Águilas, moscas y caracoles.

Luis Paulino Vargas, economista y académico.

La cuestión tiene diversos antecedentes. Lo de “águila no caza moscas”, ya, en 2012, Hugo Chávez se lo espetó a una diputada, poco conocida entonces, hoy devenida una figura temida por Nicolás Maduro. Su nombre: Ana Corina Machado. La referencia aparece, asimismo, en un relato breve (“La mosca que soñaba que era un águila”) del escritor Augusto Monterroso, nacido en Honduras, nacionalizado guatemalteco, fallecido en México en 2003.

Hay, asimismo, una película colombiana de 1994, que se titulaba exactamente así: “Águilas no cazan moscas”. Fue dirigida por Sergio Cabrera, actual embajador de Colombia ante el gobierno de China.

En Costa Rica tenemos un antecedente, digamos que “autóctono”. Nos lo aportó Oscar Arias en 2004, refiriéndose a Desanti, quien, por entonces, intentaba ser su adversario en la disputa por la candidatura liberacionista. Solo que Arias recurrió a una retórica más adornada: «Las águilas habitan en las cumbres y cometerían un gravísimo error si bajan al fango a pelear con los caracoles». O sea: no habló de moscas, sino de caracoles. Pero, para el caso, viene siendo lo mismo.

En la mitología griega el águila –pero no la mosca– juega un papel importante: diversas historias sobre el águila de Zeus y, en especial, el águila que, por designio del mismo Zeus, atormentaba eternamente a Prometeo. En la Odisea, cuando Ulises, siguiendo lo indicado por Circe, visita el Hades, encuentra el alma atribulada de Ticio, sometida a suplicio por dos buitres (pero no águilas).

Si hay un proverbio latino, al parecer de origen griego (“aquila non capit muscas”) que parece corresponder con la expresión de Chávez y de Chaves (el de Venezuela y el de Costa Rica respectivamente).
Pero, por lo que he logrado indagar, su significado original no es el que Chávez y Chaves han querido darle. El proverbio sugiere que una persona grande e importante no debería ocuparse de asuntos irrelevantes y de poca monta.

O sea: asuntos irrelevantes no personas irrelevantes, que es lo que Chaves y Chávez quisieron dar a entender.*

Es cierto que en la antigüedad griega y romana efectivamente había personas “grandes” y personas “pequeñas” o “irrelevantes”. Eran sociedades ordenadas alrededor de una cultura de lo heroico, en las que prevalecían jerarquías muy rígidas: los hombres por encima de las mujeres; los señores por encima de los siervos; los hombres libres por encima de los esclavos; los reyes y príncipes por encima de los súbditos.

No es así en sociedad democráticas que, se supone, son receptoras del legado de la Ilustración. En estas sociedades se supone que aspiramos –al menos aspiramos– a la igualdad ante la ley. Pero, además, se supone que aspiramos –al menos aspiramos– a que la validez de las ideas de una persona no dependa de la posición que esa persona ocupa en la sociedad.

Y cuando digo “aspiramos” quiero decir que nos esforzamos por tratar de darle validez a esos principios.
Y, entonces, aspiramos que lo que diga una campesina no valga más ni valga menos que lo que diga un magistrado. Ni lo que diga un chofer de bus valga más ni valga menos que lo diga una diputada.

Interesa lo que se dice, no quién lo dice. Evaluamos la claridad, coherencia, lucidez, fundamento de lo dicho, no la persona que lo dijo.

No digo que las cosas funcionen realmente así. Digo que es hacia donde deberíamos tratar de movernos si es que realmente creemos en la democracia, el raciocinio, la inteligencia y la ciencia.

Pero ni Chaves ni Cisneros creen en nada de eso. Imaginan y aspiran a una sociedad de jerarquías rígidas: ella y él en la cumbre, y el resto…bueno, el resto somos moscas y caracoles.