El Instituto Cabañas, Patrimonio de la Humanidad, donde el dolor y la solidaridad se transformaron en arte vivo; la Casa de los Perros, una leyenda que da cabida al museo del Periodismo de México.
(Portada: El instituto Cabañas es una edificación que abarca 23.447 metros cuadrados de superficie y es Patrimonio Mundial ) (Foto: M. Barzuna)
Adriana Núñez Artiles, periodista Visión CR
«No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños»
(Cicerón, 106 AC-43 AC. escritor, orador y político romano)
Primera visita:
Es prácticamente inconcebible que quien visite Guadalajara, México, no incluya entre sus actividades prioritarias, el recorrido por las históricas instalaciones del Hospicio Cabañas, construido entre 1805 y 1810 por iniciativa del Obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo; la edificación fue declarada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, en diciembre de 1997.
La doctrina de Cristo de amar al prójimo como a sí mismo toma forma y color a través de las piedras, de los frescos, de las huellas de dolor y alegría en patios y habitaciones y por supuesto que también lo hace en cada uno de los jóvenes rostros que actualmente acuden a los grupos y clases de artes plásticas, música, danza y demás manifestaciones culturales que allí se producen.
Fue en esta obra de estilo neoclásico que abarca una superficie de 23.447 metros cuadrados, ejecutada por el arquitecto español Manuel Tolsá, donde recibieron consuelo, albergue y capacitación mediante distintos talleres de aprendizaje, miles de huérfanos, ancianos y mujeres abandonadas, hasta 1980, cuando sus ocupantes fueron trasladados a distintos sitios, con el fin de restaurar el inmueble.
La institución, conocida también como “Casa de la misericordia” a lo largo de su historia, solo en dos ocasiones vio interrumpida su labor social de profunda solidaridad: durante la Guerra de Independencia, cuando allí se guardaron caballos, tropas y armamento, y nuevamente en los días de la Revolución Mexicana, aunque en esta ocasión permanecieron más de 700 personas allí albergadas.
En las paredes, bóveda y cúpula de la capilla principal, el afamado artista jalisciense José Clemente Orozco, plasmó en 57 murales estampas de la vida de la época prehispánica, interpretando magistralmente el choque cultural entre indígenas y españoles e incluso agregó escenas de la realidad contemporánea.
Tras el cierre del hospicio y la creación del organismo Instituto Cultural Cabañas, pasaron tres años hasta que en 1983, el edificio abrió sus puertas, restaurado y ya con la nueva misión de difundir la cultura y el arte, objetivo que se cumple no solo presentando en forma permanente exposiciones de creadores nacionales y extranjeros, sino también por la maravillosa organización de talleres y conformación de grupos representativos de distintas manifestaciones artísticas tales como música, pintura, bailes y otras.
Las actividades están dirigidas a niños y jóvenes y se ejecutan en las espaciosas instalaciones que incluyen 23 patios internos, sombreados por hermosos árboles y adornados algunos con bellísimas fuentes de agua; 106 habitaciones totalmente habilitadas para sus nuevos propósitos, 72 pasillos donde las huellas del dolor han sido sustituidas por cantos y risas…y dos capillas, cuyos frescos despiertan las más intensas emociones.
Segunda visita:
De un amor fatal a la comunicación histórica:
Si el Instituto Cabañas nos habla de amor, los extraños acontecimientos de la Casa de los Perros, donde se ubica actualmente el Museo del Periodismo, en la Avenida Alcalde, nos hablan de sentimientos menos puros a través de la historia -y deseos- del cafetalero Jesús Flores, un hombre viejo, encaprichado con una de las tres hijas de una vecina viuda, quien finalmente se casa con la menor de las hermanas, de nombre Ana González.
Los entendidos dicen que ella, coqueta y ambiciosa, le pidió que le construyera a la casa un segundo piso, como los que tenían las residencias de las “grandes damas” y encargó a la ciudad de Nueva York, para finiquitar la obra, las esculturas de dos perros que vio en una revista. Algunos dicen que tras la súbita muerte del anciano –otros señalan que antes de su fallecimiento- Ana encontró consuelo en los brazos de José Cuervo, dueño de una de las marcas de tequila más famosas de México, con quien contrajo segundas nupcias.
El caso es que la solemnidad de los perros en cada esquina del piso alto y la historia de que quien pasase una noche en el panteón de don Jesús, obtendría el dinero escondido y la propiedad de la casa, convirtieron el edificio en una leyenda y frente a ella, quedaron en el olvido durante un tiempo, las funciones variadas que el inmueble había albergado como sede de la primera imprenta, antes de ser ocupado por la familia Flores.
Con posterioridad, tras convertirse durante un tiempo en un restaurante y luego de largos años de abandono, el inmueble fue adquirido finalmente por el ayuntamiento de Guadalajara, que el 11 de agosto de 1994 inauguró allí el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas.
Y a partir de ese momento, la historia de la Casa de los Perros dio un giro de 360 grados pues allí se encuentra, entre otros valiosos tesoros de la comunicación, la misma imprenta que fundó en 1792 Mariano Valdés Téllez y los siete ejemplares del Despertador Americano, el primer periódico insurgente de América Latina, donde Miguel Hidalgo y Costilla, entre otros, difundió sus ideas.
El primer número que constó de 18 páginas. se editó en tamaño tabloide de 22.3 cm de largo por 17 cm de ancho y vio la luz el 20 de diciembre de 1810, con un tiraje de 2000 ejemplares, que se vendieron a dos reales cada uno.
Para el 17 de enero del año siguiente, la cantidad de páginas de los restantes seis ejemplares había mermado y la efímera vida del medio impreso se extinguió. Sin embargo, su huella profunda sobrevivió a los siglos y aún impresiona su contenido revolucionario, dirigido, como lo señaló su primer número…” A todos los habitantes de América”.
“Nobles Americanos! Virtuosos Criollos! Celebrados de cuantos os conocen á fondo por la dulzura de vuestro carácter moral y por vuestra religiosidad acendrada! Despertad al ruido de las cadenas que arrastráis hace tres siglos: abrid los ojos a vuestros verdaderos intereses, no os acobarden los sacrificios y privaciones que forzosamente acarrea toda revolución en su principio…”
Tesoros compartidos:
En los salones de la antigua Casa de los Perros, se exhiben hoy el linotipo, los cajones con las letras en barritas de plomo, las cámaras fotográficas de distintas épocas, imprentas, aparatos de video y locución e interesantes exposiciones en las que se rinde tributo a los pioneros de distintos campos de la comunicación.
Allí también podemos leer las páginas del Telégrafo de Guadalajara, el primer periódico formal del estado de Jalisco.
Es en este punto de la visita, cuando las emociones llegan a su punto más alto: mientras admiramos tantos objetos históricos, la administradora del Museo, a sabiendas de que una periodista costarricense está extasiada frente a la historia y recuerdos de sus salas, se acerca con una copia fiel de los siete ejemplares impulsados por el cura Hidalgo, recubiertos por un sencillo pero elegante estuche.
Del corazón nace el abrazo fraternal de agradecimiento y en este mismo sitio, muy dentro de mí se engarzan para siempre, las palabras que destacan la fachada: “En este lugar en 1810, nació el Despertador Americano, primer periódico independiente brindando libertad de imprenta y alas para el pensamiento”.
Sabiduría ancestral que debemos tener en mente los pueblos libres, cuando de una u otra manera, gente inescrupulosa intenta acallar -o comprar con unas sucias monedas- el libre ejercicio del periodismo y del pensamiento.
Pie de foto: El Despertador Americano se publicó en 1810 en la imprenta que fundó en 1792 Mariano Valdés Téllez, en el edificio conocido como La Casa de los Perros, que hoy ocupa el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas (foto: M. Barzuna)