Juan José Romero Zúñiga, médico veterinario.
El populismo representa un gran desafío para quienes intentan desmantelar sus narrativas. Cuando una figura de esta índole llega a casi tres años en el gobierno sin evidenciar eficacia en la gestión pública y con una agenda dirigida a desmantelar el Estado social de derecho, el terreno de la discusión pública tiende a convertirse en arenas movedizas.
La oposición corre el riesgo de quedar atrapada en el juego mediático del populista, lo que refuerza su figura, enaltecida más por su estilo de comunicación que por su sustancia. Entonces, ¿cómo contrarrestarlo sin legitimar su estrategia?
El jueves 21 de noviembre leí la columna de Jorge Vargas Cullell, titulada “Demos en acción”. Fiel a su estilo, Varguitas, como él mismo se hace llamar, pone de relieve lo que son las campañas políticas modernas. “Pura competencia de insultos, golpes en el pecho, tiktoks, mentiras y posverdades, alimentada por los peores usos de la inteligencia artificial”, escribió.
No quiero caer en el simplismo de la falacia de autoridad, pero quien lo dice es nada más y nada menos que el coordinador del Programa Estado de la Nación. Concuerdo con él. Algunos dirán que es sesgo de confirmación. Quizás.
Leyendo algunos de los comentarios al pie de la columna y amarrándolos con otros del resto de los colaboradores de la “Página quince”, yo incluido, observo una tendencia a asegurar que parte del éxito del presidente Chaves se debe a que quienes no estamos de acuerdo con él, ni en el fondo ni en las formas, no sabemos comunicarnos con el pueblo.
Se aconseja, entonces, hablar al pueblo como el pueblo habla. De manera tácita, esto querría decir que el presidente sí habla el idioma del pueblo. Pero recordemos: “El hacha era astuta porque, teniendo mango de madera, les hacía creer a los árboles que era uno de ellos”.
La sugerencia nace de gente del pueblo que, con la más sana intención, nos dice que estamos equivocando el camino, que somos arrogantes, distantes, elitistas, privilegiados, que no entendemos la realidad y que no somos capaces de darnos a entender.
Confieso que cada vez que escucho a un analista decir que el presidente es un excelente comunicador, se me retuercen las tripas.
Según esos expertos, su pericia para imponer la agenda temática y desviar la atención de lo importante hacia lo banal es una gran virtud.
Que lo logra, nadie tiene dudas. Pero es como ir perdiendo el partido y armar un pleito para que se suspenda y no haya un ganador; al final, todos son perdedores.
Ser un vivazo, como decimos algunos, es una gran virtud. ¡Faltaba más! Entonces, esos expertos lo que dicen es que, para un vivazo, vivazo y medio.
Algunos autores sugieren que, para contrarrestar al populista, se debe recurrir al desenmascaramiento sin engrandecer.
Hemos sido testigos de cómo el populismo es maestro en la construcción de una narrativa que lo posiciona como la única voz del “pueblo” frente a un “enemigo común”.
Por tanto, criticar directamente sus formas efectistas suele interpretarse como una confirmación de su narrativa: él es el héroe que hace que el statu quo sea incómodo.
Se recomienda, entonces, que, en lugar de centrarse en su estilo, nos centremos en sus resultados.
Con datos duros, es posible exponer las promesas incumplidas y cómo las políticas afectan negativamente a aquellos a quienes el populista dice representar.
Esto debe hacerse con empatía y conexión emocional, evitando un tono condescendiente que aliene a las audiencias. ¿Está preparada la parte comunicante para ello? ¿Estamos seguros de que los receptores esperan ese mensaje y esa forma? ¿Quiénes serán los mensajeros que derroquen al que tiene ventaja sobre ellos, sin mencionarlo mucho?
Otra forma aconsejada por algunos estudiosos de la comunicación política es reivindicar el lenguaje del pueblo, pero de forma auténtica.
Gran parte del éxito del populismo radica en su capacidad de hablar en el idioma de la gente. Por ende, se considera imprescindible construir un mensaje en consonancia con las preocupaciones cotidianas de la población, sin adoptar el tono del populista, sino traduciendo propuestas complejas a términos simples y concretos, sin tecnicismos.
En la academia tenemos mucho que aprender, sin renunciar al papel de educadores que tenemos como obligación. No se trata de caer en el lenguaje soez, pachucho, bajo. El idioma español es rico, y estoy seguro de que habrá muchas formas de decir lo mismo sin pirotecnia lingüística.
Cambiar la agenda del debate es más que necesario. El populista quiere marcar el ritmo del debate público, atrayendo a los críticos hacia su territorio: su retórica, sus provocaciones y sus distracciones.
La clave está en evitar discutir bajo sus términos y, en su lugar, utilizar un nuevo marco narrativo. Esto requiere anticiparse y hablar de problemas que realmente importan a las mayorías: empleo, acceso a la salud, educación, seguridad ciudadana, el alto costo de la canasta básica, entre otros.
Enfocarse en las soluciones concretas, sin necesidad de mencionar al populista, desplaza la atención hacia lo que está en juego. Esto recomiendan los expertos: del dicho al hecho…
Las recomendaciones tendrán como resultado devolver la esperanza y recuperar el sentido de comunidad. Si el populismo aprovecha la frustración y el enojo, y por tanto lo provoca con su narrativa y actos, responder únicamente con denuncias, críticas y control político hará que se perpetúen esas sensaciones y que se fortalezca la narrativa mesiánica.
Cambiar el mensaje por uno que ofrezca una esperanza razonable, con un poco de emoción y señalando una ruta creíble, es esencial.
Nada de lo anterior tendrá efecto, dicen los expertos, si la polarización que incentiva el populista no se controla y se reduce a su mínima expresión. Tener a la población dividida es el precepto del populista: Chaves es ejemplo de ello en Costa Rica.
Hay que enviar mensajes claros, fuertes y contundentes, pero con datos y hechos irrefutables, demostrando que los esfuerzos individuales nunca han sacado a una sociedad de sus problemas ni lo harán. Que las soluciones mágicas que el populista ofrece son irreales y el costo social es muy alto.
El desafío no es menor. Contrarrestar un discurso populista desde una posición de desventaja en términos de aceptación requiere estrategia, empatía y paciencia.
Evitar las trampas de la confrontación directa, construir mensajes entendibles y “conectar” auténticamente con las preocupaciones y esperanzas de la población, en su idioma, es urgente.
El populismo amenaza con dominar el presente, pero la coherencia en el mensaje sienta las bases para recuperar la confianza en el futuro por medio de la convergencia de ideas más que con la confrontación artera. ¡Cómo se extraña a los estadistas!