nuestras vidas. La gratitud cuenta como las estrellas en el firmamento, son ilimitadas e incontables; en cada acto de decir gracias les dices benditos sean; son como una cuenta de rosario, en cada una va nuestra vida y la vida eterna de ellos y ellas.
Ya huele a la fragancia del cohombro, el encerado cubre el espacio de la pared y el piso de una esquina de nuestro hogar. Hay imágenes de los tres Reyes Magos en el encerado, camino a Belén.En 1223, San Francisco de Asís hizo el primer portal de la historia. En nuestro hogar, como en los hogares de los costarricenses se le da el propio toque personal. En aquellos días, como hoy, la construcción del portal es un trabajo familiar, en donde la devoción y la tradición ocupa un lugar central.
El pasito costarricense contiene al Niño Jesús, la Virgen María, San José, la mula y el buey en el pesebre, que es el altar donde ocurre la historia del milagro de la Natividad. Para completar la escena se incluye al Ángel de la Gloria, los Tres Reyes Magos, la Estrella del Niño, los pastores y las ovejas, con todo tipo de animales domésticos de las granjas costarricenses.
El montaje está acompañado de escenas que hacen más vistoso el portal. Se utilizan recursos como el musgo, aserrín de diversos colores, plantas, troncos, rocas, ramas de ciprés y se complementan las decoraciones con luces de colores que permitan atraer más la atención. Los vidrios semejan lagos con apacibles patos en bandadas y peces por debajo del cristal.
Dentro de las peculiaridades que acompañan a esta tradición, se encuentra el hecho de que su colocación también incluye diversidad de objetos, figuras e imágenes que pueden no estar estrictamente relacionadas con el nacimiento e incluso no guarden un orden de tamaño o presentación; muchos de estos elementos incluso vienen a convertirse en un complemento para la escena, con el objetivo de destacar y honrar la importancia y relevancia de este acontecimiento.(Cfr. Tradición del portal navideño sigue vigente en los …Ministerio de Cultura y Juventud. https://www.mcj.go.cr › sala-de-prensa › noticias › tradic.).
Dice el estribillo de un villancico:
Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad.
Saca la bota María que me quiero emborrachar.
Ande, ande, ande la Marimorena.
Ande, ande, ande que es la Nochebuena.
El 24 de diciembre precede a la Natividad. Es Nochebuena y se anuncia la buena nueva: mañana 25 de diciembre se celebra la Natividad de Jesucristo, la cual se extiende hasta la fiesta de Reyes. En nuestro país la fiesta de los niños se celebra el 24 de diciembre y el Niño Dios, deposita, por manos de sus padres, los regalos. Según Anastasio Alfaro: “La fiesta de la Navidad es la fiesta del amor puro, sin mancilla, del amor de la madre, del hogar, que puede tener igualmente su origen sobre pañales de púrpura, o en las pajas humildes de un establo”.
Tan importante es la humildad en nuestras vidas que el Salvador del Mundo nació en un pesebre de pajas en un establo en Belén, con humildad y pobreza, su pequeñez, su condición de creatura desvalida, a pesar de ser el Hijo eterno de Dios y de María.
“Siendo el Hijo de Dios, Jesús nació como el más miserable de los hijos de los hombres: en el silencio y la soledad del campo, en el frío de la noche, en una gruta húmeda y oscura, lejos de familiares y amigos y carente de toda comodidad.
Jesús en Belén, acostado entre pajas, es el más pobre de los pobres, un niño débil, indefenso; un niño que necesita protección y ayuda, cuidados y desvelos.
Jesús en Belén, acostado entre pajas, sufre todas las limitaciones derivadas de su condición de niño y de la pobreza y sencillez de sus padres.
Jesús en Belén, acostado entre pajas, padece todas las carencias propias de su situación de peregrino en tierra extraña, sin familia, sin amigos, sin casa.
Jesús en el pesebre, acostado entre pajas, pequeño, débil, indefenso, pobre, humilde… nos enseña que para Dios no tienen valor ni el dinero, ni las comodidades que con él se adquieran, ni la condición social, o el poder que se tenga.
Lo único importante, lo único que realmente vale es: lo que somos por dentro, lo que hay en nuestro corazón, nuestra capacidad de amar, de servir, de compartir lo que somos y lo que tenemos, la honestidad con la que obramos, la fe que nos impulsa, la esperanza que nos anima.
Jesús en el pesebre de Belén, acostado entre pajas, humilde y pobre, nos enseña que lo único que vale es ser de Dios y para Dios, entregarnos a Él, amarlo, servirlo, amando y sirviendo a los otros hombres, nuestros hermanos.
Jesús en el pesebre de Belén, acostado entre pajas, pobre y humilde, nos enseña que lo único que vale de verdad es hacer realidad en la vida el deseo de Dios, su Voluntad, que es siempre Voluntad de amor y salvación para todos los seres humanos”.(Cfr. HUMILDE Y POBRE. nació de santa maría virgen. WordPress.com.https://navidadesjesus.wordpress.com › humilde-y-pobre).
La anunciación del Ángel a los pastores: “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz: y se llenaron de temor. El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá junto con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace. Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado». Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”. Lc.2, 8-20. (Cfr. Anunciación a los pastores. Catholic.net.https://es.catholic.net › cat › anunciación-a-los-pastores).
En el Día de la Unción entre la Vida y el Amor:” Dominum Nostrum Jesum Chirisrum (por Nuestro Señor Jesucristo). “El que ha ungido, es el Padre, El que ha sido ungido, es el Hijo, y lo que ha sido en el Espíritu que es la Unción”. (San Irineo de Lyón).
CUENTOS DE MAGÓN –Manuel González Zeledón. NOCHEBUENA. Escrito el 24 de diciembre de 1895.
Vámonos pastores;
vamos a Belén,
a ver a la Virgen
y al Niño también.
Corría para mí el dichoso año de 1872. Libre de las faenas escolares, en plenas vacaciones, pasados los sustos y angustias de los exámenes, despedido ya de los queridos profesores don Manuel; don Adolfo y don Ángel Romero, don Amadeo Madriz y mi tío don Alejandro González, frescos aún en mi memoria sus últimos consejos y en mi cuerpo sus últimos reglazos y coscorrones, me disponía a, gozar con todas mis fuerzas de los veinte o treinta días de libertad relativa, dando de mano al Cinelli, al Herranz y Quirós, a la Aritmética de “don Joaquín”, a los carteles y a las planas rayadas en cuarta.
Soñaba una noche con mi trompo de guayacán con puyón de tope, obra maestra de ñor Santiago Muñoz, y lo veía triunfante, roncando desdeñoso entre un montón de monas por él destrozadas, esparcidas las canelas, abolladas las cabezas de tachuela de tanto y tanto tataretas que con él habían osado medirse en sin igual mancha brava. ¿Qué eran para él sino objetos de desprecio: la mona de cacho de Narciso Blanco, el obispo de cocobola del Cholo Parra y el pasarraya de Arnoldo Lang?
Después entraba el bolero, orondo como cura de parroquia grande, con su casquillo de cápsula de revólver y su cazoleta ancha y honda como la pila de la Plaza. Y echaba docenas con los mejores jugadores y los dejaba avergonzados: una una, una dos, una tres, una cien, y destorcía el cordel con aire magistral y seguían los millares de revueltas hasta caer el brazo desfallecido y dejar rojos como tomates a todos los contrincantes, como el Sapo Gutiérrez, Isaac Zúñiga y toda esa pléyade de valientes campeones.
El bolero se esfumaba en el rasado horizonte y aparecía el barrilete colosal, más grande que mi padre, de varillas de cedro labradas por la diestra mano del maestro Moris, con sus frenillos de cabuya torcida y encerada, con su forro de lienzo de a real, de donde don Pepe, sus flecos de vara y media de coletilla azul y roja y con un rabo de buen mecate entrelazado con muestras de zarazas de brillantes colores. ¡Y qué cuerda! De más de tres cuadras, toda encerada a mano por Nácar, el rey de los zapateros, con chuste legítimo de maría seca; y ya estábamos en la boca de La Sabana, adonde había llegada en triunfo el barrilete, escoltado por los primos y amigos íntimas como guardia de honor y más de cien chiquillos como espectadores; y Chepe me lo echaba y Abraham le quitaba los colazos y Félix le metía correos y Tobías le echaba engañas; y todos aplaudían y me envidiaban, porque yo era el dueño y señor, yo tenía el ovillo en la mano y la cuerda arrollada en la cintura. De repente el viento, reforzaba su violencia, el barrilete impelido por el huracán daba grandes cabezadas y ¡zás! la cuerda se reventaba y toda la máquina, hecha un remolino, caía por allá por los cafetales de Pío Castro. El susto me despertaba del sabroso sueño y todavía, sudoroso y convulso, abría de par en par los ojos a la claridad suave de la mañana, un veinticuatro de diciembre.
Hería mis pupilas con inusitado reflejo el abigarrado color del vestido que sobre un baúl de cuero me esperaba al lado de la cama. Componíalo una chaquetilla ajustada a usanza mujeril, de color verde esmeralda, con botones de hueso, un pantalón corto y ancho de color anaranjado con franjas azules, un birrete de coletilla amarilla con hermosa pluma de gallo, un par de medias maternas, rayadas de azul y blanco, una caña brava, con flores de trapo y campanillas de cobre en la punta superior, a modo de cayado, una zalea de color de ladrillo que me prestaba don Pedro Zúñiga y un par de zapatos amarillos de “talpetao” con correaje ídem. Era mi equipo de pastor, mi uniforme de gala, con el que debía recorrer desde las cuatro de la tarde hasta medianoche, cantando y bailando, todos los portales importantes de la capital, en unión de veinte compañeros, muchachos y muchachas, ensayados y dirigidos por el bondadoso e inolvidable don Marcelo Zúñiga.
Esperar a que pueda describir el cúmulo de emociones que la vista de este traje despertaba en mi alma de siete años; querer enumerar las cien mil peripecias que su adquisición me costaba y los pleitos, promesas, lágrimas y propósitos de enmienda que habían servido de peldaños para escalar el deseado puesto de pastor, sería obra de nunca acabar, así como el Teatro Nacional o el Ferrocarril al Pacífico. Pero estaba al alcance de mi mano, era mío propio, hecho, casi todo a mi medida, por Ramoncita Muñoz y la niña Gertrudis, para mí entonces las más aventajadas modistas que blandían tijera. Sí, era mío; en el forro del birrete se leía con grandes caracteres mi nombre con el estribillo de “Si este gorro se perdiere, como suele acontecer, etc.”. Era muy mío, como mi alma, como mis años, como mi niñez.
Llegaban por fin las cuatro de la tarde, las que me hallaban armado de punta en blanco con mi caña y mi ramo de flores de pastora.
–Calláte demontre, me decía mi madre, si seguís atarantando con esa campanilla no vas a los pastores, te quito el vestido.
–Ya despertó a Marcelina, decía mi abuelita; ese mocoso es insoportable. ¡Dejá esa maldita caña, muchacho!
–Que los llama don Marcelo– gritaba Aquileo desde la puerta, ataviado de pastor, con las medias caídas y las faldas de fuera.
–Y corran porque ya nos vamos, ya llegaron los músicos– decía Alejandro Cardona, blandiendo su caña encintada y su gorra de pana (porque era de los ricos).
Corríamos en tropel, saltando de gozo, a formar en la ancha acera, de la casa de don Marcelo. Allí estaban José, Chico y Ricardo Zúñiga Valverde, Isaac y Abraham Zúñiga Castro, Alejandro y Jenaro Cardona, Félix y Aquileo Echeverría, Chepe y yo, cada uno con su compañera: las Gargollo, las Zúñiga, las Cardona, las Aguilar, todas preciosas, llenas de vida, con la alegría en los ojos y la dicha en los corazones.
Rompía la música en acordes formados por notas de cristal, con armonías de arroyo murmurador, entre el campanilleo de los cayados y las voces argentinas de los pastores cantando villancicos de sin igual ternura, expresión sencilla de cariño infantil hacia el Niño Dios y a su preciosa y adorada madre la Virgen María.
Así recorríamos uno a uno los portales olorosos a piñuela y cohombro, albahaca y piña, con su sracimos de limas y naranjas, pejibayes y coyoles, con sus encerados figurando montañas, y sus vidrios representando tranquilos lagos, con sus entierros, procesiones, carretas, degollación de inocentes, escenas populares, críticas de costumbres, lluvias de hilos de plata, luna y sal de cartón dorado y cercas de piedra y barro de olla. Y allá en el hueco de una roca, con huevas de algodón salpicado de talco, sobre un montón de pajitas en forma de nido de gorriones, el Niño Jesús, el Hombre-Dios, desnudo y con los bracitos al aire y en actitud juguetona, con aureola de risa y majestad de rey; ese precioso conjunto de gracias y de martirios con que la imaginación del hombre ha personificado a su Salvador.
Todo respiraba satisfacción, alegría, infancia; todo llenaba el alma de dulcísimas emociones, que revoloteaban rápidas y brillantes como doradas mariposas.
Y luego la espumosa chicha y el picante chinchibí y los ricos tamales y el jolgorio y el bailoteo y los cantos y los triquitraques en el portal de Chanita, con su Paso de Guatemala y sus indios de Guatemala y sus molinos y sus culebras y su amable sonrisa y su contento sin rival, su exquisita finura y su mistela de cominillo y perfecto amor.
Bendito mil veces el recuerdo querido de aquellos años felices, bendito el que dijo por primera vez:
Vámonos pastores
vamos a Belén,
a ver a la Virgen
y al Niño también.
LA PATRIA, 24 de diciembre de 1895. (Cfr. Manuel González Zeledón. CUENTOS DE MAGÓN.EDITORIAL DIGITA L – IMPRENTA NACIONAL DE COSTA RICA. 1ª. ed. San José. Imprenta Nacional. 2012.https://www.imprentanacional.go.cr › libros › cue.).
En estos días decembrinos, donde los hombres se sienten niños y se percibe en el entorno festivo la presencia de Dios, estrechemos nuestras manos. Olvidemos las rencillas, profesemos la amistad, el respeto, la dignidad, la prudencia, la comprensión y la unidad nacional en pos del desarrollo social, económico y cultural de la Nación. Seamos felices y vivamos una Navidad y un Año Nuevo 2025 lleno de prosperidad, filantropía, salud y sabiduría.