Uniformen la ropa, y uniformarán el pensamiento

Uniformen la ropa, y uniformarán el pensamiento

Jacques Sagot, pianista y escritor.

Transcribo, para empezar, el artículo cuarto del Reglamento del Ministerio de Educación Pública, que legisla la materia de uniformes preescolares, escolares y colegiales.

“El uniforme oficial para los estudiantes que cursen el III Ciclo de la Educación General Básica y la Educación Diversificada (colegios) tendrá las siguientes características generales: Para las mujeres el uniforme debe ser como sigue.  Falda de color azul, holgada en la cadera, línea al costado y ésta debe medir de largo una pulgada por debajo de la rodilla.  Blusa color celeste con bolsa al lado izquierdo y manga corta.  Medias color azul. Queda a opción de las estudiantes el uso de pantalón, sin embargo, este deber ser de color azul y de la misma tela que la falda.

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Para los varones el uniforme debe ser como sigue.  Pantalón largo color azul oscuro.  Medias de color azul.  Camisa de color celeste, manga corta y bolsa al lado izquierdo.  Los zapatos tanto para varones como para mujeres serán de tipo sencillo, mocasín o de amarrar.  No se permitir el uso de zapatos de tela.  Artículo 4 bis: en lecciones de asignaturas de Educación Física se utilizará el siguiente uniforme deportivo: una pantaloneta deportiva azul de cintura elástica, con bolsa de parche trasera, sin bolsas laterales, trabillas, pasafajas, paletones o cremallera al frente (Adicionado en Decreto No.29598-MEP)”.

Todo uniforme es odioso.  El carcelario, el militar, el institucional, el hospitalario, el policial, el del cuerpo de bomberos, el eclesiástico, el de las sectas religiosas, el deportivo, el de las y los aeromozos, el de las tripulaciones, el de los desfiles patrióticos, el de las procesiones de semana santa, el de los peregrinos, el de las monjas y monjes, el de los funcionarios de un teatro, el de un coro… todos son odiosos, todos sin excepción.  Algo en el fondo de mi alma los rechaza.

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Yo nunca cumplí con las estipulaciones del Liceo Franco-Costarricense en materia de uniformes.  Usaba una camisa de seda con mangas largas y mancuernillas.  Pantalones largos.  Un chaleco azul oscuro.  Un pañuelo del mismo color anudado al cuello.  Era un aguilucho de dandi.  Me llamaron la atención cien veces, y otras tantas desacaté las instrucciones.  Tenía mis razones para hacerlo.  Nunca me sancionaron, porque era demasiado buen alumno como para ser humillado de esta manera, así que pronto vieron que tendrían que aceptar mis peculiaridades y testarudeces vestimentarias.  Fue mi primer manifiesto como artista rebelde y contestatario.  ¿Pueril?  Seguramente, pero también harto significativo.

El atuendo indumentario es, en primer lugar, una expresión libérrima de la subjetividad de cada persona.  Toda vestimenta es un código, un texto, y dirá, de manera más o menos críptica, lo que el usuario quiera que diga.  La normativa que homogeniza y pasteuriza a todos los individuos en el área vestimentaria atenta directamente contra la libertad de expresión, contra la creatividad, contra el derecho a la auto-realización, contra el “souci de soi” de que tanto habló Foucault: la escultura, el cincelamiento y el diseño de la propia personalidad, según una sensibilidad irreductible, soberana e inalienable.  Todo individuo tiene la prerrogativa de presentarse ante el mundo de la manera que mejor potencie sus atributos e idiosincrasias.  Es parte axial de la noción de identidad.

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Los uniformes conspiran contra esta identidad, la socavan, la debilitan.  En el theatrum mundi cada personaje entra a escena ataviado con la ropa que lo distingue y particulariza.  No es “de recibo” (si me permiten parodiar la jerga de nuestros juristas) que en un montaje de Fuente Ovejuna todos los aldeanos salgan uniformados de blanco, y los soldados a las órdenes del Comendador de Calatrava corran enfundados en negras, impenetrables casacas.  Sería grotesco, el colmo del maniqueísmo, y visualmente mortificante.

La razón fundamental detrás de la imposición universal del uniforme escolar es de orden social.  El origen de los uniformes con bordado textil debe ser buscado en los centros educativos de órdenes religiosas.  Sus responsables decidieron establecer una única indumentaria para los alumnos, con el fin de fomentar la humildad de los niños y no hacer distinciones entre ellos por la variedad y calidad de sus ropas, signo distintivo de la capacidad económica de las familias.

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No está mal pensado.  Pero en ese caso, señores y señoras, yo le exigiría a fortiori a todos los funcionarios públicos del país, predicar con el ejemplo.  Que el presidente de la república, los vicepresidentes, los ministros, diputados, alcaldes, munícipes, regidores, miembros del poder ejecutivo, miembros del poder judicial, y toda su escolta de asistentes, se uniformen ellos también.  Lo que es más, para cumplir de manera cabal con el objetivo de borrar las diferencias de clase social, que usen la misma marca y modelo de automóvil.  Que sus choferes estén también estrictamente uniformados.  Que hasta el último burócrata gubernamental se someta al principio democratizador de los uniformes.  ¡Se verán tan primorosos, tan adorables, el presidente y su gabinete, reunidos en consejo de gobierno, los martes por la mañana, todos uniformaditos, perfumaditos y bien bañaditos!

 

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