Pablo Corso, periodista y profesor de comunicación.
Un estudio realizado en el Caribe por CABI, organización matriz de SciDev.Net dedicada a proveer información científica para la resolución de problemas agrícolas y ambientales, identificó 171 especies invasoras que traen perjuicios a la salud humana y animal y al desarrollo económico.
La Guía de animales exóticos e invasores del Caribe indicó la existencia de 1.004 especies invasoras de las que se detalló información de 171.
La región es uno de los principales centros de biodiversidad del mundo, con altas tasas de endemismos (hábitats exclusivos) entre sus 520 especies de reptiles, 189 de anfibios, 564 de aves y 69 de mamíferos. De las 11.000 especies de plantas identificadas en la región, la guía señala que 72 por ciento son endémicas.
Pero esta riqueza está amenazada por organismos llegados de forma intencional o accidental a lugares en donde encontraron condiciones para prosperar.
“El impacto de los gatos salvajes fue particularmente severo”, agrega en un correo electrónico a SciDev.Net Arne Witt, autor de la guía, que revela que esos animales depredaron al menos 175 especies de vertebrados en 120 islas de todo el mundo.
Y al menos un cuarto de las extinciones recientes de reptiles en el Caribe son atribuibles a las introducciones de mangostas, precisa el investigador.
Ante este panorama, tanto el Caribe como Sudamérica deberán redoblar sus esfuerzos para cumplir con el Marco Global de Biodiversidad, que busca reducir a la mitad la tasa de introducción de organismos invasores para el año 2030.
Para ello es imprescindible “que no lleguen nuevas especies invasoras, lo cual tiene mucho ver con la bioseguridad y el control de fronteras”, plantea Aníbal Pauchard, coordinador del informe de la plataforma IPBES, que reveló que las actividades humanas llevan introducidas más de 37.000 especies exóticas en el mundo.
Un conflicto omnipresente
Esa dinámica tiene un impacto significativo en la producción de alimentos, con pérdidas globales de hasta el 40 por ciento de las cosechas.
Los invasores también pueden afectar la salud humana. La rata negra, originaria de Asia tropical, es huésped de la bacteria causante de la peste; los mosquitos africanos son vectores del dengue y la fiebre amarilla.
Las especies invasoras también pueden tener impactos sobre la salud animal. La garrapata Amblyomma variegatum, por ejemplo, causa enfermedades cutáneas, infecciosas y hemorrágicas a rumiantes.
La propagación de especies invasoras “debe verse como parte de un mismo proceso, en el cual el ser humano ha enredado a todas las comunidades biológicas, con una sumatoria de impactos devastadora”, advierte Pauchard.
Uno de los casos más famosos es el de los hipopótamos de Pablo Escobar que llevó a su finca cuatro ejemplares que empezaron a reproducirse hasta alcanzar los 130 individuos. En África, esos animales causan más muertes humanas que los leones, recuerda el naturalista argentino Claudio Bertonatti.
Los perjuicios de las especies invasoras se expanden por toda Latinoamérica. Casi 150.000 castores dañan los bosques de Argentina y Chile, con pérdidas por 135 millones de dólares; la liebre europea avanza sobre territorio peruano alimentándose de cultivos para consumo humano, como quinoa, avena, alfalfa y papa.
En el norte de la región también causan estragos la rana toro, cuyas secreciones tóxicas pueden afectar a gran cantidad de especies. Otros organismos de alto impacto son el coral blando, que deteriora el hábitat de peces y perjudica a los pescadores; y el pez león, “frecuente en los acuarios, pero con un veneno muy poderoso en las aletas”, describe Bertonatti.
Abanico de respuestas
Dada la extensión del problema, las estrategias de manejo deben abarcar actividades de detección temprana y respuesta rápida, advierten los autores de la guía de CABI.
“El control integrado es la manera más efectiva de erradicar a los mamíferos”, explica Witt. Las invasiones de gatos, por ejemplo, suele contenerse mediante la caza y el uso de trampas, en combinación con operativos de envenenamiento o de liberación de enfermedades virales.
Pauchard agrega que las técnicas también varían de acuerdo con el grupo de especies: “Los insectos son muy difíciles de erradicar una vez que están establecidos, mientras que mamíferos como conejos o roedores pueden eliminarse con cierta facilidad de las islas”.
Aunque la menor superficie de las islas y el hecho de estar rodeadas de agua contribuyen a esas tareas, su propia naturaleza también puede complicarlas, ya que a veces es demasiado tarde para actuar. “Los animales nativos isleños evolucionaron sin predadores, así que cuando se introdujeron, no tuvieron escapatoria”, razona Witt.
Más allá de cada contexto, las técnicas de manejo deben abordarse “con extremo cuidado de posibles daños al ambiente y efectos colaterales no anticipados —advierte Pauchard—. Para eso hay que usar la ciencia, la experiencia y el conocimiento local”.
En esa línea, CABI trabaja junto a agricultores en la provisión de herramientas digitales y en clínicas que buscan disminuir las pérdidas causadas por plagas y enfermedades, además de avanzar en la creación de un fideicomiso que asegure los recursos financieros para combatir a las especies invasoras.