César G. Fernández Rojas, educador jubilado.
La bondad es un faro que ilumina nuestra consciencia y nuestro ser interior; la fuerza de su encendido radica en los principios de la filantropía. Así, como la ética, forja el carácter, la bondad está enraizada en la constitución biológica y espiritual de la especie humana.
La convivencia de la bondad es como el árbol: es la parábola de la vida, la fecundidad y el amor. El árbol es árbol – no tiene ego- de su ser le surge el crecer, ser frondoso y dar frutos. Él no desea, sabe que es árbol y simplemente, ahínca sus raíces en lo profundo de la tierra, en la feracidad de sus nutrientes.
La bondad no tiene ego porque realiza el bien voluntaria y libremente, de manera generosa y compasiva. También le surge el crecer, ser frondosa y dar frutos en el servicio amable, sensible, consciente y desinteresado, porque sus principios son profundos, ahincados en lo más hondo de la feracidad de los nutrientes de nuestra consciencia y nuestro ser interior.
Cuanto más profundas están sus raíces hundidas en la tierra, el árbol, menos necesita de mejorar su imagen o de sentirse superior en las alturas, porque la savia vital – el saber ser que le fue conferido en la simiente – proviene de lo profundo de su ser interior.
Cuanto más profundas están las raíces de la bondad, mayor será la posibilidad de cambiar a las personas y a la comunidad con humildad, respeto, empatía y solidaridad. Otros también se sentirán inspirados en desarrollar los valores de la filantropía, la cooperación y el servicio generoso, fomentando una comunidad armoniosa y cohesionada.
La bondad tiene la virtud de ser impulsora del cambio social, porque la humanidad actúa con sabiduría, como follaje exuberanteque se multiplica entre sus frutos, para llevar vida y felicidad, a quienes la reciben con frugalidad.
La bondad trasciende fronteras culturales, religiosas y lingüísticas. Actuar con empatía y generosidad es un idioma que todos comprenden, y aunque los contextos puedan variar, el impacto de la bondad es universal.
Por ejemplo, una sonrisa, un gesto de ayuda o un acto de escucha activa tienen el poder de reconectar a las personas en un nivel profundamente humano.
Los actos cotidianos de bondad, son pequeños gestos de amabilidad, como saludar con una sonrisa, agradecer un acto amable, escuchar con atención, sostener la puerta para alguien más, no botar basura en lugares públicos, ofrecer tu asiento en el autobús, recoger basura, ser paciente y amable, sembrar plantas en lugares públicos, decir palabras de ánimo, devolver objetos perdidos, dar mensajes positivos, donar sangre, ayudar económicamente a organizaciones de atención a personas menesterosas, ofrecer tu tiempo, ayudar a cambiar un neumático a una persona desconocida, dar y recibir afecto, compartir el conocimiento, dejar notas positivas, limpiar los espacios comunes de nuestro barrio, dejar libros o revistas en lugares públicos, llenar bebederos de aves, hacer un gesto amable de gratitud, ayudar a quien lo necesita, dar de comer y de beber al menesteroso, regar semillas de plantas, invitar a caminar a quien lo necesita, donar juguetes, comprar alimentos, cuidar el ambiente, iniciar conversaciones inclusivas, actuar como mediador, adoptar hábitos ecológicos como el reciclaje y reducir el uso de envases plásticos.
Di todos los días gracias, muy amable, atiende al adulto mayor y a los niños, reconoce que cada día eres una persona mejor, aprende actividades nuevas, borra palabras limitantes como no, imposible, innecesario, no sé, colabora con las instituciones benéficas, observa el amanecer y las puestas de sol, ábrete a nuevas experiencias de vida, toma más agua, escucha a quienes necesitan conversar, hazlo con el corazón, no olvides a quienes fueron tus mentores y protectores, dialoga contigo mismo, ora cada día, deja de tener la razón siempre, elige un pensamiento positivo cada día, da gracias a Dios por todo lo recibido.
Los seres humanos somos como los árboles venturosos: crecemos en las alturas de la bondad y el servicio. Los árboles dan espacio a las aves y a las criaturas que son obra de la Creación. Son firmes y estables. La bondad y la filantropía también es obra de la Creación. Nos enaltece, nos hace personas espirituales, virtuosas, fuertes y armoniosas.
Los árboles extienden sus ramas para dar sombra y frescura, como nuestros brazos abiertos ofrecen alivio y consuelo.
Sus frutos son el provecho para comer y disfrutar, tal como la bondad y la solidaridad crean la alteridad del beneficio y crecimiento mutuo: de otros con nosotros.
La belleza de sus flores y su olor nos invitan a la contemplación y a cultivar nuestra sensibilidad; en igual sentido, la percepción de nuestro discernimiento se enriquece con la compasión, la bondad y el afecto de servir a quienes nos necesitan.
Sus hojas, laboratorios naturales, producen el oxígeno que nos da vida al respirar; nuestras actitudes crean el aire espiritual que mejora la calidad de vida de las personas que se encuentran a nuestro alrededor.
La cima del árbol y su follaje crean una barrera en contra del viento, el sonido y los avatares del entorno. De igual manera, reforzamos la cima de nuestro ser, con las buenas obras que realizamos al hacer el bien a otros; nuestra capacidad de amar y servir nos ayuda a formar una barrera espiritual contra las tormentas, el fuego de las discordias y las vicisitudes de la vida.
El follaje de los árboles limpia el aire y sus raíces a la tierra de contaminantes. Nuestra conducta moral nos fortalece y guía a otras personas por el sendero correcto al purificar el ambiente espiritual que les rodea.
Las raíces del árbol se extienden hasta tres veces la anchura de las ramas del árbol. También la conciencia tiene la amplitud que le quieras dar al hacer el bien permanentemente.
Las raíces funcionan como ancla para mantener el árbol derecho y estable. La bondad también da fortaleza a nuestras raíces éticas y morales con la firmeza y estabilidad de nuestra conducta personal.
Las raíces absorben el agua y otros nutrientes de la tierra; los usan para su crecimiento y desarrollo. Nuestro crecimiento es Eudemonía o plenitud de ser, palabra griega clásica traducida comúnmente como felicidad. Significa la unidad del pensamiento: la razón que se entrelaza con la inteligencia emocional, la bondad a otras personas, la bondad a la naturaleza, a las maravillas del corazón.
Las raíces detienen la erosión de la tierra. La práctica de la virtud detiene la erosión del alma. Hay que vivir la vida actuando bien, haciendo el bien.
Las raíces y el tronco funcionan como almacén de comida y agua para tiempos difíciles. Nuestra experiencia, el entendimiento, la sabiduría y la madurez, junto a la palabra de Dios, nos conserva intactos para esos momentos difíciles de la vida.
El crecimiento personal se fortalece con las relaciones sociales saludables, con el aprecio a los demás y el derecho a ser amados; se fortalece con el aprecio al trabajo, con ayudar a otros; con estimar los momentos de soledad, con disfrutar los sentidos, la luz, el color y el sonido.
Utilicé el texto publicado en Internet obrerofiel.com/como-son-las-raíces-de-tu-árbol-plantado, para adaptarlo a nuestro crecimiento personal.
La bondad es como una vela encendida: aunque compartas su fuego con otra vela, su luz no disminuye; por el contrario, genera más luz en el entorno.
La bondad tiene un impacto transformador tanto para quien la ofrece como para quien la recibe. Es un círculo virtuoso que genera confianza, esperanza y resiliencia.
Imagina a una comunidad donde las personas se comprometen a realizar actos cotidianos de bondad, desde ayudar a un vecino hasta participar en iniciativas sociales. Estas acciones no solo benefician a las personas, también fortalecen el tejido social.
Ser bondadoso significa abordar los problemas sociales con humanidad y compasión. Es elegir ser parte de la solución, incluso cuando los desafíos parecen abrumadores. La bondad es una luz interna que nunca se extingue.
La bondad es una cualidad de nuestra luz interna, una expresión tangible de nuestra capacidad de amar y cuidar a los demás. Al cultivarla y compartirla, creamos un mundo donde esta luz no solo ilumina nuestras vidas, sino que también enciende la luz de aquellos que nos rodean.
De cada momento y cada espacio de vida se aprende algo nuevo, porque la experiencia se alimenta de cada acto bueno ejecutado de manera personal. Si haces el bien a plenitud, el fruto de la obra será producto de lo que haces con tu vida, de la fecundidad y del amor.
Nuestra vida espiritual se asemeja a la parábola del árbol. La armonía de nuestra paz interior dependerá de la bendición de los nutrientes que alimentan el cuerpo, el alma y el espíritu. La convivencia de la ética -como la vida misma- es como la imagen del árbol: es la simiente de la vida, la fecundidad y el amor.Nuestra misión: plantar semillas de bondad, afecto y compasión.