De chinamos y chinameros

De chinamos y chinameros

Heriberto Valverde Castro, periodista.

La publicidad es una poderosa herramienta de poder. La publicidad estatal es, además, un valioso instrumento para promover la democratización económica y el bienestar de las mayorías, así como para coadyuvar en las tareas culturales y educativas tendientes al fortalecimiento de los valores sociales.

Por años he denunciado el que las instituciones estatales patrocinen con publicidad, programas y medios de comunicación que atentan contra los valores bajo cuya guía fue forjada nuestra sociedad. Lo mismo he señalado para empresas, dizque serias, que por un lado pregonan patriotismo y ejercitan el autobombo moral, y por otro facilitan la existencia de programas radiofónicos y televisivos, y ahora de espacios en redes sociales, que atentan contra los principios de una sana convivencia.

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Administración tras administración pública he esperado a que lleguen jerarcas realmente consecuentes con sus responsabilidades, con los pantalones o las enaguas bien amarradas, que le metan mano a tal sin sentido y se atrevan a poner en cintura a esos que pregonan ser fieles defensores de la libertad de expresión, cuando en realidad son simples mercaderes de la comunicación.

A la sombra de la farándula y del deporte (del fútbol) y también a veces de la «política», han ido naciendo y creciendo programas que a todas luces son malos ejemplos para nuestra niñez y nuestra juventud, porque pregonan y legitiman conductas disociadoras. Y sus dueños han medrado a la sombra del erario público en una realidad que parece una pesada broma del destino: la sociedad dándole soporte a su propia destrucción.

Por todo esto me pareció atinado y plausible que las marcas Kolbi y Banco Popular le retiraran el sustento publicitario al programa El chinamo, probablemente el más «connotado», por exitoso, de esos espacios promotores de antivalores. Y esperaría que también lo hagan otras instituciones (si las hubiera), así como cualquier empresa seria, con éste y con todos los espacios que están siendo instrumentos del desgaste ético y social que padecemos como país.

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Pero eso sí, para que mi gozo por la decisión de Kolbi y del Banco Popular sea completo y sin reservas, quiero y debo convencerme de que esa decisión responde a un auténtico interés social y al resguardo del bien público y no sea algo puramente circunstancial, impulsado desde esferas superiores, al calor de un resquemor, por ejemplo, por alguna crítica realizada en el programa a una determinada gestión gubernamental.

Porque si fuera así, estaríamos ante una realidad muy diferente, lejana al interés social y muy cercana y consecuente con la política de «sacadas de clavo» tan afecta al inquilino de Zapote.

Soy cliente de Kolbi desde su nacimiento, soy cliente del Banco Popular desde sus inicios, y lo seguiré siendo, pero tendré mis ojos bien abiertos, atento a las decisiones y acciones de una administración que podría estar dejando en manos de la politiquería las decisiones que deben ser políticas y técnicas, siempre teniendo como norte el bien de sus clientes y el del país.

 

 

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