César Fernández Rojas, profesor jubilado.
Vivir la ética es la noción interior de lo que es bueno, correcto y justo. La ética, la moral y los valores están correlativamente integrados: subyacen en nuestra mente, nuestros pensamientos, nuestras actitudes y comportamientos. La integridad de cada actitud y de cada comportamiento refleja el fulgor de nuestra capacidad moral y, a su vez, contribuye con otras personas para que alcancen su propio brillo moral.
Servir a quien nos necesita es una virtud humanitaria. Servir con bondad para extender una mano al anciano que desea subir al bus, ayudar a cruzar una calle. Servir en el ebais, la clínica, el hospital, los bancos. Sirve el chofer del autobús o el taxi atendiendo con amabilidad.
Sirve quien recolecta basura en los lugares públicos del barrio o la comunidad, quien da ayuda voluntaria en la biblioteca pública, Bomberos y Cruz Roja. Sirve quien da alimentos, brinda amistad a un recién llegado, cuida un enfermo, consuela a quienes sufren, asiste espiritualmente a quien lo necesita. Sirve quien se esmera con su familia en el hogar. Como dice Maslow, la gran lección es que lo sagrado se esconde en lo ordinario, en la vida cotidiana: en los vecinos, los amigos, la familia, la comunidad.
Sirve quien realiza con rectitud el voluntariado como lo hacen los costarricenses de buena voluntad en el solidarismo, el cooperativismo, la biodiversidad, en asociaciones sin fines de lucro. Existen centenares de organizaciones no gubernamentales realizando una inmensa variedad de servicios y funciones humanitarias. La persona que por su propia iniciativa emprende actividades de interés social desarrolla compasión y amor al fundirse con el otro como una sola persona. Es el fundamento ético, el ethos de nuestra forma peculiar de ser.
No se puede forjar una vida ejemplar si no existe un comportamiento esculpido por la prudencia, el compromiso, la seriedad, el respeto y el entusiasmo por fortalecer la vocación del servicio humanitario.
La moral construye cada instante de la vida. Se encuentra en la trascendencia de las propias actuaciones: tal es la fuerza al ejercer la libertad. Se debe ser consciente de los efectos y las consecuencias de la conducta personal .¿Se requiere de una deontología moral a todo nivel y en todas las instancias? Probablemente, los códigos de ética y los reglamentos disciplinarios serían innecesarios cuando la ética, la moral, los valores y las virtudes hunden sus raíces en el vínculo social de una respetuosa coexistencia.
Un cuento adaptado de la India: Las dos vasijas, relata que había una vez un aguador y su trabajo consistía en recoger agua para después venderla y ganar unas monedas. Para transportarla usaba dos vasijas colocadas una a cada extremo de un largo palo que colocaba sobre sus hombros. Una estaba en perfecto estado y la otra estaba agrietada.
La vasija que no tenía grietas se sentía maravillosamente. – ¡El aguador tiene que estar muy orgulloso de mí! – presumía a su compañera.
En cambio, la vasija agrietada se sentía mal. Se veía a sí misma defectuosa y torpe porque iba derramando lo que había en su interior. Un día, cuando tocaba regresar a casa, le dijo al hombre unas sinceras palabras.– Lo siento muchísimo… Es vergonzoso para mí no poder cumplir mi obligación como es debido. Con cada movimiento se escapa el líquido que llevo dentro porque soy imperfecta.
El aguador, que era bueno y sensible, miró con cariño a la apenada vasija y le habló serenamente.– ¿Te has fijado en las flores que hay por la senda que recorremos cada día?– No, señor… Lo cierto es que no.– Pues ahora las verás ¡Son increíblemente hermosas!-
Emprendieron la vuelta al hogar y la vasija, bajando la mirada, vio cómo los pétalos de cientos de flores de todos los colores se abrían a su paso. Quiero que sepas que esas hermosas flores están ahí gracias a ti.
– ¿A mí, señor?… La vasija le miró con incredulidad.– Sí… ¡Fíjate bien! Las flores sólo están a tu lado del camino. Siempre he sabido que el agua se escurría por tus grietas, así que planté semillas por debajo de donde tú pasabas cada día para que las fueras regando durante el trayecto. Aunque no te hayas dado cuenta, todo este tiempo has hecho un trabajo maravilloso y has conseguido crear mucha belleza a tu alrededor. La vasija se sintió muy bien contemplando lo florido y lleno de color que estaba todo bajo sus pies ¡Y lo había conseguido ella sola!
Todos en esta vida tenemos capacidades para hacer cosas maravillosas, aunque no seamos perfectos. En realidad, nadie lo es. Hay que pensar que, incluso con nuestros defectos, podemos sacar cosas buenas para nosotros mismos y para el bien de los demás.