Álvaro Campos Solís, periodista.
El gol maravilloso, ese que humilla al portero frente a miles de aficionados. La anotación que se celebra en la tribuna con un cerrado aplauso y con gritos plenos de euforia en la taberna. La anotación, plena de belleza, prevista o espontánea, es la que convierte a esa actividad deportiva, por un momento, en una manifestación de arte.
Ese gol es, precisamente, el que contadas veces podemos disfrutar en los estadios costarricenses. Pasa una fecha con seis partidos. Comienza y termina uno, otro y otro campeonato y esa anotación, producto de la inteligencia, la sagacidad y la malicia no aparecen.
A los magos del balón parece que actualmente en nuestro país la tierra se los tragó. Las grandes estrellas del futbol individual o colectivo, dan la impresión de haberse ido de vacaciones. Los extranjeros rara vez brillan con luz propia.
En nuestros días el aficionado va al estadio para ver al partido de la fecha y de ser posible saborear el triunfo del equipo de sus amores. Sin embargo, desde que toma asiento se resigna a ver un encuentro de trámite, deslucido, sin pena ni gloria. Su ilusión apenas alcanza para ver a su equipo sumando puntos. Ni por asomo se le ocurre pensar que aquella tarde la belleza que exhiban los dos equipos será para no olvidar. Tiene razón. Al final, el partido fue solo de trámite. Apenas para mover la tabla
Las consecuencias están a la vista. El aficionado abandona el estadio -mas no a su equipo- cabizbajo, frustrado. El encuentro no llenó sus expectativas.
El problema radica en que la televisión nos muestra la genialidad de figuras que militan en equipos del futbol sud americano y europeo.
Otro problema, no menos importante, radica en que numerosos aficionados disfrutaron del talento de muchos jugadores que en anteriores generaciones se convirtieron en referencia del balompié nacional.
En ese sentido y para no herir susceptibilidades voy a mencionar solamente a uno de esos grandes que en la cancha era mitad jugador y mitad artista: Asdrúbal “Yuba” Paniagua. “El Maestrito”, como solía llamarlo la prensa, sus admiradores y los mismos entrenadores. Era genial. En alguna oportunidad le correspondió marcar a Pelé. Las exhibiciones que ofrecía correspondían de sobra con el valor del boleto. No había engaño.
Todos sabemos que se producen goles de la más diversa factura: de penal, de taquito, olímpicos, chilenas, de larga distancia que ingresa por uno de los ángulos superiores del marco. Algunos humillan al portero. Los que contienen belleza por lo oportunos o por el grado de dificultad son celebrados por todo lo alto. Por tirios y troyanos.
Algunas veces la bola ingresa al marco con potencia. Otras veces con dificultad besa la red. La afición siempre celebrará la conquista. Los parciales saltan y brincan, mientras que los adversarios guardan un respetuoso silencio. Se dan casos, aunque esporádicos, que el arquero felicita a su “verdugo”. Esa es parte del encanto que entraña el futbol. Gallardía y humildad.
También se dan casos, lamentablemente, de arqueros que no saben ni pueden digerir la derrota. Botan el balón, increpan al árbitro, incluso retan a los huevazos a la afición contraria. Penoso. cuando jugadores y afición carecen de disciplina y por añadidura hasta de humildad
Para ser más grafico diré que el aficionado al futbol costarricense, actualmente y con las excepciones de toda regla emprende el regreso a su casa pensativo, decaido. De camino opta por echarse un par de tragos, copa llena.
Finalmente retoma su caminata con un humor que apenas alcanza para entonar la última estrofa de Lamento Borincano, canción cubana que dice:
Pasa la mañana entera sin que nadie quiera su carga comprar.
Ay, su carga comprar. Todo, todo está desierto Y el pueblo está lleno de necesidad, ay, de necesidad
Se oye este lamento por doquier, en mi desdichada Borinquen, ¡Sí!
Y triste el jibarito va Pensando así, diciendo así
Llorando así por el camino….