Jacques Sagot, Revista Visión CR.
Un episodio televisivo que hirió el amor propio de los costarricenses. Me refiero a la serie South Park (cuyo humor negro, cáustico, vitriólico y soez adoro). Ya nuestro país había sido escenario de varios episodios de las series The Kardashians y The Bachelor. Pero South Park ofendió a muchos costarricenses, ese tipo de gente que opta por dispararle al espejo cada vez que este les devuelve una imagen poco halagadora de sí mismos.
En este episodio (“Rainforest Shmainforest”, primer capítulo de la tercera temporada), los chiquillos van de excursión en bus a través de todo México, Centroamérica, y llegan por fin a Costa Rica. Lo que se ve es miseria, casas ardiendo, disparos, conflicto social, más miseria, y por fin tres horrorosas prostitutas de pie, aburridas, al lado de un tugurio, esperando clientes. El gordo Cartman interactúa con ellas, y pretende tomarles una foto. De nuevo: lo más estúpido que en estos casos cabe hacer es dispararle al espejo. El programa “de la discordia” data de abril de 1999.
En ese momento histórico, Costa Rica era, en efecto, uno de los paraísos sexuales del mundo entero. Sigue siéndolo, y la situación no ha hecho sino agudizarse. Las provincias más afectadas son Puntarenas, Limón, Guanacaste y San José.
Un grupo de unas trescientas mujeres se han unido a una asociación latinoamericana para defender el comercio sexual. Tal es el caso de la Red de Trabajadoras del Sexo (Trasex), que arguye que el turismo sexual es una gran fuente de empleo que no solo genera divisas para las trabajadoras sexuales sino también para casinos, hoteles, restaurantes y demás centros turísticos. “Es necesario que se genere el turismo sexual siempre y cuando se trabaje con personas mayores de edad, ya que gracias a esto muchas mujeres pueden mantener a sus hijos, pagar sus casas y tener qué comer” -dijo en su momento Grettel Quirós, extrabajadora sexual de la Red Trasex-.
No obstante -aducen otros-, el comercio sexual es un hecho que afecta seriamente nos solo a quienes se ven obligadas a ejercerlo por ausencia de otras fuentes de trabajo, sino a la imagen del país en el exterior como destino turístico. “Nos perjudica mucho, pero estamos tratando de contrarrestar esta imagen con un código de conducta para ayudar en la lucha contra la explotación comercial de niños, niñas y adolescentes” -dijo don XXX, presidente de la Cámara Costarricenses de Turismo de Costa Rica-. Fuere como fuere, las imágenes presentadas por South Park son perfectamente fieles a la realidad social de este ultrajado país. No vemos nada en el dibujo animado que no sea cierto. Y el tema de las prostitutas es, antes bien, understated. Podría haber sido peor.
San José es un burdel. Pues sí. Esa es la verdad, y no pienso cosmetizarla con figuras retóricas destinadas a atenuar el sentido de las palabras. Tampoco tengo el menor interés en ser “políticamente correcto”, noción que desprecio y de cuya práctica me eximo.Creo que la prostitución cumple una función innegable en la economía libidinal de una sociedad -siempre y cuando sea ejercida dentro de los marcos éticos que le han sido pautados-. No estoy aquí para quemar a nadie: execro a los que andan siempre con la tea lista para hacer arder sus piras expiatorias. Pero creo que, desde el punto de vista de la planificación urbana -eso que nunca ha existido en San José- la prostitución debe tener sus áreas asignadas. Recuerden, amigos y amigas, la respuesta apabullante de don Ricardo Jiménez Oreamuno, cuando en 1934 le propusieron cercar las zonas rojas de la capital. “¡Habría que cercar la totalidad del país!” -respondió el mandatario, célebre por su agudeza mental y el carácter lapidario de sus ripostas-.
Los parques Central, Morazán y Nacional están tomados por gremios de prostitutas y prostitutos especializados en satisfacer los apetitos de diferentes sexus consumptors. Oferta altamente diversificada -es lo menos que podemos decir-. Caballeros y damas de todas las edades y dilecciones sexuales encontrarán en ellos vitrina para adquirir su mercancía, por heterodoxa que parezca.
Los parques Yokohama y La Paz son, también, prostíbulos de facto. El josefino no tiene un espacio verde en el que pueda sentarse a “tardear” (bella expresión antañona). Tan pronto se ciernan sobre él las sombras de la noche, hordas de depredadores noctívagos brotarán de sus guaridas.
Los alrededores de la Clínica Bíblica, la Estación al Pacífico, Plaza Víquez y las inmediaciones del MOPT son pasarelas del sexo ad hoc. Barrio Amón es un parque de diversiones sexuales, suerte de Disneylandia lúbrica y siniestra. Las avenidas quinta y sétima, la inmemorial calle doce, el Mercado Central, el submundo del cine Líbano (¡lástima, su bella fachada art déco !), escaparates del sexo pedrero. Por caída la noche, La Sabana -nuestro pálido calco del Central Park– se convierte en un establecimiento de lenocinio al aire libre.
Alajuelita honra su diminutivo “ita”: es el soto de caza de los pedófilos. Lomas del Río, una jungla impenetrable. Purral y Mata de Plátano, sucursales de Babilonia. En la zona del “Mercadito”, no se puede caminar 25 metros sin dar de narices con cantinas y prostíbulos pululantes de parroquianos. Rebosan de gente aún los domingos en mitad de la noche (¿cómo llegarán al trabajo, los lunes por la mañana?) Al sur de la Prensa Libre tenemos “La Corte de los Milagros” (Victor Hugo). La comarca en cuestión sería cercada y proscrita incluso en El planeta de los simios.
La sórdida calleja de la UCR es ya una leyenda urbana: el área donde se consume más alcohol de la GAM, después de los espacios “oficiales” para tal “recreación”. Nuestra nobilísima alma mater debería declararla parte del folclor universitario. Tuvimos rectores y magísteres eméritos que pensaron que esta gangrena urbana se convertiría en barrio de “poetas malditos” o de bohemia montmartreana. ¡Nosotros y nuestros remedos! De la “Calle de la Amargura” no van a salir Blake, Poe, Baudelaire, Verlaine, Lorca o Valle-Inclán, sino violadores, proxenetas, narcotraficantes y locuaces borrachitos.
Los Yoses se ha tornado inhabitable. Proliferan metastásicamente bares tumultuosos, burdeles, hotelillos donde el propio Norman Bates (el loco de Psicosis, la película de Hitchcock) dudaría en pasar la noche. Ventas de licor, de droga, incorrecta manipulación de alimentos, carros parqueados en dobles filas, piques, menores de edad consumiendo el veneno que pronto agostará sus vidas…En una sola esquina se pueden sorprender, cualquier noche, violaciones a todos los códigos y reglamentos imaginables. El tumor de nuestra benemérita calle universitaria -era previsible- se ha propagado linfáticamente hacia el este. El organismo está completamente colonizado.
Chinatown no es prostíbulo por la simple razón de que más califica como arrabal fantasma. Bajo macondianos aguaceros, los chinitos evacúan en lancha sus ahora desolados restaurantes, el dragón sobre la avenida segunda diríase sacado de la tercermundista escenografía de una Turandot tropical, y las vías desiertas tienen la lunar tristeza de las calles de De Chirico: la huella de lo humano, sin la presencia efectiva de ser viviente alguno.
El Cementerio General es un perturbador escaparate sexual, implosión siniestra de Eros y Tánatos. En las esquinas y callejones en sombra vagan las espectrales siluetas de nuestras mesalinas y pelanduscos: imagen digna de Caspar David Friedrich. ¿Necrofilia? ¿Menesterosidad? El hecho es que los predios de la muerte -las tumbas- son usados para toda suerte de transacciones sexuales (¡pobres expresidentes!) Ochenta mil metros cuadrados de patrimonio escultórico y arquitectónico, verdadero museo, parte de la memoria y fisonomía de la ciudad, usados para que esos ciudadanos que no pueden pagarse un cuartucho de mil pesos en la pensión Elvis alivien sus urgencias sexuales. Por supuesto, las cruces, lápidas, bóvedas y criptas ofrecen la posibilidad de ensayar todas las posiciones copulatorias imaginables. Además es oscuro, silencioso y aislado. ¿Cómo sé todo esto? Porque en el proceso de investigación con miras a un proyectado libro, tuve varias conversaciones con diversos panteoneros del cementerio, y ellos me narraron esta espeluznante, espantífera realidad.
Los moteles transformaron la sexualidad del josefino: pasamos del régimen del cafetal al régimen del sexo intra muros. El motel debería estar incluido en la canasta básica del costarricense: un talonario con un número razonable de tiquetitos mensuales. El pater familias -acaso también algún abuelo lúbrico- agotaría sin duda la libreta.
Un motel colinda con el precario “El Triángulo de la Solidaridad”, donde los taxis evitan transitar, el río arrastra el excremento de la Meseta Central y los tugurios se inclinan hacia la correntada, como bueyes que llegasen a beber. Una pared de treinta centímetros de espesor separa a los fogosos copuladores que pagan por una noche de pirotecnia sexual, de familias enteras que se estrujan entre latas de zinc, cartones, podridas láminas de madera y estructuras cuya verticalidad es rigurosamente inexplicable. Unos gozan, los otros yacen en sus favelas, hacinados en una sola cama, vigilando el infecto río cuya iracundia podría cualquier día barrerlos como neumáticos viejos o cadáveres de carrocería. En estado de estricta adyacencia, de irreductible contigüidad, se rozan ambos mundos. Lencería bordada y ligueros por un lado, descamisados por el otro. Gemidos de placer en el flanco de Los Sibaritas (Montherlant), gemidos de hambre en el flanco de Los Miserables (Victor Hugo).
Toda ciudad tiene sus “distritos rojos”, delimitados y acotados en zonas específicas. En San José, el prostíbulo coincide con la totalidad de la superficie urbana. Y ahí seguirá expandiéndose: hay busconas y chulos en las aceras de la basílica de los Ángeles, frente a la iglesia de Coronado, en todas las cabeceras de provincia, aún en la más virginal aldeíta rural. Jacó es un sitio de peregrinaje sexual reconocido en el mundo entero, donde existen escuelas para prostitutas: se les enseña el inglés y una variedad de destrezas para mantener a la internacional clientela satisfecha.
En Costa Rica la putería no tiene dique de contención: es un paradigma vital… y un modelo arquitectónico. Ciento cuarenta y siete páginas de Internet nos anuncian como Valhala para el turismo sexual. Ocupamos el lamentable decimoquinto lugar mundial en materia de prostitución. Apenas dos puntos por debajo de nuestro glorioso ranquin de la FIFA en 2014.
Podíamos haber sido un país pobre pero digno, o rico sin vulgaridad. En su lugar, derrapamos hacia una miseria prostituida y zafia, y una riqueza obscena y descerebrada. Érase una vez un pueblito llamado Villa Nueva de la Boca del Monte…