Álvaro Campos Solís, periodista.
Imaginemos por un momento un enorme y surtido bazar, de pasillos estrechos, en cuyas góndolas se exhiben costosas piezas de cristal, jade, porcelana y otros materiales igualmente finos. En ese instante, precisamente, ingresa al exclusivo comercio un enorme y viejo elefante. Cuando el paquidermo abandone lo que fue un bonito establecimiento comercial, solo hará falta calcular el costo de los daños directos y colaterales.
Esa es la figura que hago del presidente electo de los Estados Unidos de América, Donald John Trump, 78 años, cuando regrese a la Casa Blanca, convertido en el mandatario número 47 de la Patria de Abraham Lincoln, el próximo 20 de enero.
Por las cosas que ha dicho el presidente electo, a partir de esa fecha no ha de quedar títere con cabeza. Tan solo para empezar se propone “limpiar” su país de inmigrantes, en particular todos aquellos que han llegado de centro, Sudamérica y Haití. También dispone de aviones para fletar de regreso a su país a hombres y mujeres que han llegado de la África pobre. Argumenta que la mayoría de esos inmigrantes son delincuentes.
En se sentido, parece que se la tiene jurada a unos 10 o 12 millones de mujeres y hombres que han estado ganándose la vida, cosechando de todo cuanto se cultiva en esa nación, contribuyendo con el desarrollo económico, industrial y agrícola del país de las barras y las estrellas.
Se trataría, en esencia, de una limpieza étnica para evitar que haya mezcla de culturas.
A escasas tres semanas para asumir la presidencia de su país, ha dicho que también es su propósito recuperar el Canal de Panamá. Esgrime dos argumentos: que el canal fue construido con recursos de Estados Unidos y que ahora la administración de la vía interoceánica cobra altas tarifas a los barcos con bandera estadounidense que pasan de un océano a otro.
Mientras tanto, la mayoría de los gobiernos de naciones latinoamericanas guardan silencio. Aplican aquello de “calladitos, más bonitos”, en una desagradable muestra de sumisión. Ese silencio también lo comparten los grandes medios de comunicación, iglesias políticos y grupos defensores de los derechos humanos que se autocalifican como demócratas. Mientras tanto, los fabricantes de armas aplauden a más no poder.
Por boca del mismo Trump nos damos cuenta que su administración no sería mejor que la de su antecesor, Joe Biden, quien podría ser recordado como el “Joe el cínico”, pues mientras ordenaba el envió de raciones de comida para los desplazados de la Franja de Gaza, también enviaba armas y municiones a Israel para que continuara con el asesinato de miles de hombres y mujeres palestinas.
Por lo visto y oído Trump no está solo. Lo acompañan Elon Musk, el hombre más rico del mundo y el radical anticomunista de origen cubano, Marco Rubio, que ejercerá como Secretario de Estado y como ministro de salud a Robert F. Kennedy, un individuo que se declara, el igual que su jefe, contra la investigación, producción y aplicación de vacunas. Trump es de los que cree que una congestión pulmonar se puede tratar con zacate de limón.
A rubio le corresponderá sentarse a la mesa con sus pares, además de Vladimir Putin, Xi Jin Pin y Narendra Modi, presidentes y primer ministro de Rusia, China y la India, respectivamente.
Con esa perspectiva, los vientos que correrán partir del próximo 20 de enero podrían no ser los mejores. Desde ahora Trump muestra que tiene “sangre en el Ojo”, además de Cuba, Nicaragua y Venezuela, también figuran en su lista México, Honduras, Panamá y Perú. Unos por alejarse de los Estados Unidos y otros por acercarse a Rusia y China.
Ahora el futuro inquilino de la Casa Blanca considera, supuestamente, dotar a Argentina de “pequeñas “ armas nucleares.! ¡Lo que nos faltaba!
Dios quiera que nadie intente convertir a nuestra región de habla hispana , portuguesa en la nueva Ucrania.
