Adriana Núñez, periodista Visión CR.
Lamentablemente, mucha gente en nuestro país se ha acostumbrado a soportar los problemas que les acarrean a diario las múltiples deficiencias que presentan los servicios públicos, incluidos los bancarios.
El ejemplo más patente de incapacidad, lo ofrece Acueductos y Alcantarillados, una institución que ha venido fallando en sus responsabilidades desde hace tiempo, pero que en los últimos 3 años ha empeorado notablemente.
Comunidades sin agua durante días e incluso semanas son solo una muestra de la mala gestión institucional. Y no estamos hablando de sitios afectados por desastres naturales. Hablamos de zonas capitalinas, barrios y urbanizaciones donde de buenas a primeras, falta el preciado líquido sin que haya mediado comunicación alguna. El riesgo de enfermar es pan de cada día para aquellas personas que residen en los lugares afectados.
Moscas, baños taqueados, malos olores, sed, náuseas, picazón en la piel, son solo algunas de las consecuencias inmediatas de no contar con agua potable en las tuberías, indiferentemente si los recibos -algunos sumamente altos- han sido cancelados debidamente.
A todo ello se suma la incapacidad de los encargados de responder las quejas que llegan a través de las líneas telefónicas de atención al cliente; lo usual es oírlos salir al paso esgrimiendo cualquier excusa y recomendando “estar atentos a las redes sociales” para documentarse mejor. ¿Desde cuándo es obligatorio tener Facebook o internet?
Paradójicamente, mientras el faltante de H2O acorrala a muchas comunidades, por diversos puntos de la ciudad -a la vista y paciencia de funcionarios y ciudadanos- corre el agua debido a fugas y tuberías rotas que llevan meses contribuyendo con el verdadero desperdicio, sin que nadie las arregle.
En muchas localidades, se suman además apagones de luz apenas cae el primer aguacero. Al mejor estilo de la vapuleada isla de Cuba, donde se caen a pedazos los edificios y la gente que mal vive en ellos, no tiene más remedio que alumbrarse con candelas, cuando las consiguen.
Ni qué decir de los trastornos con los que miles de ticos deben apechugar debido a la falta de mantenimiento en ciertos hospitales de la CCSS, o de decenas de escuelas y colegios, donde el solo hecho de ingresar representa un peligro para la integridad de las personas.
Y a ello se suma la incapacidad de algunos bancos del Estado, como lo es el Banco de Costa Rica, de salvaguardar la privacidad de las cuentas de los usuarios, contra los abusos internos y externos.
Saqueos de cuentas de ahorros, hackeo, incapacidad total de la respectiva Contraloría de Servicios del BCR -a través de la cual el ciudadano se ve obligado a tramitar las denuncias- para dar respuesta a los casos en tiempo prudencial. Mucha plata gastan en publicidad para conquistar nuevos clientes y defender su mala gestión, pero muy poca en remediar el acoso cibernético contra los fondos que las personas les han confiado.
Sin contar con que existe toda una masa de funcionarios jóvenes cuya endeble educación profesional es palpable desde el primer momento en que responden con altanería a los reclamos del cliente. Estrategia perfecta para ni siquiera intentar solucionar los problemas expuestos.
¡Y así quieren atraer turismo y a pensionados europeos y norteamericanos! Si la prensa realmente se apegara a puntualizar la verdad sobre la inseguridad-como sí lo hacen tan solo un par de medios informativos-o el desplome institucional, la prostitución estandarizada y la forma en que algunos intentan “desplumar” a propios y extraños, no vendría casi nadie y muchos de los que aquí residen, se irían a otra parte.
Mientras los demás países del istmo -con la obvia excepción de Nicaragua- salen avante, nuestra querida Costa Rica, a diario suma fuertes dolores de cabeza a sus ciudadanos, muchos de los cuales, agobiados, transitan las calles diariamente con mal aspecto y mirada hueca, como si nada ni nadie les importara ya.
Esta es, como lo intuyó el filósofo alemán Nietzsche, una sociedad apelmazada por el nihilismo y la homogeneización, afectada por la pérdida de valores y la supresión de la individualidad, donde pocos levantan la voz para rechazar tan nefasta situación.