Un gobierno sin claridad ni rumbo amerita llamados de atención

Un gobierno sin claridad ni rumbo amerita llamados de atención

“No me duelen los actos de la gente mala. Me duele la indiferencia de la gente buena”

“La pregunta más persistente y urgente de la vida es: ¿Qué estás haciendo por los demás?”

(Martin Luther King 1929-1968)

Adriana Núñez, periodista

Las experiencias en las que hemos sido tanto espectadores como protagonistas, deben contar a la hora de interpretar los hechos que nos circundan -vengan del círculo inmediato o de otras instancias y latitudes que por diversas razones nos atañen- pues así será más fácil determinar nuestra posición frente a las circunstancias que afectan nuestra vida y la de los semejantes, y finalmente, para poder tomar, en lo posible, las mejores decisiones.

Al revisar la actitud de distintos grupos de costarricenses de cara a la preocupante realidad nacional, me vienen a la mente dos experiencias conocidas: la primera, me lleva al momento cuando Fidel Castro bajó de la Sierra Maestra y en enero de 1959 entró en La Habana, sucio, barbudo y con un rosario colgando del cuello; quienes le apoyaron, creyendo que era una especie de «mesías», aferrados a sus propios problemas, rencores y amarguras, cerraron los ojos ante los asesinatos que desde su época universitaria había liderado y cometido, e ignoraron su ideología comunista, en la que paradójicamente no existe Dios.

Pocos años pasaron y ya la debacle moral y económica era previsible. Solo la foto del tirano era objeto de adoración y la apertura de cárceles superó la construcción de nuevas escuelas. Mas de sesenta y cinco años han pasado y millones de cubanos, conculcados sus derechos humanos fundamentales, viven presos en la isla, en la más absoluta miseria,

El segundo episodio histórico que de primera mano pude constatar, fue el de los miles de desaparecidos en Argentina, tras el golpe militar de 1976 que instaló a Jorge Rafael Videla en la cabeza del gobierno. Las torturas y asesinatos de jóvenes revolucionarios y de otros seres humanos cuyo «pecado» era conocer a alguno de los “revoltosos” dejaron a miles de madres sin hijos. A ellas se les conoció entonces como “las madres de Plaza de Mayo”. A brincos y saltos, alrededor de una década después, los argentinos lograron reinstaurar elecciones en la hermana nación sudamericana, pero aún hoy, están inmersos en conflictivas circunstancias económicas y sociales.

Nunca los extremistas ni los vociferantes cuyo cinismo y ocultas intenciones se disfrazan con expresiones populistas, flagrantes mentiras, golpes de mesa, balaceras y propaganda de bajo vuelo -cuyo fin es manipular o reinventar la historia a su antojo- tendrán misericordia con los pueblos que irreflexivamente los acuerpan.

Aunque no acostumbro realizar este tipo de señalamientos, lo cierto es que con base en infinidad de conversaciones, actitudes y comentarios de muchísima gente con la que he podido interactuar y en aras de la sinceridad, considero que en estos momentos, en Costa Rica encontramos al menos cuatro grupos de personas cuyas actitudes -de una u otra manera- influyen en la situación de inestabilidad que está afectando al país. Sin afán de molestar a nadie y para efectos de este escrito, los he clasificado bajo los siguientes grupos:

  • Indiferentes y egoístas a los que nos les importa el prójimo mientras ellos y sus allegados se encuentren “súper bien”; entendiéndose que ese estado de absoluta tranquilidad se basa en mantener lucrativos negocios (claros u oscuros), flamantes seguros de salud, dinero en abundancia para despilfarrar o pasar la mayor cantidad de tiempo posible en el exterior, porque el país ya se les hizo “aburrido”. Algunos de ellos aportaron sendas tajadas a la campaña del actual presidente. Y sus capitales lógicamente van en ascenso.
  • Analíticos y críticos, pero solamente en lo privado; gente que comenta sin realizar muchos aspavientos para no “ponerse en vitrina” y seguir contando con la seguridad de su burbuja, aunque sus conciencias de vez en cuando les llamen a cuentas y requieran de algún interlocutor con el cual desahogarse. Se parecen un poco a los primeros, pero menos “pudientes” en lo económico aunque generalmente con un mayor bagaje intelectual, condición que de vez en cuando les induce a traspasar el límite de “lo prudente” para expresar sus verdaderas opiniones. Pero se abstienen de tomar partido, aunque algo -o mucho- les huela mal.
  • Tercos, machistas, irreverentes o tristemente ignorantes; personajes lo mismo de sexo masculino que femenino, quienes -independientemente de si tienen recursos económicos o no- debido a sus deficiencias educativas, deformación cultural, carácter iracundo e insensato o simplemente por su necedad, se identifican con situaciones violentas, despliegues de vulgaridad, prepotencia, soberbia, etc. Y por ende, les es imposible ver más allá de sus propias pestañas. ¡O simplemente, van con la correntada hacia donde quiera que los lleve! Usualmente “envalentonados” para disimular sus complejos, seguramente serán los primeros en salir corriendo del barco cuando el hundimiento sea inminente. O cuando el infortunio toque a sus puertas…
  • Por último, nos encontramos con los que elevan una voz respetuosa pero firme; directos, arriesgados y solidarios. Especie en extinción en una sociedad cada día más hipócrita y materialista, donde son cada vez menos los que sin pedir ni ganar nada a cambio, se juegan el pellejo poniendo sobre el tapete situaciones controversiales que están afectando a las grandes mayorías vulnerables del país y exponiéndonos a todos a perder el régimen democrático en que -por supuesto no sin yerros ni pecados- gracias a liderazgos más altruistas y preparados, hemos podido crecer y desarrollarnos, sin importar a qué grupo pertenecemos. Son aquellos que además, se atreven a proponer algunas soluciones, pero la oficialidad les da la espalda.

Para nadie es un secreto que el poder corrompe. Ejemplos tenemos en abundancia. Pero desde 1948, nunca como ahora se había generalizado el penoso panorama en el que -empezando por algunos de los administradores del país- la mentira campea a sus anchas, las falencias profesionales y las improvisaciones son pan de cada día, mientras que la aceptación de la violencia -estimulada desde el lenguaje, la gesticulación y las carencias éticas- han facilitado la creciente comisión de delitos y el ingreso multitudinario del crimen organizado en Costa Rica.

Vale la pena que -aunque sea por breves instantes- cada ciudadano reflexione en torno a su forma de reaccionar; sobre todo, ante los episodios diarios en los que los preocupantes temas de interés nacional se exponen de forma precisa, sin que generen la oportuna atención que cada uno de ellos amerita. La precariedad en materia de educación, por ejemplo, es una muestra más que evidente. A ella se suman debilidades en seguridad, salud, bienestar social, infraestructura, etc.

Ante las amenazas que enrarecen el ambiente, nunca será tarde para rectificar y apuntarse al cuarto y último grupo, teniendo en mente que como lo señaló en una ocasión Mahatma Gandhi, «el verdadero progreso social no consiste en aumentar las necesidades sino en reducirlas».  Quizás nuestros altos jerarcas requieran de masivos llamados de atención para que el trabajo se concentre en resolver viejas y nuevas urgencias que se han estado acumulando.  Apertura de aulas, un servicio de agua potable confiable; mayor cantidad de recursos policiales en las carreteras, más médicos tratantes y un sistema eficiente de citas; calles y alcantarillas en buenas condiciones, rigurosidad en el cumplimiento de las leyes, menos propaganda rastrera y más campañas de valores…en fin, cada uno de los citados aspectos habla por sí solo y va conformando un programa de trabajo que no aguanta dilación.

Lo mínimo que un gobierno puede hacer es precisar cuál es su rumbo. En nuestro caso, lamentablemente llevamos alrededor de 2 años esperando definiciones…

Por eso es urgente despertar conciencias antes de que sea tarde y enfrentar la alevosía con la que se ignora el sentir popular. Costa Rica necesita enrumbarse hacia objetivos más claros, encaminados a restaurar la confianza y el respeto entre coterráneos y por supuesto, a elevar la condición de vida de la colectividad en un marco de libertad, justicia, seguridad y paz, algo que solamente garantiza el sistema democrático que a toda costa, estamos llamados a defender.

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