Pedro Alberto Soto Sánchez.
Con frases impactantes, simplistas pero muy provocadoras, Rodrigo Chaves se posiciona como un “no político” que defiende al ciudadano común.
Chaves es una especie de producto comunicacional que ha vaciado de contenido la discusión nacional. Es evidente que las intervenciones del presidente expresan más cálculo electoral que una visión de Estado para mejorar la calidad de vida de la ciudadanía. Con sus arengas, Chaves (Pilar también) fomenta una dinámica de enfrentamiento civil multidimensional.

Un enfrentamiento que alcanza su punto máximo cuando, de manera sistemática, socava la reputación y la legitimidad de las instituciones. “Ni el fiscal, ni la Asamblea ni la Contraloría me dejan trabajar”, “El poder judicial es corrupto”. Así pretende colocar en esas mismas instituciones a “jaguares” leales que le faciliten gobernar sin controles ni oposición.
Pero bueno, eso es lo que hay. Una parte del electorado lo prefirió como presidente. Chaves resultó un experto en el manejo del discurso antisistema. Convenció a sus partidarios de que él combate a los corruptos y que es nuestro “mejor defensor”.
¿Y los responsables?
¿Por qué hemos llegado hasta esta situación? Muchos factores lo pueden explicar. Ahora solo menciono uno. Los partidos tradicionales, el PLN y la Unidad, y también el PAC, son responsables del ascenso del populismo rodriguista.
No lograron implementar las modificaciones necesarias para corregir y fortalecer el modelo democrático heredado de los reformadores y movimientos sociales de mediados del siglo XX. Aunque dicho modelo se mantuvo en funcionamiento hasta principios de los años 80, sus prioridades cambiaron con la introducción de los programas de ajuste estructural.
Las instituciones se volvieron fines en sí mismo, la burocracia perdió su vocación de servicio, emerge una tramitología paralizante, surgen islas de poder, se desvanece la visión compartida (el mayor bienestar posible para mayor cantidad de personas posible), los partidos políticos abandonan sus bases ideológicas y se convierten en máquinas electoreras especializadas en traficar influencias.
La bancarrota es total cuando la corrupción empieza a ser una práctica común de políticos, funcionarios y empresarios irresponsables. Fondos de emergencia, la trocha, Caja – Fischel, Alcatel, diamante, cochinilla, el cementazo, entre otros, resuenan en la mente de los costarricenses como casos repudiables.
En lo económico se endiosa lo privado en detrimento de lo público. El estado reduce su participación, se concede la obra pública, se robuste a los importadores, se profundiza la inversión extranjera directa, al mismo tiempo que la banca y el sector financiero acrecientan su poder. Ahora es prioridad, la apertura e integración plena a la economía global. El TLC, que le permitiría a los trabajadores “llegar a trabajar en un BMW”, es el mejor ejemplo de ello.
Antes de los 80s, el sistema económico se direccionaba con base en decisiones políticas. A partir de ese periodo empieza a ser dirigido por medio de los criterios de riesgo y rentabilidad prácticamente automatizados. El sector financiero impone su ley.

El crecimiento económico, la diversificación de las exportaciones, las ganancias de las entidades financieras, el aumento de la inversión extranjera, la política de concesiones de obra pública no produjo bienestar a la sociedad en su conjunto.
Creció la desigualdad, aumentó la cantidad de personas “pulseándola” en la calle, el “desarrollo” se concentró en el GAM, se abandonó la agricultura para el mercado interno, los servicios públicos se deterioraron, los gobiernos locales se consolidaron como herramienta de clientelismo político, no hay justicia “pronta y cumplida”, no hubo política de salarios crecientes, aumentaron los problemas de vivienda para la mayoría social, surgen nuevos problemas relacionados con la inseguridad, el tráfico de drogas, la salud mental, las adicciones y la violencia contra la niñez y las mujeres.
La gente se desencantó de la política y de los políticos. Desde el 2002, se empezó a manifestar ese desencanto. Los costarricenses empezaron a votar por alternativas a los partidos tradicionales. Eso le permitió al PAC elegir diputaciones importantes y hasta ganar dos veces el Poder Ejecutivo. Pero ni el PAC, ni Liberación Nacional, ni la Unidad pudieron formular opciones creíbles y realistas para acabar con la desconfianza de la gente. Por el contrario, se profundizó.
En el 2022, el movimiento de Rodrigo Chaves no desaprovechó la oportunidad. Y aquí estamos ante la posibilidad real de que pueda continuar. No para modificar ninguno de los problemas estructurales. No para encabezar un movimiento de cambio que tenga como prioridad los intereses de la mayoría social.

Vivimos un tiempo de decisiones fundamentales. Como ciudadanía debemos elevar nuestra capacidad de distinguir entre lo falso y lo verdadero, entre lo bueno y lo malo, entre lo mediocre y la excelencia. La deriva autoritaria (40 como Pilar) no es nuestra elección.
La defensa de la institucionalidad democrática sin propuestas de cambio y mejora para muy poco sirve.
Los sectores democráticos y progresistas deben superar su impotencia para determinar y caracterizar un futuro significante y atractivo para la mayoría social.
Ese es nuestro gran reto.
Visitado 37 veces, 37 visita(s) hoy