Luis Paulino Vargas, economista y académico.
Guimaraes crítica a Jafet Soto: «lo que usted hace es ‘antifútbol’». Guimaraes tiene razón y, al mismo tiempo, no la tiene.
La cosa es que el fútbol es lo que es, y todas sus reglas se resumen en una cosa: ganar. O, en este caso, clasificar.
Y Soto hizo lo que había que hacer para lograr ese objetivo. Lo hizo dentro de las reglas vigentes y lo logró. No hay derecho a quejarse.
Alajuelense y Guimaraes no lo lograron. Vale decir: de nuevo los fantasmas vagan por el Morera Soto; de nuevo La Liga falla en el momento clave. Tampoco hay aquí derecho a quejarse.
¿En qué tiene razón Guimaraes? En que, más allá de lo que las reglas estipulan, hay ciertos valores, un particular basamento moral, un cierto posicionamiento ético, que son inherentes al fútbol. Es algo que va porque va: inevitable e ineludible.
Igual que las reglas escritas, estas normas no escritas siempre están ahí. Solo que, distinto a aquellas reglas, estas normas caen dentro del ámbito de decisión de cada quien.
Dependiendo de las opciones elegidas, el fútbol se ennoblece o se envilece.
El resultadismo y la mercantilización empujan al envilecimiento. No violentan las reglas escritas. En su lugar, corrompen las normas no escritas.
Soto es experto en esto último. Inigualable, incomparable. Nadie como él sabe enlodar el fútbol, afearlo, percudirlo e impregnarlo de un tufo muy desagradable.
Pasa como con la democracia y el Estado de derecho. Tienen sus reglas escritas que, al ser violentadas, se incurre en un proceder ilegal que debe ser penalizado, según lo que las mismas leyes prescriban. Pero también conllevan un compromiso moral y una exigencia ética. Cuando esto último no existe, la democracia decae y se empobrece incluso si no se rompen las reglas. Es, por ejemplo, lo que hizo cada político cuando mintió al hacer promesas que nunca se esforzó por cumplir.
Es lo que cotidianamente hacen Rodrigo Chaves y Pilar Cisneros, con sus mentidero incansable y sus ataques y sus ofensas y sus insultos y su obscenidad. Y, también, con su grotesco clasismo.
Y así, muy similar, con Soto y el fútbol.
Por lo demás, queda para la historia que, una vez más, a Alajuelense se le quema el pan a la entrada del horno.
Aún queda un capítulo pendiente de ser escrito. Ya veremos en qué concluye.