Federico Paredes, analista agroambiental.
Todos nos alegramos cuando alguien generosamente nos regala un racimo de bananos verdes, el problema llega cuando éstos se maduran al mismo tiempo, entonces no basta con comernos un banano cada día, sino que hay que hacer un queque de banano, o unos batidos tonificantes, compartir con amigos y vecinos o preparar unas refrescantes ensaladas de frutas.
Lo cierto es que más de un banano se quedará sin consumir y el tiempo se encargará de hacernos ver que esa coloración de un negro que marchita toda la cáscara, es señal de que hay que desecharlo. Y eso nos ocurre cuando tenemos muchos de estos productos agrícolas que no son consumidos a tiempo.
Los restos de comida en casa, llamados en inglés leftovers, pueden ser reconsumidos al día siguiente, previo calentamiento adecuado y dentro del ámbito de familiaridad que encierra el hogar.
Las exigencias pueden variar entre un hogar y otro. El hecho de que se queme un poco de arroz en el fondo de la olla, puede ser un signo de descuido en su cocción, pero al mismo tiempo, puede ser un bocadillo apetecible en otros hogares. Llamado cocolón en Ecuador, también se le conoce como concolón, cucayo, pegao o socarrado y en éste y en otros países del Continente, llega a ser una verdadera delicia, por lo crujiente y bien cocinado que está. “Deje esa olla con agua para que se le arranque la costra”, solía ser una de las indicaciones en los hogares, dado lo adherida que queda esa capa de arroz.
El punto es que el desperdicio de alimentos es un problema de relieve mundial. Estudios hechos por organismos internacionales revelan que cada año se lanzan a la basura un aproximado de 900 toneladas de alimentos, lo cual, gráficamente representa una quinta parte de toda la comida del mundo. América Latina hace su aporte del 20% de esa quinta parte de alimentos que se bota.
Cuando uno piensa que esa nada despreciable cantidad de comida que se desperdicia en el globo terrestre, inmediatamente nos ubicamos en las grandes necesidades de comida que hay en muchas partes y que en varios países africanos ha representado verdaderas hambrunas y la muerte de miles de personas.
Las 900 toneladas de alimentos que se desechan equivalen a unos 23 millones de camiones de 40 toneladas, cada uno, completamente cargados y que, puestos en fila, le darían la vuelta a la Tierra unas 7 veces. Por lo menos esto es lo que ha determinado el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en un interesante estudio realizado antes de la pandemia del coronavirus.
Afinando un poco más la vista, veremos que cada año se tiran 121 kg de alimentos per capitaen el mundo, es decir, por consumidor. Ahora bien, lo interesante es que, en esta conducta, no hay una diferencia significativa entre países pobres y países ricos, ya que por ejemplo, Nigeria es uno de los países que más comida desperdicia, con un per capita de 189 kg. Veamos otros casos. En EUA esta cifra alcanza los 94 kg, un poco menos en España con 77 kg, Colombia y Costa Rica tiene una cifra muy similar de 70 o 72 kg.
En medio de este escenario hay que considerar el hecho de la inocuidad de alimentos del que tanto nos advierten los nutricionistas y las estrictas medidas de manipulación de éstos en la industria alimentaria, en los restaurantes y en otros sitios de suministro de comidas. Sin embargo, los estudios realizados revelan que es en los hogares donde se da el mayor desperdicio de alimentos, seguido de restaurantes y de servicios de alimentación institucional.
En el año prepandémico (2019), unos 700 millones de personas sufrieron de hambre severa y aproximadamente 3000 millones no tuvieron acceso a una dieta saludable. ¡Son cifras realmente escalofriantes!
Lo normal ha sido tener tres tiempos de comida: el desayuno, el almuerzo y la cena, no obstante, los expertos en dietas y en alimentación nos han dicho que debemos de tener cinco tiempos de comida: desayuno, merienda, almuerzo, refrigerio y cena. Se debe entender que tanto la merienda como el refrigerio son bocadillos o frutas de rápida digestión, o como llaman en España, un “tentempié”, algo así como un “puntalito” en Costa Rica.
Inmediatamente asoma la pregunta ¿Y cómo afecta todo esto el cambio climático? Incide de forma directa ya que, si redujéramos el desperdicio alimentario, bajaríamos los GEI (Gases de Efecto Invernadero) y su impacto en acelerar el desorden climático.
De hecho, si bajáramos este desperdicio de comida, podríamos en general reducir los índices de destrucción de la naturaleza; además se podría mejorar la disponibilidad de alimentos, con lo cual se atenuaría el hambre y se ahorrarían millones en divisas.
Más aun, si frontalmente deseamos bajar la contaminación, la pérdida de biodiversidad y la producción de residuos, es absolutamente imperativo reducir el desperdicio de alimentos a escala mundial.
Claramente hay factores que inciden en todo este desperdicio: malos hábitos en la compra de insumos, deficientes prácticas de cocción, olvido de fechas de caducidad o cocinar alimentos en exceso que terminan en el basurero.
Como en tantos otros temas que hemos tratado en estos BIOMA, es preciso tomar conciencia de un problema que no ayuda en nada ni a mitigar el hambre, ni a respetar los cánones de la Naturaleza. Agreguemos este “pendiente” a nuestra lista de cosas por hacer.