Jacques Sagot, Revista Visión CR.
El fútbol – como casi todos los modernos deportes- fue creado por la aristocracia. Nació en Inglaterra, con la fundación de la Football Association, el 26 de octubre de 1863, y fue conocido como dribbling game, luego como passing game, antes de universalizarse en tanto que fútbol.
Durante los primeros cuarenta años de su historia fue un deporte exclusivo y excluyente, practicado únicamente por la high class. Los penales no se cometían, y si de alguna infortunada manera se producían, eran deliberadamente mal ejecutados, siendo considerados una jugada deshonrosa, un éxito demasiado fácil (“triunfar sin peligro es vencer sin gloria” –decía Corneille–). Se observaba una rigurosa diferencia entre los gentlemen y los players. Los primeros abordaban el fútbol con una actitud de stiff upper lip, haciendo del juego una cuestión de honor y caballerosidad. Los segundos eran vistos como cafres. No se recomendaba que los gentlemen y los players vistiesen igual, que concurrieran a las mismas fiestas y conciertos, ni que viajaran en los mismos vehículos. Y este fue el estado de las cosas hasta bien entrado el siglo XX.
El fútbol llegó a América cuando los hijos de los oligarcas que habían enviado a sus hijos a estudiar a Europa lo trajeron a sus terruños, cual ave exótica que urgía exhibir, y cuando los ingleses entraron a varios países latinoamericanos a construir vías de ferrocarril, tranvías, puertos, o a explotar minas metalúrgicas (a través del Río de la Plata, de manera notoria).
Pero una vez en América, el fútbol no tardó en convertirse en un deporte de masas. Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a ser objeto de una cobertura mediática que redujo los demás deportes a meras notas a pie de página. Y, arrancado a su aristocrática cuna, devino el deporte por excelencia de las masas proletarias. Practicado en las calles, con una naranja podrida, un ovillo de medias, una vejiga de cerdo cosida con un recubrimiento de cuero, cualquier cosa que rodase, de manera más o menos espontánea, se constituyó en un agente de integración social y en el deporte democrático por excelencia.
A diferencia del golf, el tenis, el rugby o el polo acuático, el fútbol no requería una superficie especial, acotada, para ser practicado. Una plazoleta, un lote baldío, un potrero, una calleja cualquiera bastaban para que la gente pudiese correr un rato y patear la “bola”. De hecho, muchos grandes futbolistas (Pelé, Garrincha, Beckenbauer, Rivellino, Cruyff) desarrollaron sus tempranas destrezas como futbolistas callejeros o, a lo sumo, pequeños ídolos locales en un parque o una plaza a menudo diminuta.
El toque y la proverbial facilidad para el dribbling propios del fútbol brasileño no están genéticamente determinados: ¡son el producto de la necesidad de jugar en las playas –ello suponía desarrollar la capacidad de tratar la pelota con particular sutileza– y en espacios reducidos, a menudo misérrimos! ¿Cómo jugar en una acera o en una angosta callejuela sin desarrollar felinas capacidades de maniobra en áreas diminutas, sin driblar endemoniadamente a los rivales, sin pasarles el balón entre las piernas, sin improvisar arabescos sobre un pañuelo o una baldosa? El espacio propició, en este caso, el juego vertiginoso e impredecible de las piernas, la extremada flexibilidad de la cintura, las fintas, las gambetas, los regates, los quiebres, el dribbling corto, el “elástico” (Rivellino), los pases “de taco” y “de rabona”, el trazo zigzagueante, sinuoso, una verdadera coreografía balompédica, y de manera crucial, un relación de intimidad simbiótica con la pelota, concebida como extensión del cuerpo del futbolista.
El fútbol aéreo de los ingleses, sus egregios cabeceadores tampoco forman parte de su dotación genética: ¡sucede simplemente que durante mucho tiempo las canchas inglesas fueron considerablemente más angostas que las usadas en otros lugares del mundo: el pelotazo se imponía como el recurso ideal para llegar al área rival, y los cabeceadores se convirtieron –un mero principio adaptativo con respecto al entorno físico– en el espécimen más valorado en su fútbol! La función, la necesidad, crean al órgano. Por poco podríamos evocar al naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck y su teoría evolutiva transformativa, planteada en su libro Filosofía zoológica (1809): los organismos se adaptan a sus ambientes y por consiguiente van modificando su estructura conforme el entorno cambia. Obligada a comer las hojas de los árboles más altos, la jirafa desarrolla un cuello hiperbólico, infinito: eso es, in a nutshell, el lamarckismo.
En Costa Rica el fútbol entró por el litoral atlántico. Los hijos de las familias de prosapia que habían estudiado en Inglaterra a finales del siglo XIX trasplantaron el nuevo deporte a nuestro medio. Se comenzaron a organizar partidos de fútbol en La Sabana (a campo abierto, pues el Estadio Nacional no fue construido hasta 1924, e innecesariamente demolido en 2008). Se instalaban sillas plegables alrededor del terreno de juego, y se cobraba una peseta (25 céntimos) por el espectáculo. Puestas las cosas en su contexto histórico, era un precio muy oneroso: el fútbol comenzó siendo un deporte para las élites sociales del país. No había gradería de sol: todas las sillas estaban al mismo nivel, y solo los señores y señoras fufurufas podían permitirse ir a ver un partido (jugado con pantalonetas que hoy se nos antojarían ridículamente largas, mangas de siete leguas, zapatos con polainas, y una gorra para proteger la cabeza de los rayos solares: ¿se imaginan tal exhibición?)
Por otra parte, la construcción de nuestro ferrocarril al Atlántico, entre 1890 y 1895, trajo al país a una legión de ingenieros ingleses que también diseminaron el fútbol en nuestros lares. La negritud caribeña del litoral Atlántico cultivó este deporte con excepcional virtuosismo. Su biotipo permitía un fútbol más atlético, más recio, más rápido, más aéreo, y de zancada más larga. La verdad de las cosas es que el mejor fútbol que ha producido nuestro país proviene de la zona costera de Limón.
Su equipo –uno de los decanos del fútbol nacional– participó en nuestro primer campeonato nacional, celebrado en 1921, con la presencia de la Sociedad Gimnástica Limonense, y ganado por Heredia, verdugo de Cartago en la final (why am I not surprised?). A partir de ese momento, Limón se convirtió en una inagotable cantera de fulgurantes talentos… comprados por los clubes meseteños tan pronto despuntaban en el horizonte futbolístico del país. Tal sigue siendo la situación al día de hoy. La construcción del tranvía josefino, en 1899, también atrajo a los sempiternos ingenieros ingleses, que de manera entusiasta contribuyeron a diseminar aún más el fútbol en nuestro país.
Y tal fue, amigos y amigas, la infancia del fútbol tanto en Europa como en Costa Rica. Comenzó dando pasitos de niño que aprende apenas a caminar… Hoy la Asamblea General de las Naciones Unidas ha designado el 25 de mayo como Día Mundial del Fútbol (aunque en nuestras fanatizadas sociedades todos los días lo son). Por lo que a mí atañe, no hay un deporte que no ame y no haya estudiado. Al fútbol le he dedicado décadas de investigación. Me ha deparado indecibles alegrías, brincos, gritos, frenéticas carreras, vítores, sonrisas… y también uno que otro denuesto. Pero esa es la vida, y como tal la celebro.
Hay que aclarar que el fútbol tiene su origen en un pasado aún más lejano que el siglo XIX. De hecho, en la China del siglo III A. C., se practicaba un deporte muy similar al fútbol moderno. Así mismo, también en la Edad Media europea (Italia, Calcio) se practicaba una forma primitiva de fútbol como reminiscencia de un deporte romano llamado «harpastum».
Lo que sí es importante resaltar es que fueron los ingleses quienes lo reglamentaron y lo extendieron por el mundo, y no solo como una aculturación llevada a cabo por la expansión imperialista de Inglaterra, sino inclusive por misioneros y exploradores que también lo popularizaron en otras latitudes más allá de Latinoamérica, como lo fue en Africa.
El fútbol ha evolucionado, ya no como deporte de élites, sino por la masificación del mismo y por la reglamentación que ha eliminado algunas – y agregado otras – de sus reglas originales. También, su rancio olor a noble victoriano se esfumó a partir del inicio de su popularización global con el primer campeonato mundial del mismo, llevado a cabo en Uruguay en 1930.
Recomiendo ver en Netflix la serie «El deporte de los caballeros» sobre la historia del fútbol y su inició en las clases altas de Inglaterra y de como se transforma en el deporte de todos y el mas popular del mundo.