Álvaro Campos Solís, Revista Visión CR.
“Esta campaña política será muy violenta”, predecían hasta hace pocas semanas observadores y participantes en esa actividad que, se supone, habrá de terminar el próximo 6 de febrero del 2026, cuando escojamos a un nuevo presidente de la república y a los 57 diputados.
Ya estábamos advertidos. No hay por qué sorprenderse.
Cada campaña política tiene su propia identidad, su propio rasgo. En la actual campaña se habla, incluso, de la amenaza de un “golpe de estado”, supuestamente urdido desde las entrañas del Poder Judicial. Tumbar a un gobierno, legítimamente constituido, encaminaría al país hacia una guerra civil con todo y sus consecuencias de miseria y dolor.
El presidente de la república, Rodrigo Chaves Robles señala al fiscal general de la República, Carlo Diaz, como la punta de lanza de una supuesta conspiración. El fiscal general acusa al mandatario por concusión ante los tribunales de justicia.
En sus esfuerzos, el Fiscal cuenta con el apoyo de importantes medios de comunicación, mismos que el mandatario califica de “prensa canalla”.
Por el momento los principales protagonistas de esta campaña son el presidente de la república, Rodrigo Chaves Robles versus dirigencia y simpatizantes del Partido Liberación Nacional.

En esas escaramuzas los que están jodidos son los aspirantes a un puesto de elección popular por los partidos Unidad Social Cristiana, Liberal Progresista y el Frente Amplio que ahora parece que se va encogiendo.
En política resulta verdaderamente importante que hablen del partido y su dirigencia, aunque sea mal. Lo malo para sus dirigentes y aspirantes a cargos de elección popular sería que el pueblo los ignore.
Ahora, del todo, no se menciona al Partido Progreso Social Democrático que sirvió de andamio o taxi en las elecciones pasadas, permitiendo que Rodrigo Chaves alcanzara la presidencia
En política cobra especial relevancia que el pueblo, los de a pie, se enteren y discutan acerca de la oferta electoral de los partidos que participan en la contienda. Ciertamente, mucha gente prefiere apelar a la razón y de esa manera evitar aquellas personas que desean imponer la pasión por encima de todas las cosas.
Como dice la máxima popular: para un hombre con un martillo, todo parece un clavo.
Conviene destacar que la violencia ha estado presente en todas las campañas electorales, en particular en la segunda mitad del siglo anterior. En ese periodo la bandera de los partidos era fundamental. Servía para identificarse con una determinada agrupación política. También para arrollar la tela en el palo ya fuera para defenderse o atacar.
En la semana previa a la elección de presidente y diputados, los simpatizantes de los dos partidos mayoritarios se disputaban la Avenida Central. A punta de garrotazos, uno de los dos bandos se quedaba en esa arteria capitalina celebrando por anticipado el triunfo electoral que tendrían lugar ocho días después. El ganador callejero daba por sentado que también ganarías en las urnas electorales.
Esa tradición desapareció desde el momento en que los protagonistas se dieron cuenta de lo inútil que resultaban aquellas peleas, pues mientras blandían la enseña partidaria, en algunos casos sus dirigentes se tomaban “un traguito” en un reconocido club social capitalino, propiedad de la oligarquía nacional.
En aquel entonces los conflictos políticos estaban a la orden del día. No fue una, sino muchas veces que el candidato presidencial de Liberación Nacional, José Figueres Ferrer, públicamente llamó “hijos de puta” a la gente de la oposición.
En alguna oportunidad el mismo Don Pepe, siendo presidente de la república, le pegó una trompada a un estudiante universitario, dentro del campus universitario, que obligó al agredido a buscar una bolsa para echar allí los dientes que recién perdía. El padre del estudiante era un profesor en el mismo centro de estudios superiores. Un hombre culto. El señor Figueres le dijo al estudiante: “usted a mí me respeta”.
A uno que no le fue nada mal en esas grescas por cuestiones políticas fue al diputado conservador Mario Echandi. En las urnas el pueblo decidió reconocerle la agresión de que fue víctima, por parte de las huestes del gobierno y lo convirtió en el presidente de Costa Rica.
Ahora las redes sociales sirven como instrumento para que tirios y troyanos canalicen sus ideas e ideales o sus prejuicios y frustraciones.
Y cada quien asiste a la fiesta electoral mostrando el vestido que mejor le parezca.
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