Adriana Núñez, periodista Visión CR
«Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos»(John F. Kennedy, expresidente de los Estados Unidos)
No soy economista ni nada que se le parezca. Las pocas nociones que tengo sobre el tema se las debo a dos cursos introductorios que recibí en la Universidad de Costa Rica, al inicio de mi carrera como periodista, y lo que pude absorber durante un año de trabajo en el despacho del gran humanista y economista Guillermo Zúñiga, ex ministro de Hacienda y exdiputado.
Por ello, solamente voy a usar términos caseros al describir el “horror” por no decir “robo a mano armada” que están cometiendo muchas tiendas de conveniencia que venden abarrotes y otros artículos de uso diario y a las que usualmente en emergencias o por cercanía, acudimos ocasionalmente miles de costarricenses.
Casualmente este lunes, al ver que no había en casa ni leche, ni papaya ni bananos, tres alimentos del desayuno diario, bajé al comercio más cercano -a seis kilómetros de mi residencia- que resultó ser el AM/PM de Coronado.
Adquirí pocas cosas y me pareció excesivo lo que pagué por ellas, razón por la cual revisé la factura al regresar, llevándome la gran sorpresa de que por una papaya mediana -tirando a pequeña y medio verde- me cobraron 3.078 colones según consta en el comprobante de caja que me entregaron, No. 1474688.
Decidí entonces buscar el precio promedio oficial de las papayas y encontré que las que denominan “perfectas” deberían costar como máximo 800 colones por kilo. Es decir, que en el negocio al que acudí le han puesto un sobreprecio del doble por kilo. Y lastimosamente ni uno solo de esos colones de más le llega al agricultor, al cual posiblemente le pagaron incluso mucho menos de la mitad del precio oficial.
Pero el problema no se queda ahí: con los datos en mano, me comuniqué vía telefónica con la Oficina del Consumidor, donde me atendieron tras largo rato en espera y después de varios intentos. Tras pedirme nombre completo, cédula y lugar de residencia, procedí a emitir mi queja y petición de que enviaran un inspector a este tipo de lugares con el fin de que exista un mayor control sobre los sobreprecios que le están poniendo a los artículos, incluidas las frutas, tan necesarias para la salud.
Y por supuesto, llegó entonces la segunda sorpresa desagradable. En contraposición a lo que indica la grabación telefónica del servicio 800-266-7866 -que reiteran varias veces mientras uno espera ser atendido- la telefonista en turno me informó que ellos no podían procesar quejas ni denuncias. Que debía presentarlas por otra vía, lo cual implica escanear documentos, llenar formularios y enviarlos por correo electrónico, entre otras cosas.
En fin, burocracia total que no permite que las personas que no cuentan ni con escáner, ni con fotocopiadora, cámara o internet, puedan formalizar sus quejas. Y es que ahora, ante las oficinas gubernamentales, aunque los piden, los datos personales y el testimonio directo de la gente no cuentan para nada ni son respaldo que garantice ante tanta inoperancia, la atención y veracidad de los hechos expuestos.
Por situaciones como la que he descrito, vivida en carne propia, es que extraño programas de denuncia como “Aló Pueblo” o “Cuente con nosotros” espacios de periodismo de servicio que durante años realicé en Radio Monumental y Canal 2 Univisión respectivamente, con teléfono abierto e información fidedigna tanto sobre los derechos ciudadanos como acerca de los atropellos que sufría y sigue sufriendo el pueblo costarricense.
Por hechos como el narrado, la situación económica para muchos está cada vez peor, independientemente de las cifras que se esgrimen para justificar medidas. Costa Rica es uno de los países más caros del continente. Y entre otras cosas, ello provoca que algunos individuos busquen el sustento diario traficando, delinquiendo.
Por eso necesitamos, libertad de prensa y la colaboración de las dependencias oficiales que deben velar por la seguridad alimentaria, física y psicológica de los ciudadanos.
Quizás así, dejemos de sentirnos tan pisoteados e indefensos y quienes cometen distintos atropellos, se vean expuestos con claridad.