Federico Paredes, analista agroambiental.
“Ser mujer es ser el Xingú agredido por Belo Monte. Es ser un árbol calcinado cuando el humo cubre el sol amazónico para ocultar el horror del crimen. Estar en la Amazonía siempre es una experiencia del cuerpo. Solo logré vislumbrar (casi) por completo lo que es ser mujer en una sociedad como la brasileña al conectar con la selva y las mujeres de la selva. La deforestación, la destrucción de la naturaleza, la contaminación del río por mercurio y agrotóxicos se convirtieron en una experiencia vivida como violencia también en mi cuerpo, en mí. Fue la primera señal de que también yo me estaba convirtiendo en selva”.
En un estilo que combina frases poéticas y descripciones cuasi científicas, la periodista brasileña Eliane Brum nos entrega un formidable libro que tituló La Amazonia, Viaje al centro del mundo (Editorial Salamandra. Miradas 2024).
De ascendencia europea y nacida en Río Grande do Sul, Eliane hace un tremendo despliegue de la devastación no solo ecológica de este pulmón del Planeta, sino que conecta de manera magistral la paulatina pero sistemática desaparición de los pueblos originarios de esa enorme extensión de tierra que es el quinto país más grande del mundo, después de Rusia, Canadá, China y EUA, con una extensión de 8.516 millones de km².
Cuando este libro llegó a mis manos creí que me iba a encontrar con una vívida descripción de las enormes cualidades y características que tiene la ultrajada cuenca amazónica, como por ejemplo que es la zona biodinámica más rica del mundo, o que contiene el segundo, si no el primero (hay controversia en esto) río más largo y caudaloso de la Tierra, o que igualmente es el mayor reservorio de agua fresca de este planeta y así por el estilo. Pero no.
Eliane tomo la decisión personal de irse a vivir a Altamira, uno de los pueblos más violentados por el “desarrollo” brasileño, en el Estado de Pará, dentro de esa gran selva que me hace imaginar la figura de una gran esmeralda.
Con una prosa que conecta inmediatamente con los sentimientos del lector, esta brasileña universal, relata con un auténtico conocimiento de causa, las formas sistemáticas que de forma histórica se han dado, desde la llegada de los colonizadores portugueses, para tratar de conquistar esa gran cuenca y de “convertir ”a un falso y civilizado cristianismo, a los casi 390 pueblos y nacionalidades indígenas que tienen su propia cultura, su filosofía de vida y su manera de comunicarse.
Lo peor que los “blancos” han hecho es considerar como subhumanos a estos indígenas, cosa que no solo se ha dado en Sudamérica… también lo han sufrido las comunidades indígenas de Norteamérica, con la conquista y avasallamiento realizado por los ingleses, irlandeses y por los mismos franceses, en el sur de EUA y el oeste de Canadá. Estos episodios han sido una clara muestra de la hoy tan lamentablemente publicitada “supremacía blanca”. Ha ocurrido también en África, y sigue ocurriendo; cuna precisamente del apartheid.
De esta forma el ecocidio ha alcanzado mayúsculas proporciones porque se ha hecho evidente la ambición por las riquezas, por conquistar territorios “en nombre de la Corona”, o actualmente por fortalecer los emporios económicos de las transnacionales de los alimentos, de los productos forestales, de los extractos medicinales de las industrias farmacéuticas, de los grandes fabricantes peleteros o clandestinamente, del trasiego ilegal de animales y plantas silvestres, adobado con el tráfico de personas, el mercado negro de armas o el de drogas.
La autora Brum relata que esta devastación y ambición por las riquezas de la selva amazónica no tienen signo político u orientación partidaria, ya que cuando el izquierdista Lula da Silva fue Presidente en el primer mandato allá por 2010, autorizó la construcción de una gran represa hidroeléctrica, con el consecuente desplazamiento de varias comunidades indígenas con sus pueblos y cultivos. La cosa no fue mejor en la Presidencia de Jair Bolsonaro, reconocido en el otro extremo, derechista, quien más bien estimuló la expansión de la frontera agrícola y los procesos “civilizatorios” de los aborígenes que han vivido ahí por milenios. Se cree que han habitado en esa enorme selva por más de 20.000 años.
Los “invasores” europeos trajeron virus y bacterias que estos pueblos desconocían y que, por lo tanto, sus sistemas inmunológicos no reconocían, dando como resultado la incapacidad total o en el peor de los casos, la muerte. Caucho del árbol de Hevea brasiliensis, minerales como oro, plata y bronce, maderas preciosas y semipreciosas, y pieles de hermosos animales silvestres, fueron entre otros, sus claros objetivos. Y ni mencionemos los ultrajes sexuales a las mujeres indígenas, que dieron inicio al proceso de mestizaje.
Termino con esta otra anotación de Eliane Brum: “La batalla por la Amazonia no es una lucha por el desarrollo sostenible. Este es el camino empleado por quienes creen sortear el abismo sin renunciar al sistema capitalista que nos llevó a él. Es un discurso agradable para que, con algunos cambios cosméticos, todo pueda proseguir sin alterar radicalmente la desigualdad estructural entre géneros, razas y especies”.
La tarea no es sencilla, pero se requiere de esta voces para ampliar nuestro rango de visión y de conocimiento de la Amazonia. Esta esmeralda no es de nueve países solamente, es de toda la humanidad y por lo tanto deberíamos estar conscientes de nuestra responsabilidad ante ella.