Federico Paredes, analista agroambiental, Revista Visión CR.
Esto lo decía mi abuela María, y dicha sentencia cobra mucho más validez en nuestros tiempos, cuando son más las bocas que alimentar y las tierras disponibles para cultivar se van reduciendo, sumado a la progresiva extinción de la diversidad biológica global.
Todavía prevalece en el habla popular costarricense el referirse a “ir a comprar el diario”, pero no precisamente el periódico impreso, sino al suministro de alimentos para la casa.
Esto es así desde que la nevera o refrigeradora no formaban parte de los aparatos eléctricos que hoy tenemos en los hogares; la disponibilidad eléctrica no era tampoco mucha y, por ende, en el mejor de los casos se disponía de estos aparatos activados por combustibles fósiles (querosén o gasolina).
Con ello estamos apuntando a uno de los factores que ayudan a la conservación de alimentos en la actualidad. Al no contar con refrigeración, la gente simplemente iba a la carnicería del pueblo o del barrio a comprar la carne de res, de ave o de cerdo que se iba a preparar ese día para la familia. Otro tanto sucedía con la leche que se había ordeñado ese día; la que no se terminaba de consumir, había que hervirla y dejar la capa super natante que se formaba encima de ella, para que sirviera de aislante con el espacio exterior y así no se agriara o se descompusiera.
Refrigerar alimentos a tres grados Celsius o a algunos grados debajo del punto de congelación, es uno de los factores que ayudan a la conservación de éstos, pero no determina que no llegarán a descomponerse eventualmente. Otro factor que ayuda en este proceso es la fecha de caducidad que se reporta en los envases de productos que compramos en tiendas o supermercados.
Por indicación del Ministerio de Salud, tanto los productos de factura nacional como los elaborados en el extranjero, que han sido empacados en su presentación comercial, deben de contar con la fecha de vencimiento; esto sin duda ayuda a que el consumidor esté enterado de cuándo deberá desecharlos. Hay que reconocer que muchos productos omiten este requerimiento o lo colocan en sitios del empaque con una letra minúscula, que prácticamente no se puede leer.
Algunas etnias han desarrollado métodos para darle mayor duración a los alimentos. Este el caso de los esquimales o los lapones, que logran “salar” o ahumar la carne de pescado, de focas, de renos o de otros mamíferos, para poder utilizar esta base proteínica cuando su acceso es difícil de lograr.
Otras culturas se las ingeniaron para poder aprovechar ciertas frutas como manzanas, duraznos, melocotones o uvas, haciendo mermeladas o fermentando sus jugos en sidras o vinos.
En esto de la preservación de alimentos entramos en un campo muy controversial, porque no hay como consumir productos frescos, tanto vegetales como derivados de carne animal. De hecho, existen restaurantes de calidad que publicitan sus exquisiteces afirmando que son cosechados de su propia huerta orgánica o que sus carnes no tienen más de dos días de refrigeradas.
Hay empresas que se las ingenian para no desperdiciar productos no vendidos. Por ejemplo, algunas panaderías de franquicia reúsan los panes tipo “melcochón”, popularmente conocidos como baguettes, haciendo paquetes de pan tostado que obviamente le dan mayor duración al pan.
No es extraño preguntarse qué hacen los restaurantes con las grandes cantidades de sobros de comida que recogen, luego de que los clientes han terminado su visita. En el mejor de los casos algún porcicultor ha hecho contacto con ellos y se encarga de recoger recipientes cargados de estos restos, para alimentar su hato de cerdos; recordemos que los puercos son omnívoros y prácticamente comen de todo. Pero esto no ocurre con todos los restaurantes ni todo el tiempo, así que el reuso de alimentos desechados no siempre es bien manejado.
Los alimentos enlatados, digamos el atún, unos frijoles o unas frutas en almíbar, tienen sustancias químicas que ayudan a su preservación, a resaltar su sabor, a darle cierta coloración, a conservar su consistencia o su densidad, en fin, a darle calidad al producto. Esta acción ciertamente lo logra porque muchos de estos productos enlatados, tienen dos o tres años de duración, sin embargo, sabemos que tener tantos preservantes, colorantes o saborizantes, no son amigables con la salud de las personas. Así que están bien contar con ellos, pero apliquemos una razonable distancia en la frecuencia de su consumo.
El ir a ciertos restaurantes a cenar o a almorzar ha introducido una nueva costumbre de unas décadas a la fecha, y es que lo que no podemos consumir, es posible pedir que nos lo empaquen para llevarlo a la casa y utilizarlo posteriormente. Lo triste es que muchas veces la comida que nos llevamos a casa a menudo no se consume y termina en el recipiente de la basura. Entonces produjimos un doble residuo: la comida y el recipiente de plástico o de cartón. ¡Solo pérdidas!
Debemos de reeducarnos en el consumo, así como en el uso de alimentos que no terminamos de ingerir. El desperdicio es una pésima práctica y una ofensa a los millones de personas que sufren de hambre en un mundo desigual.