Federico Paredes, analista agroambiental, RVCR.
Desde los orígenes de la humanidad, el ser humano pareciera que ha nacido con ese gen de belicismo, que no ha permitido que la paz como tal sea una realidad a través del tiempo.
Son muchos los factores que inciden en que los pueblos no puedan estar en paz. Desde tiempos bíblicos las luchas territoriales, ideológicas e inclusive raciales han estado servidas en la mesa de los conflictos. Pareciera que el ser humano no puede estar tranquilo, que los pueblos no pueden coexistir sin estar en guerra con sus vecinos o naciones cercanas.
Se puede deslindar fácilmente el carácter de los animales y el de los seres humanos en este tema.
Los animales atacan por conseguir sus presas y alimentar a sus progenies, otros lo hacen en función de defender la territorialidad o reafirmar el poder por el dominio de la manada, pero no hay en ellos mentes de dominio absoluto o de eterna conquista.
Durante la segunda guerra mundial Europa vivió el terror con las terribles conductas expansionistas y asesinas, de los nazis. En esa época se habló de la superioridad de la raza aria promovida por los alemanes versus las demás etnias: judíos, gitanos, negros e inclusive personas con deficiencias o incapacidades.
Si pensamos en la guerra de Rusia contra Ucrania, sin analizar las profundidades históricas de la enorme Rusia, vemos que Vladimir Putin encarna la figura de los antiguos zares y que su lucha contra la exrepúblicasoviética no es solo por recuperarla como lo estuvo en la antigua URSS, sino posiblemente por razones estratégicas, por su riqueza mineral, por su gran productividad agrícola, o por cualquier otra razón.
¿No sería mejor que los rusos suscribieran un acuerdo bilateral de cooperación con Ucrania en vez de seguir masacrando vidas y destruyendo sus ciudades?
La situación de Israel con sus vecinos árabes es probablemente más compleja. No es tan solo por asuntos territoriales del llamado pueblo Palestino; el objetivo para los árabes es desaparecer al pueblo hebreo o al Estado judío. Eso tiene sus raíces desde que el patriarca Abraham y su esposa Sara tuvieron sus hijos. Con Isaac surgió el pueblo israelita. Con Ismael el linaje árabe o no judío. Y ahí se empezó a “desgranar la mazorca”. Al fin y al cabo, son parientes, aunque se odien a muerte.
África es otro caso triste. Subyugado por las potencias europeas desde hace varios siglos, países como el antiguo Congo Belga, hoy República Democrática del Congo y antes conocida como Zaire, se formó a sangre y fuego, al igual que muchas otras repúblicas de ese Continente.
Lo que sucede hoy en Sudáfrica, con lo que podríamos llamar un “apartheid” al revés, es ni más ni menos que lo acumulado de un resentimiento histórico de sus habitantes negros por la dominación blanca y su tremenda segregación. Desmond Tutu y Nelson Mandela “deben estar perplejos en sus tumbas” al ver los rencores y asesinatos de blancos, muchos de ellos descendientes de holandeses y británicos, perpetrados por sus congéneres. Por su puesto, ni lo hecho por los europeos en su momento se justifica, ni tampoco las venganzas históricas de los actuales sudafricanos negros.
Los regímenes totalitarios como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua en nuestro Continente, oprimen y persiguen a sus oponentes para imponer sus planes e ideas de dominación -cueste lo que cueste-. Nicaragua reprimió duramente las protestas de estudiantes en 2018 y asesinó a varios de ellos, por no estar de acuerdo con el régimen.
Ocho millones de venezolanos han salido de su patria buscando mejores horizontes en otras latitudes, y muchos de los que han permanecido en la tierra de Bolívar han corrido el riesgo de ser encarcelados e inclusive, han muerto.
México es un caso singular. Los cárteles de la droga prácticamente dominan a este país y no han podido, los últimos gobiernos, controlar y mucho menos eliminar estos grupos delictivos. Son tristemente conocidas las fosas comunes de estudiantes y gente que buscaba trabajo, como en Ayotzinapa, Estado de Guerrero en 2014 y otras similares en el Estado de Veracruz en 2017 y en 2024.
La historia de estos desasosiegos globales sigue y continuará, lamentablemente porque como lo dijo sabiamente el maestro Jesús: “Mi paz les dejo, mi paz les doy, yo no se las doy como el mundo la da. No se turbe su corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Por su lado, el vietnamita maestro Zen y activista de la paz Thich Nhat Hanh ha dicho que la paz comienza dentro de nosotros mismos.
La relevancia de este tema ha hecho que en algunas universidades se dicte un curso sobre la paz, denominado Irenología, en honor a Irene la diosa griega de la paz. En su momento, el ex Presidente de la República, Don Rodrigo Carazo, propuso ante las Naciones Unidas la creación de un centro de educación superior que diera forma a lo que hoy es la Universidad para la Paz, ubicada en El Rodeo de Mora, unos kilómetros al oeste de Ciudad Colón.
Mahatma Gandhi afirmaba que “cada uno tiene que encontrar la paz interior; y la paz no debe ser afectada por las circunstancias externas”. Y por su lado, San Francisco de Asís nos advertía: “Que la paz que anuncian con sus palabras esté primero en sus corazones”. Menudo reto para la humanidad, empezando por cada uno de nosotros.
