Un buen adiós

Un buen adiós

Carlos Francisco Echeverría, exministro de Cultura.

“Así es mi despedida: un buen adiós desde el final del largo camino que juntos hemos recorrido.  Un buen adiós que emana de un corazón satisfecho”. — Óscar Arias Sánchez.

La EUNED publicó hace poco el libro Páginas de mi memoria, de Óscar Arias. Como el título lo indica, no se trata en rigor de una autobiografía, sino de una selección de recuerdos, tanto personales y familiares como políticos e históricos. El libro, escrito en prosa fluida y elegante, contiene además una serie de reflexiones y exhortaciones, en especial dirigidas a lectores jóvenes. Está ampliamente ilustrado, sobre todo con fotos del autor en compañía de personalidades políticas internacionales. Tiene prólogos escritos por Francisco Antonio Pacheco y Jacques Sagot. La edición, a cargo de Gustavo Solórzano-Alfaro, es impecable.

Puede ser una imagen de una persona y texto

A nadie sorprenderán los pasajes iniciales en los que brilla, por decirlo así, la conocida autoestima del autor, extendida esta vez, de forma entrañable, a su familia inmediata.  Si a alguien esas cosas le molestan, ignórelas.  Pase las páginas.  Hay mucho, más adelante, que justifica a plenitud la lectura del libro.  No voy a describir aquí su contenido.  Mucho de lo histórico es conocido (el plan de paz para Centroamérica, el TLC, el Plan Escudo…) aunque las palabras del expresidente exponen alcances y matices que la mayoría de nosotros desconoce.  Tiene especial interés la intrahistoria de las negociaciones del plan de paz, en las que Arias debió enfrentarse, desde antes de su primera toma de posesión presidencial, a la arrogancia de la administración Reagan y sus representantes. A este lector, en particular, le complació enterarse de la efectiva expulsión del país del entonces director de la AID, que desempeñaba funciones de procónsul imperial con intolerable desparpajo.

De aquella primera administración Arias (1986-1990) cabe señalar algunas cosas que abrieron brecha: la designación de una mujer, por primera vez, como vicepresidente de la República; la aprobación de la Ley de Igualdad Real entre hombres y mujeres, la creación del programa de informática educativa y de la Fundación Omar Dengo, y el haber puesto a la vivienda en el primer plano de la agenda política.

Centroamérica de hace 30 años con respecto a la actualidad en Guatemala: con el ex presidente

También hubo algunos hitos de carácter simbólico, pero no por ello menos importantes: se celebró por primera vez el Día de la Abolición del Ejército, y se conmemoró el centenario de la consolidación de la democracia en Costa Rica, con una de las primeras cumbres hemisféricas y la inauguración de la Plaza de la Democracia. Junto con la paz en Centroamérica vino la renegociación y la condonación parcial (por $1000 millones) de nuestra deuda externa, así como de un despegue notable de la industria turística.  En términos generales, fueron buenos años para el país.

Concluido su primer gobierno, y ya con la credencial del Premio Nobel de la Paz, Arias se dedicó a promover iniciativas de desarme.  Tuvo éxito en lograr la abolición de los ejércitos en Panamá y Haití, no así cuando lo intentó en varios países africanos.  Tampoco cuando, junto con otros ganadores del Nobel, ha procurado la prohibición de las armas nucleares.

Quince años después de haber dejado el gobierno, Arias decidió lanzarse de nuevo a la arena de la política nacional, luego de que se lo permitiera una cuestionada decisión de la Sala Constitucional.  Si la primera de sus administraciones estuvo marcada por la negociación de la paz en Centroamérica, la segunda (2006 – 2010) lo fue por la crisis económica internacional que se desató en 2008 con el colapso de los sistemas financieros. Esa crisis afectó menos a Costa Rica que a otras naciones, gracias en gran medida al Plan Escudo del gobierno.  Arias saca pecho al recordar que “en Costa Rica no cerró ninguna empresa grande. No quebró ningún banco privado o estatal.  No se desató la ola de desahucios que despojó de su vivienda a millones de personas en el resto del mundo” y aprovecha para lanzar un dardo: “Aquellos que se apresuraron a tacharnos de neoliberales, harían bien en investigar cuál gobierno neoliberal en el mundo destina la mitad de su presupuesto al gasto social. Porque, a la hora de la verdad, fuimos nosotros quienes estuvimos al lado de los más humildes y de los más vulnerables.”  Es cierto que esa política social dejó secuelas estructurales, sobre todo en el empleo público, que luego nos pasaron la factura.  Pero no hay duda de que en su momento mitigaron en gran medida los efectos de aquella terrible crisis económica.

Óscar Arias: En mis gobiernos Costa Rica nunca recibió órdenes de Washington

En esos años turbulentos Costa Rica suscribió tratados comerciales con los tres grandes bloques de poder mundial: los Estados Unidos, la Unión Europea y la República Popular China. El primero de ellos se aprobó al cabo de años de discusiones, y luego de un disputado referéndum que partió las aguas de la política y la sociedad costarricenses. Aparte de dar continuidad al desarrollo económico del país, basado en gran medida en la inversión extranjera, el TLC con Norteamérica comportó la ruptura del monopolio del ICE en las telecomunicaciones (se acabaron las largas filas y las listas de espera para obtener una carísima línea celular) y la concesión de obra pública en aeropuertos, muelles y carreteras, que han cambiado la infraestructura de transportes del país.

Es difícil imaginar la Costa Rica de hoy sin esa apertura económica. Al mismo tiempo, es triste comprobar que el nuevo dinamismo no fue aprovechado para sanear las finanzas públicas ni para poner las bases de un futuro más equitativo y sustentable. Por el contrario, el continuo deterioro del tejido social y de los servicios públicos en los años siguientes explican en gran medida la situación actual del país.

En el plano internacional, cosas que en su momento tal vez no recibieron mucha atención, como el reconocimiento del Estado de Palestina (paso que luego siguieron otros países latinoamericanos) adquieren nuevo relieve a la luz de la actualidad.  En particular, fueron importantes las gestiones para el Tratado sobre el Comercio de Armas aprobado finalmente por las Naciones Unidas en 2013, y que Arias considera “el mayor aporte que Costa Rica le ha dejado a la humanidad, su mayor título de gloria en el campo de la diplomacia”. Ya fuera del gobierno, en 2016, Arias tuvo las hormonas para plantarse en la Asamblea Nacional de Venezuela, invitado por la oposición, y decir: “Una mayoría de este país vive en condiciones indignas.  El mundo entero contempla, desolado, cómo la nación venezolana es gobernada por un régimen que concentra el poder sin control alguno … en donde la riqueza se ha esfumado entre la ocurrencia, la corrupción y la ineficiencia”.

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Como lo sabe cualquier persona que lea periódicos, además de esas áreas de luz hay en la biografía de Óscar Arias otras de sombra. Estas pertenecen sobre todo al ámbito privado. El libro no las toca, salvo quizá en alguna alusión indirecta a intrigas o extorsiones, y en esta punzante afirmación: “Si la historia bíblica de la mujer adúltera hubiera tenido lugar en Costa Rica, la pobre mujer habría muerto apedreada, porque hay en el país demasiadas personas que se sienten dignas de tirar la primera piedra, y además esconder la mano”. Si se da crédito a algunos de los señalamientos que se le han hecho al expresidente – y yo no se lo niego – es preciso hacer un esfuerzo para deslindar los logros del hombre público de su conducta privada. Es un esfuerzo que vale la pena hacer, porque lo político nos concierne a todos en un sentido mucho más amplio que lo personal, y en este caso estamos ante el legado de uno de los estadistas más determinantes de nuestra historia.

Ese legado se nutre, hay que decirlo, de una cultura muy vasta, en la cual parecen pesar más las fuentes literarias y artísticas que las del derecho, la economía o incluso la filosofía. El propio autor lo subraya al decir que, si bien la política ha sido su oficio, el arte es su verdadera pasión. La ópera y la poesía, que le acompañan desde la niñez, lo emocionan especialmente.  Sin embargo, su verdadera obsesión, el hilo conductor de su vida política desde el inicio, lo que él llama su “hermosa locura”, es la búsqueda de la paz.

1987 – Oscar Arias Sánchez

En esa búsqueda, Óscar Arias ha tenido la fe del carbonero.  Ni siquiera en las circunstancias más adversas ha dejado de tener esperanza.  Hoy, cuando la paz mundial se ve gravemente amenazada por la locura horrible de unos pocos gobernantes, cabe citar este párrafo de sus memorias:

Los seres humanos no estamos irrevocablemente dirigidos hacia nuestra propia destrucción.  Hay cientos de corazones, miles de corazones, millones de corazones dispuestos a ensanchar el camino hacia la paz.  La historia de la humanidad ha sido narrada en silencio por las madres que lloran la muerte violenta de sus hijos. Es hora de darles consuelo. El mundo es capaz de escribir otra historia.  Tenemos la pluma en las manos y tenemos también el tintero y el papel. ¿Sabremos tener la voluntad?  La paz no es el fruto del esfuerzo de una persona, de un grupo o siquiera de una generación.  La paz es un bien colectivo.  O se mantiene por el esfuerzo de todos, o se debilita por la indiferencia de todos. La paz dista mucho de ser un producto acabado.  La estamos construyendo con la memoria, que ha de servirnos de advertencia.  Y la estamos construyendo con la esperanza, que ha de servirnos de aliento. ¡Hay tanto que hacer en la fragua de la paz y es ardua la faena!  Pero sin importar los sacrificios, sin importar las entregas, no hay labor más noble que la de asegurar que la vida sea una aventura feliz sobre la Tierra”.

 

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