Jacques Sagot, pianista y escritor.
Temperancia. He ahí lo que hemos olvidado. Una virtud celebrada por Platón, los estoicos y los epicúreos, quienes, contrariamente a lo que se cree, no proponían una vida desenfrenada y orgiástica. No se trata de gozar menos, sino de hacerlo mejor. Una sabiduría del vivir, una disciplina que nos permite extraer un máximo de gozo de un mínimo de estímulos. Un gozo intensivo, no un gozo extensivo. Ser maestros de nuestros apetitos, no sus esclavos.
¿Cómo podría ser feliz una persona que, en lugar de gozar del agua, del sexo o de la comida, es galeote de ellos? ¿Cómo podría ser feliz Don Juan, quien necesitaba poseer a tres mujeres por día? ¿Pueden imaginarse su tormento, su ansiedad, el infierno que debe haber sido su vida? ¿Tener que seducir sin respiro, a fin de no sucumbir a la ansiedad, a la más indecible depresión? ¿O comer cuando ya no tenemos hambre, porque un oscuro mandato nos mueve a hacerlo? ¿O comprar cosas que no necesitamos porque… pues porque es bonito, poseer? ¿Poseer para qué? ¡Pues para poseer más! ¿Y para qué poseer más? ¡Pues para poseer aun más! Y así se recicla ad infinitum el círculo del absurdo.
Estamos prendidos en este cepo fatal. Esclavos de nuestros placeres. Con lo cual, lo único que logramos es disfrutarlos menos. Si solo somos felices comprando cacharros, ha de ser que los necesitamos. Quien dice necesidad dice falencia. Quien dice falencia dice dolor. ¿Tan infelices somos, que necesitamos tantas cosas? Cada una de esas cosas, recuérdenlo, nos dice: “tu vida sería más feliz conmigo, te estás privando de algo bueno, me necesitas a tu lado: imperativa, urgentemente”. En el silente pero insidioso lenguaje de los objetos. ¡Y nosotros les creemos! ¿No sería más sensato necesitar y adquirir menos, y redoblar el gozo de lo que ya tenemos?
No predico el ascetismo, el ayuno y la abstinencia: ¡que viva el gozo! Pero un gozo sensato y moderado, que no se gaste y erosione a sí mismo. En el fondo, mi invitación es a que disfrutemos más… con menos. El querer poseerlo todo acarreará inevitablemente el hastío, el empalagamiento, la saturación, la muerte del deseo… que solo resucitará una nueva compulsión adquisitiva. Pendularemos entre el deseo y la deflación del gozo, el desencanto. Pasando de la angurria incontrolable… al aburrimiento, a la saciedad. Esa que eructa, nos infla, nosdesensibiliza al placer.
La temperancia es una regulación voluntaria de la pulsión de vida. Para gozar más, para disfrutar mejor. No espere que la sociedad de consumo, con sus bacanales comerciales, estimule esta virtud. A ella no le conviene. Hará todo cuanto pueda para convencerlo de que carece de esto, y lo otro, y lo de más allá… para engrilletarlo a su celda, eterno prisionero. La sociedad, contrariamente a lo que se cree, no propugna el hedonismo (en el hedonismo todo sería placentero). Nos quiere, antes bien, ansiosos, angurrientos, sedientos, hambrientos. No nos vende el placer (¡ojalá así fuera!) Nos vende la necesidad incontrolable de él. Y por consiguiente, la infelicidad. Tremendo engranaje del que urge liberarse. Usted puede: limítese a ser feliz, no a experimentar constantemente la necesidad de serlo. Desconfíe de los paraísos que el mundo le vende: son en realidad mazmorras, y una vez recluido en ellas, es muy difícil liberarse.
Estas virtudes -la enkrateia, la sophrosune– fueron predicadas por Platón, por los filósofos estoicos (Séneca, Epicteto, Marco Aurelio), y, sobre todo (¡quién lo iba a decir!) por el propio Epicuro, erróneamente tenido por un apóstol de la gula, el hartazgo, la búsqueda del placer, tirano de nuestras vidas.
Muy por el contrario, Epicuro y su escuela (epicureísmo) enfatizaban que eran menester la sobriedad, la austeridad, el comedimiento y la mesura. No eran partidarios de las orgías, bacanales, saturnales, simposios (reuniones hechas para tomar vino hasta la muerte) que fueron populares durante la Grecia clásica, y más aún en los siglos de la decadencia romana. Nada de eso. Epicuro pide a gritos ser leído correctamente. Es el filósofo más incomprendido de la historia del pensamiento.
En Estados Unidos existe una franquicia de supermercados llamada “Epicurean Market”. La idea subyacente es que en esos supermercados el consumidor puede chapalear en un charco de placer irrestricto y paroxístico. Es, una vez más, una pésima lectura del gran Epicuro.
La palabra clave de este filósofo es la temperancia. No nos prohíbe el placer, antes bien, nos enseña como gozar de él de la más sana, higiénica y equilibrada manera. Está enfáticamente del lado del placer, y es justamente para poder vivirlo con mayor disfrute que preconiza la temperancia, la mesura, e insiste en la necesidad de que el ser humano lleva firmemente asido en sus manos ese caballo cerrero que es el deseo.
Lo que Epicuro enseña no es una propedéutica del placer, sino una propedéutica del deseo (condición de posibilidad del primero). Mucho nos beneficiaría prestar oídos a su voz, que viaja hasta nosotros desde el siglo IV antes de Cristo, y no cesa de cobrar plena y remozada vigencia.