El humor como herramienta sociocrítica

El humor como herramienta sociocrítica

Jacques Sagot, Revista Visión CR

Los Simpsons toman por blanco, una vez más, a la familia americana finisecular, pero extrapolan su crítica a la totalidad de la superficie social, y en ello constituyen un dibujo animado excepcional, una verdadera obra maestra del genio crítico de Matt Groening y sus escritores.  Los dibujos cultivan deliberadamente la estética del feísmo.  No solo hablo de la fealdad física de los personajes, sino también del desaliño, de la desprolija, chapucera factura del dibujo en general.  Lejos estamos de las películas animadas de Walt Disney.

Dentro de este universo de suyo feo, Los Simpsons mapean y seccionan la cultura norteamericana en diversos espacios sociales (Bourdieu).  Está el universo intrafamiliar (Homer, Marge, Bart, Lisa, Maggie, las tías Patty y Selma, el abuelo Abraham).  El universo del entertainment y la televisión (Rainier Wolfcastle, actor conocido por su personaje Mc Bain; la estrella de cine Troy McClure; Krusty el payaso, cuyo verdadero nombre es Herschel Smoichel Pinchas Yerucham Krustofsky; Bleeding Gums Murphy, saxofonista preferido de Lisa; Kent Brockman el locutor de noticias; sideshow Bob; sideshow Mel; el creador de dibujos animados Chester Lampwick; la cantante country Lurleen Lumpkin; Itchy y Scratchy, etc).

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El universo de la escuela de Springfield Elementary (los compañeros y compañeras de Bart: Milhouse, Martin, Ralph, las gemelas Sherri y Terri; el personal administrativo: director Seymour Skinner, Leopold, el “state comptroller Atkins”, el superintendente Chalmers; personal docente: los profesores Edna Krabappel, Jack Lassen, Ned Flanders, Elizabeth Hoover, Dewey Largo, Brunella Pommelhorst, el entrenador Krupt, el entrenador Fortner, Ms Audry McConnell, Ms Miles, míster Glasscock, míster Hippie, míster Kupferberg, Ms Evelyn Trunch, míster Johnson; el personal práctico: el jardinero y conserje escocés Willie, el chofer del bus Otto Man, la cocinera Doris, el psiquiatra J. Loren Pryor, Ms Myra, Missis Phips, Missis Calliope Juniper, los bullys Jimbo Jones, Dolph Starbeam, Kearny Zzyzwicz, Nelson Muntz y muchos más).  El universo del Kwik-E-Mart (el indio inmigrante Apu Nahasapeemapetilon, su esposa y una proliferación masiva de hijos).  El universo de la taberna (Moe Szyslak, Homer, Barnie Gumble y los dos borrachines siempre postrados sobre la barra).  El universo de la planta nuclear donde Homer –¡horror de horrores!– trabaja justamente como oficial de seguridad (Homer, Míster Burns, Wayland Smithers, Lenny, Carl).  El universo del asilo de ancianos Springfield Retirement Castle, (donde languidece en soledad el abuelo y patriarca familiar Abraham Simpson, junto a sus decrépitos amigos Jasper y el casi ciego Hans Moleman).

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El universo del vecindario, The Evergreen Terrace, Kwik-E-Mart, Pressboard Estates (Ned Flanders y su familia: Maud, Todd, Rod, Edna, el perro Baz y la jurásica Grandma Flanders; Milhouse Mussolini Van Houten, el mejor amigo y vecino de Bart, y sus padres Kirk y Luann).  El universo policial (el jefe Wiggum, Sarah Wiggum, su hijo Ralph, y Eddie y Lou, sus más leales asistentes).  El universo delictivo y gangsteril (sideshow Bob, Snake Jailbird, Jimbo Jones, Dolph Starbeam, Kearny Zzyzwicz, Nelson Muntz, Fat Tony y sus secuaces: Legs, Louie, Johnny Tightlips, Don Vittorio DiMaggio).  El universo médico (el doctor Marvin Monroe, el siempre risueño doctor Julius Michael Hibbert, el farsante doctor Nick Riviera).  El universo religioso (el reverendo Timothy Lovejoy Jr, pastor de la Western Branch of American Reform Presbylutheranism First Church of Springfield, su esposa Helen y su hija Jessica, la viejecita que toca el órgano durante los servicios, el respetado rabino del gueto judío de Springfield, Hyman Krustofky, papá del payaso Krusty).  El universo jurídico (el abogado Lionel Hutz, el juez Roy Snyder, Portia, el abogado del pelo azul, Gil Gunderson, Albert Dershman, Madison Mackenna, Kamala Harrison, Janet Reno). El universo de Seymour Skinner (Armin Tamzarian, su progenitora Agnes, personaje tomado de la madre de Norman Bates en Psicosis, de Alfred Hitchcock).  El universo científico (el profesor John I. Q. Nerdelbaum Frink –inspirado por El profesor chiflado de Jerry Lewis–, su esposa, sus dos hijos, los robots que han sido sus amantes).

El universo político (el alcalde Quimby, cuyo nombre completo es Joseph Fitzgerald O´Malley Fitzpatrick O´Donnell The Edge Quimby, apodado Diamond Joe: siempre aparece acostado con alguna rubia espectacular, entre ellas Miss Springfield y Cookie Kwan: está inspirado en la figura del senador Ted Kennedy, y del clan Kennedy en general).  El universo extraterrestre (los dos aliens Kang y Kodos y su nave espacial).  El universo de las tiras cómicas (La tienda de revistas y cartas de béisbol “The Android´s Dungeon”, perteneciente a Jeffrey Albertson, mejor conocido como Comic Book Guy).  El universo animal (los gatos Snowball I, II, III, IV y V, el elefante Stampy, la langosta Pinchy, el cerdo Plopper, los cientos de cachorros Greyhound, las iguanas Chirpy boy y Bart Junior, el pony Princess, la serpiente Strangles, el hámster Nibbles, el mono Mojo, el perro Santa´s Little Helper, el perro collie Laddie, etc).

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Estos espacios sociales cubren la totalidad de la superficie en que se mueven Los Simpsons.  Es la serie de dibujos animados más sagaz, aguda e implacablemente sociocrítica jamás producida.

Los Simpsons no han dejado un solo ámbito de su sociedad intacto.  Por doquier encontramos personajes phonies, charlatanes, impostores, simuladores, estafadores, incompetentes, vagabundos, oportunistas, imitadores, pedantes, locos, fanáticos religiosos, conniving artists, avaros, asesinos, ladrones, celebridades con “esqueletos en el clóset”, personajes de doble y triple discurso, pornófilos, políticos corruptos (en la silla reclinable del alcalde Quimby está inscrita la cita latina “corruptus in extremis”, esto es, “extremadamente corrupto”: otro tanto podría decirse de la mayoría de los personajes del universo Simpson).  Sí, es una familia disfuncional que vive en una sociedad disfuncional, aquejada de las aberraciones que tipifican la cultura estadounidense en todos los ámbitos de la actividad humana.  Homer Simpson, el pater familias, que parece imbecilizarse más conforme avanza la serie, plantea un dilema ético que no logro dirimir: ¿qué es en mayor medida: un idiota, o un malvado?  Porque pese a su torpeza, con frecuencia lo vemos tramando cosas perversas, especialmente en contra de su vecino, el adorable church goer Ned Flanders.  Pero, ¿no es cierto que para ser perverso es preciso ser inteligente?  ¡La gente imbécil suele ser inocua!  Pero Homer parece ser la excepción: pese a su palmaria estupidez, es también conniving, malévolo, malintencionado y desconsiderado.  Así que no sé cuál antivalor predomina en Homer, si la imbecilidad o la maldad.  En todo caso, es una fácil víctima de la publicidad televisiva, el americano consumista, el potato couch que zapea el televisor tomando su cerveza Duff y se lanza frenético a adquirir todo lo que los infomerciales le proponen como paraíso artificial.  Bart heredó todos sus vicios, pero viniendo de un niño el espectador tiende a ser más indulgente, y bien que mal ya teníamos a Daniel el Travieso y Macauley Culkin que nos prepararon para su advenimiento.  Lisa es el diamante de la familia, una niña con excepcionales sobredotaciones, ciudadana responsable y militante de todas las grandes causas en pro del planeta y su más vulnerable población.  Es por eso que representa una triste disonancia en su familia tanto como en Springfield Elementary.  Es una nerd: jamás será popular ni celebrada por sus compañeros.  Ha crecido acostumbrada a la inadaptación social y la marginación.  Es la Mafalda estadounidense.

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Los Simpsons es obra de genio.  La mejor serie de dibujos animados jamás creada.  Rindo tributo a Matt Groening y a su equipo de formidables escritores por haber engendrado un fenómeno de tan egregia calidad.  De hecho, ha generado una ciencia: la simpsonología.  Hay diccionarios, enciclopedias, estudios filosóficos, antropológicos, sociológicos, psicológicos, sociocríticos, psicoanalíticos, antropológicos, ensayos de género, de crítica de la cultura, de critique des moeurs, de ética, de psicología de masas, que les han sido consagrados.  Por cierto que en Los Simpsons la masa siempre se comporta como un rebaño descerebrado, que corre pegando gritos en una u otra dirección según lo que cualquier demagogo les señale.  El menos avezado flautista de Hamelín sería capaz de hacerlos ahogarse en un río al son de su flauta.  Buena ocasión para invocar la distinción que Spinoza hace entre multitud y muchedumbre: en la primera el individuo todavía es autónomo y tiene discernimiento propio (principium individuationis), en la segunda no pasa de ser un glóbulo más en la avalancha ciega y oclocrática de la enfurecida turbamulta: no tiene ni volición ni criterio propio: es una sola, descomunal alimaña con mil cabezas.  La masa, en Los Simpsons, siempre es muchedumbre, y no podría ser más fácilmente manipulable.

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La serie ha cultivado con inmenso éxito los géneros de tipo imitativo como el lampoon, la parodia, el pastiche, la caricatura, el simulacro, el remedo.  Para estas modalidades humorísticas han usado obras del teatro clásico, películas de Hollywood, comedias musicales de Gilbert and Sullivan, musicals, óperas, personajes canónicos de la historia, episodios bíblicos, episodios de la historia patria, leyendas urbanas, mitología grecolatina, cuentos de hadas, novelas célebres…  El resultado es siempre hilarante.  Sobra decirlo, la mitad del éxito de Los Simpsons procede de las voces de los grandes actores que les dan vida.  Son auténticos virtuosos: Dan Catellaneta, Hank Azaria, Harry Shearer, Julie Kavner, Nancy Cartwright, Yeardly Smith, Tress MacNeille, Pamela Hayden, Marcia Wallace, Russi Taylor, Christopher Collins, Maggie Roswell, Phil Hartman, Jon Lovitz, Kelsey Grammar, Joe Mantegna, James Earl Jones, amén del aporte ocasional de grandes actores invitados, como Glenn Close, Meryl Streep, Alec Baldwin, Kim Basinger, Kirk Douglas, Anne Bancroft, Mel Brooks, Dustin Hoffman, Albert Brooks, Danny de Vito y muchos más.  Resulta profundamente decepcionante el doblaje de Los Simpsons al español (de hecho, debería de ser prohibido, toda vez que muchos de los actores ni siquiera se esfuerzan por recrear el color vocal de los a originales).  He ahí, ya muerta, la mitad del potencial humorístico de la serie.  Por el contrario, el doblaje al francés es impecable, y en muchos aspectos iguala o supera al original.  Fuere como fuere, el hecho es que Los Simpsons ponen de relieve un hecho que no hemos comentado aún: el potencial humorístico de las voces humanas, con sus diferentes especificidades sonoras.  Algunos de los actores de Los Simpsons (el caso del inconfundible James Earl Jones y su voz de basso profondo, por ejemplo) utilizan sus voces naturales, pero la mayoría imposta un timbre, un color distintivo especialmente elaborado para el personaje que interpretan.  La voz de un actor es su principal elemento singularizador: pensemos en Laurence Olivier, Richard Burton, Peter Lorre, Humphrey Bogart, Clint Eastwood, Katharine Hepburn, Bette Davis, Marilyn Monroe, Sean Connery, Ralph Richardson, John Gielgud, Charles Laughton, Peter Ustinov, Cantinflas…  Todos ellos son fáciles presas de los impersonators.

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Sí, Los Simpsons son para mí el más inteligente, perceptivo, polifacético, multilayered trabajo de animación de la historia de la televisión.   Con 760 episodios y 38 años al aire, es una de las series más longevas de la historia: no menos de 17 000 minutos de hilaridad restallante.  Emitida en 65 países, ha ganado numerosos galardones, incluyendo 25 premios Emmy, 24 premios Annie (a la mejor animación) y un premio Peabody.  Por su parte, la revista Time la declaró en 1999 la mejor serie del siglo XX.  Existe incluso un “Día Internacional de Los Simpsons”: es el 19 de abril.  ¿Por qué?  Porque fue el 19 de abril de 1987 cuando por vez primera esta mítica familia entró, gracias a la televisión, en los hogares de miles de estadounidenses.  Por supuesto, el tiempo ha erosionado algo de su impacto, pero al día de hoy –16 de enero de 2025– sigue siendo una serie cuya audiencia no baja del millón de espectadores los domingos a las 7:00 pm, el horario en que se transmiten los nuevos episodios de cada temporada (22 programas al año).

Ahora bien: el blanco crítico de Los Simpsons es la sociedad estadounidense.  ¿Cómo explicar su éxito en países tan distantes culturalmente de los Estados Unidos?  Se explica con el triste hecho de que el tsunami de la globalización, subproducto del anarcocapitalismo corporativo, tentacular y selvático, el laisser faire, laisser passer neoliberal y minarquista al estilo de Ayn Rand, han uniformado y homogeneizado al mundo, borrando las especificidades culturales de los pueblos.  Es preciso entender que el humor de Los Simpsons nunca tuvo pretensiones universalistas: era un humor muy específicamente gringo, para consumo interno.  Quien no haya vivido durante años en los Estados Unidos será insensible a muchísimas sutilezas cómicas de la serie.  Pero, toda vez que la sociedad estadounidense se ha extrapolado a la totalidad del planeta, Los Simpsons han hecho reír a los habitantes más exóticos con respecto al país origen de la serie.  En otras palabras: hoy todos somos gringos.  Sí, sí, sí, estoy exagerando, pero en mi aserto hay un triste coeficiente de verdad, y ustedes lo saben.  Hay mil detalles cómicos en Los Simpsons que solo son eficaces dentro del código humorístico estadounidense.

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Matt Groening, crador de Los Simpson.

Ese código fue completamente ajeno a la Costa Rica de los años cuarenta y cincuenta, cuando el cine que nos llegaba era primordialmente mexicano: nuestro sentido del humor fue moldeado por Cantinflas, Tin-Tan, Resortes, Clavillazo, el Loco Valdez, Luis de Alba, Viruta y Capulina, y otros que por misericordia no mencionaré.  De vez en cuando nos llegaba algo de Argentina (Luis Sandrini, Jorge Porcel y Alberto Olmedo) o de Cuba (Leopoldo Fernández “Tres Patines”).  Cuando en nuestro país aterrizaron las películas de Jerry Lewis el público no las supo apreciar: se limitaba a quedarse perplejo ante las imbecilidades del personaje de marras.  No generaba risa en lo absoluto.  Pero a partir de los años sesenta se produce un cambio de paradigma humorístico: el cine hollywoodense barre de la escena las producciones de los estudios Televisa San Ángel y Churubusco, y en pocos años nuestro humor se americaniza.  Hoy en día las comedias mexicanas no tienen más que un grado modesto de presencia en la televisión, ninguno en el cine.  Parece mentira, que algo tan complejo como el humor (una sensibilidad, una estética, una ética, un código, un lenguaje, una antropología implícita, un fenómeno multifactorial) pueda mutar de manera tan radical en apenas una década.  En la Costa Rica de los años cuarenta Los Simpsons habrían dejado desconcertado e indiferente al público local.  El hecho de que sean disfrutados con tal deleite en nuestro país prueba una sola cosa: la infiltración americana en Costa Rica ha sido tan avasalladora, que ya podemos con toda propiedad considerarnos un apéndice cultural de los Estados Unidos.  No juzgo nada: soy, por principio, un partidario del multiculturalismo, pero me preocupa cuando este se transforma en deglución y fagocitación total de una cultura por otra: ahí no hay intercambio, sino deculturación de una de las comunidades, y totalitarismo cultural de la otra.  Un proceso completamente asimétrico de sojuzgamiento cultural.  De eso pueden salvarse los países con un principio de identidad colectiva muy acendrado, tal el caso de México, Argentina, Chile, Cuba, Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, pero no un paisecito tan endeble cultural e identitariamente como Costa Rica.  Hoy, esta nación se deleita con la flatulenta, excrementicia, rupestre, zafia línea cómica de Eddie Murphy, Jim Carrey, Mike Myers, Chris Farley, Will Ferrel, Rob Schneider, Andrew Dice Clay, Lisa Lampanelli… y en medio de todo ese detritus un diamante como Andy Kaufman, un genio de la comedia, un innovador, un iconoclasta, que el cáncer de pulmón nos robó en mayo de 1984, cuando solo tenía treinta y cinco años de edad.

HOMERO Y NED FLANDERS MEJORES AMIGOS - LOS SIMPSONS CAPITULOS COMPLETOS EN ESPAÑOL LATINO REACCION

Resulta imposible encapsular en una fórmula la magia de Los Simpsons.  Lo primero que hay que decir es que they sure are not for all tastes.  Conozco gente que los detesta.  Muchos aducen que constituyen el peor ejemplo concebible para las familias en todo el mundo, en particular para los niños.  Aquí urge subrayar un punto de la mayor importancia.  Cuando vemos en la pantalla a Homer Simpson narcotizado por la televisión, bebiendo cerveza Duff, eructando a cada momento, rascándose las nalgas, zapeando canales, o vociferando y estrangulando a Bart, el mensaje del programa no es: “sea así”.  Antes bien, es: “no sea así.  No imite a este ridículo orangután, no adopte sus disvalores, no reproduzca sus costumbres, no lo tome por modelo de vida”.  Es imperativo que la gente no se llame a confusión en este punto.  Los Simpsons son antimodélicos, encarnan todos los vicios de una sociedad y de una familia en el seno de ella.  ¿Por qué nos hacen reír?  Porque nos reconocemos en ellos, pero eso no es culpa de Los Simpsons, que antes bien, tienden a producir un efecto revulsivo, revisionista, suspicaz sobre las venerables instituciones que la sociedad ha sacralizado.  Sí, por supuesto que Los Simpsons nos ponen un espejo frente a nosotros, pero mala cosa sería que le disparáramos al espejo.  Hay risa desde el momento en que nos reconocemos e identificamos con algunos de sus rasgos.  Esta es una condición de posibilidad de todo humor.  Pero Los Simpsons no nos invitan a imitarlos, sino a alejarnos cuanto sea posible de ellos.  Lo que es más: hay espectadores que se sienten sonrojados e incómodos, a tal punto ven en esa fauna de personajes disfuncionales el reflejo de sus propias vidas.

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Los Simpsons no proponen una apología del modo de vida americano.  Lo retratan utilizando el humor para lo que este sabe hacer mejor: ridiculizar.  Cela étant dit, sucede con esta familia lo mismo que con las familias de las series antes mencionadas: no importa cuán rocambolesca sea la historia de cada capítulo, la ternura, el perdón, el amor terminan por redimir a los personajes y darle a cada episodio el happy ending que es inherente a la retórica fílmica estadounidense.  Sí: la unión familiar (por asimétrica, injusta y podrida que sea) termina por prevalecer.  De otra manera la serie jamás habría sido digerida por el telespectador americano.  Todo lo que se produce allá, debe cumplir con este sagrado mandamiento.  Si este se acata, any director can get away with murder: se pueden exhibir las conductas más aberrantes, que la gente las degustarán y aplaudirán.  Cierto: Kirk y Luann –los papás de Milhouse, mejor amigo de Bart– se divorcian, y Ned Flanders se queda viudo.  Pero jamás, jamás, jamás veremos un episodio en el que Homer y Marge se divorcien de manera definitiva, o muera uno de los dos.  La irreverencia y la causticidad crítica de Los Simpsons tiene un límite: todo es aceptable, siempre y cuando el episodio termine en Do mayor y compás de cuatro por cuatro.

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