- En un mundo cada día más acelerado, la irrelevancia y la falta de equilibrio emocional, conducen a millones de personas a sufrir todo tipo de padecimientos.
Adriana Núñez, periodista Visión CR
“Haga el mejor uso de lo que está en su poder y tome el resto tal como sucede”. (Epicteto filósofo estoico, 55-135 AD)
A diario nos hablan de personas con alto grado de “toxicidad” cuando en realidad, es lo que consumimos y la forma en que lo hacemos, lo realmente venenoso. Y es que a tono con la aceleración constante a la que nos empuja el entorno, hemos ido perdiendo la capacidad de reflexionar, de contemplar en derredor y de gestionar adecuadamente nuestras emociones, que son, indiscutiblemente, factor importante para mantenernos saludables física y mentalmente.
El fenómeno ha sido observado a profundidad por estudiosos de distintas áreas del quehacer social y humano -desde sociólogos, estadísticos y científicos, hasta reconocidos siquiatras y psicoterapeutas. Y en él intervienen elementos que han sido identificados como “inductores de dolor, miedo y adicción”: tres factores que inciden directamente en las crisis individuales y colectivas que están viviendo la mayoría de las sociedades del mundo.
Según la Doctora en Psiquiatría Marian Rojas Estapé (España,1983), quien es además una reconocida conferencista y autora de varios libros, publicados en más de 40 países, lamentablemente lo que nos circunda en la actualidad, es “la sociedad de la inmediatez”, la cual ha convertido a millones de personas en “adictos a lo superficial, transformándolos también en individuos más intolerantes e irritables”.
¿Y por qué sucede?
Entre los factores que causan cambios en el comportamiento se encuentran: la exigencia de la sociedad actual que nos demanda desempeñar innumerables roles al mismo tiempo; la dependencia que hemos desarrollado hacia los aparatos tecnológicos, llámense celular, videojuegos, televisión, tableta, etc. que nos mantienen hiperconectados; además, la carencia de herramientas educativas reales para saber enfrentar asertivamente los problemas -económicos, familiares, sentimentales, laborales, etc.- de la vida cotidiana; todas esas variables “tienen como consecuencia que una mayoría viva permanentemente en modo de alerta”.
Dicha condición, genera en el organismo un aumento en los niveles de la hormona denominada “cortisol”, descrita por la Revista National Geographic como “la hormona del estrés” la cual, aunque desempeña un papel protagonista en la mayoría de los procesos fisiológicos que permiten que el cuerpo humano funcione, “en los últimos años, se ha convertido en víctima de su propia fama” debido a que en infinidad de casos, “genera dolencias como la «fatiga suprarrenal», el aumento de peso, el agotamiento, la ansiedad, los dolores de cabeza y más.”
“La mente y el cuerpo no distinguen una amenaza real de una imaginaria”, señala la Dra. Rojas, por lo que consecuentemente, muchos se dejan invadir por ese estado de peligro constante que los induce a reaccionar automáticamente como si estuviesen en permanente estado de alerta”.
En esas condiciones, las personas no pueden razonar adecuadamente y permanecen todo el tiempo en “modo de crisis en vez de parar, serenarse y buscar, con pleno dominio de sus facultades cognitivas, soluciones a los problemas.”
Desafortunadamente, por un lado, encontramos una amplia mayoría que no sabe cómo controlar su situación personal, con el agravante de que poco a poco les aumentará el nivel de cortisol y se les irá deteriorando el organismo, asediado por padecimientos físicos y mentales: ansiedad, depresión, malestares estomacales, ataques de pánico, cardiopatías, etc.
Incluso, el exceso de cortisol puede producir algunos de los principales síntomas del síndrome de Cushing: una joroba de grasa entre los hombros, la cara redondeada y estrías de color rosado o púrpura en la piel. El síndrome de Cushing también puede causar presión arterial alta o pérdida ósea.
Del cortisol a la oxitocina
Por otro lado, inmersos en el mundo del estrés, hay quienes intentarán paliar los síntomas acudiendo -de forma antinatural- a otra hormona: la oxitocina, la cual ejerce funciones como neuromodulador en el sistema nervioso central, regulando comportamientos sociales, sentimentales, patrones sexuales y la conducta parental. Conocida como “la hormona del placer y del amor”, efectivamente se presenta -mayormente- cuando el individuo experimenta sensaciones muy agradables.
Durante el orgasmo femenino, la oxitocina produce contracciones uterinas que ayudan a transportar el esperma hacia el óvulo para facilitar la concepción, y durante el orgasmo masculino, provoca contracciones en la próstata y en las vesículas seminales. Esta hormona es liberada en grandes cantidades tras la distensión del cuello uterino (cérvix) y la vagina durante el parto, así como en la eyección de la leche materna en respuesta a la estimulación del pezón por la succión del bebé.
Cuando existen niveles bajos de oxitocina, el sistema mesolímbico -constituido por las regiones cerebrales que controlan la motivación, la recompensa y el reforzamiento, asociados con actividades de supervivencia- podría presentar una menor activación y en consecuencia, una disminución de la estimulación para interactuar y en la calidad del apego.
Mientras los expertos en medicina natural, recomiendan potenciar la oxitocina mediante el consumo de alimentos que estimulan su producción, tales como chocolate, romero, perejil, hierbabuena y tomillo, entre otros, también el tipo de actividades que realizamos, puede ayudar.
Interactuar con amigos, ver o conversar con la madre, pasar tiempo con los hijos, intercambiar abrazos, acariciar a una mascota, recibir masajes, realizar actividad física, practicar yoga o escuchar música agradable, pueden aumentar los niveles de oxitocina.
Pero lamentablemente, mucha gente opta por otro tipo de alternativas, que no son naturales, para encontrar “lo más rápido posible” alivio y sensaciones placenteras, que generalmente no duran mucho tiempo.
Intolerancia, obnubilación y adicción
Como algunas de las características de la sociedad actual son “la intolerancia, seguida de la inmediatez”, hay gente que lejos de pedir ayuda profesional para crear las condiciones que le permitan equilibrar los niveles de ambas hormonas en su cuerpo -entre otras cosas detectando qué factores provocan ira, ansiedad, nerviosismo, etc. o aprendiendo cómo manejarlos y en consecuencia, realizando lo procedente para ir mejorando la comunicación con su entorno- prefieren acudir a remedios “instantáneos”.
Y es que en nuestros días, muchos creen que nada perdura en el tiempo y que todo debe remediarse “ya”. Así han sido formados miles de seres humanos en décadas recientes. De ahí que sus acciones son frágiles en contraposición a sus exigencias, que deben satisfacerse prontamente. Por ello miles acuden a los estupefacientes.
Según Rojas Estapé, otra condición presente es que “la gente cree que estar haciendo cosas todo el tiempo es la solución” para mitigar la soledad, para no sentir desgano. “Pocos se detienen a divagar en un momento importante” señala la experta.
Producto del tipo de sociedad en la que sobreviven, innumerables personas presentan estados de conciencia alterados, caracterizados por una disminución de la claridad con que perciben y entienden el entorno, así como por una reducción en la capacidad de mantener la atención concentrada en estímulos externos o en el propio proceso de pensamiento.
Además, hay quienes no toleran ni el más mínimo nivel de dolor -sea físico o emocional- pues no han sido preparados para ello; otros se frustran o aburren rápidamente y por tanto, ansiosamente van buscando salida a esos estados mediante el uso de medicación inadecuada e incluso de drogas, entre las que se encuentran: bebidas etílicas, nicotina, cocaína y heroína, que son altamente adictivas, sobre todo en el último caso.
¿De mal a peor?
Si en el pasado hubo épocas en que los tratamientos para enfermedades puntuales -básicamente patologías y traumas-que afectaban la salud mental de ciertos seres humanos eran bastante transgresores, con el avance de la investigación científica, la humanidad cuenta con mejores herramientas para atender dichas dolencias y permitir calidad de vida a quienes las padecen. Sin embargo, hoy en día estamos inundados por problemas causados por el deterioro de la salud emocional de la gente; patologías de la vida corriente, como lo son, por ejemplo, el síndrome de “burnout”, la depresión o la ansiedad aparecen constantemente.
“Una gran cantidad de personas no se da cuenta de que es el tipo de vida actual el que afecta sus emociones y que no todo es psiquiatría” afirma Marian Rojas.
“Estamos cada vez más enganchados a lo irrelevante, a lo superfluo. Y por ello, debemos eliminar en ciertos espacios de tiempo, disparadores tales como las alertas del teléfono móvil”. También es indispensable aprender o reaprender a gestionar los sentimientos y para ello, debemos buscar la claridad mental que nos permita digerir cada uno de ellos.
Podemos encontrar alternativas que nos permitan disipar el concepto de “amenaza constante” con el que vivimos. Algunas de ellas suelen ser: pintar, meditar, cocinar, leer, escribir lo que sentimos, realizar ejercicios o un ayuno dopaminérgico; aprender a abrazar el dolor y detenernos cuando el momento lo amerita para detectar qué nos pasa.
Para quienes desconocen el término, el ayuno de dopamina -otra sustancia que como las endorfinas, oxitocina y serotonina, actúa como analgésico y activa los centros de placer- es un ejercicio basado en principios de meditación mindfulness, que supone focalizar nuestra atención en lo que estamos haciendo o sintiendo, para ser conscientes del devenir de nuestro organismo y conductas. Esta práctica busca moderar la exposición a estímulos gratificantes, pero adictivos, que desencadenan una liberación constante de dopamina en nuestro cerebro.
“Como humanos, debemos saber que las emociones son fundamentales y que su mala gestión, puede causar inflamación corporal o cerebral. No podemos disociar lo físico de lo emocional porque tarde o temprano el cuerpo se dará cuenta de ello” reitera la experta en psiquiatría quien insiste en la necesidad de “buscar siempre un equilibrio”.
Lo fundamental, es no permitir que nuestro poder sobre nosotros mismos, se vea alterado por sustancias o factores externos que nos convertirán, tarde o temprano, en una sombra de lo que realmente podríamos ser.
Como lo ha dicho alguna vez Alice Walker (1944) novelista, poetisa, cuentista y activista social norteamericana, “la forma más común en que las personas renuncian a su poder es pensando que no tienen ninguno”.