José Martín Morales Zúñiga.
Costa Rica ha sido, durante décadas, un ejemplo de democracia, paz y respeto a las libertades. Pero hoy, en medio del ruido mediático, los ataques a las instituciones y los discursos populistas, algo se está perdiendo.
Muchos aún no lo ven, pero es urgente abrir los ojos: el gobierno de Rodrigo Chaves Robles está socavando las bases mismas de nuestra democracia.
Cuando un presidente ridiculiza, insulta o deslegitima a la prensa, no está “hablando claro”; está debilitando uno de los pilares que protege nuestra libertad.
Cuando ataca al Poder Judicial, al Tribunal Supremo de Elecciones o a las universidades públicas, no está “poniendo orden”, está sembrando desconfianza en las instituciones que garantizan nuestros derechos.
Este no es un tema de ideologías ni de partidos. Es una cuestión de dignidad nacional. El peligro no está en lo que dice el presidente en sus conferencias, sino en cómo lentamente cambia la forma en que entendemos el poder, el respeto y la verdad. Nos están acostumbrando al irrespeto, al miedo, a la obediencia ciega. Y eso es muy peligroso.
Muchos lo siguen porque se sienten olvidados por el sistema. Y es cierto: hay dolor, hay frustración, hay abandono. Pero seguir a quien explota ese dolor para dividirnos y manipularnos no nos llevará a la justicia, sino al autoritarismo.
Por eso, el llamado no es al odio ni a la confrontación, sino a la conciencia. No podemos quedarnos callados mientras se normaliza lo inaceptable. Debemos hablar con nuestras familias, con nuestras comunidades, con nuestros vecinos. Mostrar con hechos lo que está pasando, escuchar sin despreciar, convencer sin imponer.
La historia nos ha enseñado que las democracias no caen de un día para otro. Caen en silencio, cuando la gente deja de defenderlas. Y si permitimos que el poder de uno solo se imponga sobre el de todos, dejaremos de ser la Costa Rica libre que heredamos.
Aún estamos a tiempo. Pero el tiempo se acaba.