En el Mundo
El 10 de diciembre de 1948, tan sólo 3 años después de terminada la muy terrible y sangrienta conflagración que afectó a todos los países del orbe, conocida como la IIª Guerra Mundial, la humanidad dio un paso fundamental para consolidar y avanzar en la protección de la integridad de todas las personas, por lo que la Asamblea General de la recién constituida Organización de las Naciones Unidas, adoptó en París la Declaración Internacional de los Derechos Humanos, mediante resolución 217 A (III), que recogió en 30 artículos los derechos humanos considerados básicos e inviolables, y cambiar de este modo, la indefinición que existía hasta el momento, sobre la obligatoriedad de su acatamiento.
De momento se limitó a una DECLARACIÓN (todavía no un Convenio ni un Tratado), un enunciado de principios guía, estableciendo un listado ideal, común para todos los pueblos y naciones, un documento programático que definiera POR PRIMERA VEZ los principios básicos con los que se quiso guiar hacia un ideal de respeto y protección de conceptos fundamentales, especialmente la vida, que diera mejor orientación a la humanidad.
Es de resaltar el papel destacado que jugó la señora Eleanor Roosevelt, la viuda de Franklin Delano, el presidente estadounidense que falleció en plena guerra.
El documento ha sido traducido a más de 500 idiomas y ha inspirado y facilitado el camino para muchos otros tratados -más de 70-, que han ido delineando el sistema internacional y regional de derechos humanos en todo el mundo, para frenar actos de barbarie, y TRATAR de liberar a la humanidad del temor y la miseria, para que puedan disfrutar de la libertad.
Bastante se ha avanzado, “peeeeero” aún queda muchísimo camino por recorrer, especialmente en la educación hacia el respeto a los derechos básicos, para cumplir con lo enunciado en el “Preámbulo: Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.”
Sigamos soñando con construir un mundo mejor.
Los ideales nos llevan a 1982, cuando las Naciones Unidas suscriben la Convención sobre el Derecho del Mar, considerada como uno de los tratados multilaterales más importantes de la historia, para regular cómo se determina y cuál es el régimen jurídico de los espacios marinos, su forma de uso, y de manera muy especial: la explotación de sus recursos y la PRESERVACIÓN DEL MEDIO.
Se crea así el derecho internacional del mar, que se rige por tres principios fundamentales: la libertad, la soberanía y sobre todo el principio del patrimonio común de la humanidad, que estamos destruyendo por avaricia.
Fue aprobada el 30 de abril, tras 9 años de trabajo y discusión. Luego, el 10 de diciembre de 1982, en Bahía Montego, Jamaica, durante la 182ª sesión plenaria de la IIIª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar, se abrió la posibilidad de que fuera firmada por los diferentes países, por eso se conmemora en esta fecha.
Para lograr sus objetivos, falta mucho por recorrer, los mares han sido sobreexplotados, contaminados y muchas especies marinas están desapareciendo o en peligro de extinción. Se han denunciado “islas flotantes” de basura y contaminación, aumento de la temperatura de los mares, especialmente en el Mediterráneo, que se dice tienen influencia sobre el clima, y causan o fomentan tragedias como el reciente desastre de la DANA en Valencia, España.
Mucha gente sueña con ir a Francia, para conocer la famosísima torre, ícono que identifica a su capital París. Por ello, recordemos que el 15 de diciembre de 1832 nació Alexandre Gustave Eiffel en Dijon (como la mostaza), renombrado ingeniero civil y un apasionado de la ciencia, quien estudió y se graduó de la “École centrale des arts et manufacture” de París.
Muy pocos sabemos que tiene muchas otras magníficas obras, como el Viaducto de Garabit, el bello Puente de Burdeos (más de 500 metros, logrado a la temprana edad de 25 años), o la sólida estructura capaz de soportar el gran peso de la bella Estatua de la Libertad, que preside la entrada a Nueva York, símbolo durante años del nuevo mundo y del inicio de lo que se llamó “el sueño americano”, al que emigraban miles de europeos, huyendo de los problemas, conflictos y hambrunas en sus diferentes países.
Inclusive se ha creado el “mito urbano” de que fueron los Estados Unidos quienes donaron la Torre a Francia, a cambio de la Estatua de la Libertad, pero NO ES CIERTO, es un “bulo”.
Desde una temprana edad profesional, se interesó por la metalurgia y los ferrocarriles, oportunidad de trabajo que logró conseguir, gracias a los contactos y relaciones de su madre.
A fines de 1866 logra instalarse en la capital y funda su propia empresa, mediante la cual crea destacadas innovaciones técnicas, por lo que su fama crece y le solicitan obras en el mundo entero.
La torre fue diseñada para ser temporal, porque era el símbolo que identificaba a su país en la Exposición Universal del año 1889 -ahí mismo en París-, por lo que se suponía que duraría tan sólo 20 años, después de los cuales sería destruida; sin embargo, fue tal su belleza y la innovación técnica, que se mantuvo perenemente, ¡por dicha! Si visitás la torre, tenés que pasar a conocer la oficina que el ingeniero tuvo dentro de la misma, mientras se construía.
Tiene forma de “A”, para compensar la presión del viento, estabilizada con el peso de su base. Algo que llamó la atención, fue el tiempo récord en que se construyó: 2 años, 2 meses y 5 días, toda una hazana, tanto para la época, como aún para hoy en día. Buen ejemplo para nosotros.
Falleció un 27 de diciembre de 1923, a la edad de 91 años, en una mansión que tenía en Rue Rabelais, dicen que mientras escuchaba el “Andante” de la 5ª Sinfonía de Beethoven, una muerte artística y envidiable. Lo enterraron en el Cementerio Levollois-Perret de París, en la misma localidad donde vivía; sin embargo, su tumba no es tan visitada como la famosa torre.
En Costa Rica
Muchos no sabemos quién fue el personaje a quien me voy a referir, y en las escuelas, generalmente no nos resaltan ni su figura, ni su legado, por ello, es esencial que recordemos la historia y su magnífico ejemplo.
En la misma tónica de la parte final de Eiffel, hablando de decesos, el 10 de diciembre de 1823 falleció en Alajuela Gregorio José Ramírez y Castro, a la tempranísima y corta edad de 28 años, 8 días después de su gesta heroica y de ¡renunciar al cargo de dictador!, en contraste con lo que muchos añoran hoy en día; cargo que si bien ejerció con mano férrea, para lograr poner orden luego del golpe de estado perpetrado por los cartagineses, mediante rompimiento del orden constitucional; con lo cual dio un impresionante ejemplo de civilidad y apego a la legalidad, por la que había luchado, ejemplo que debería seguirnos inspirando.
El mandato “claro de las autoridades civiles agraviadas” consistió en: “restablecer la libertad, la paz y la unión de Costa Rica, y de los costarricenses, NO LA DIVISIÓN” (mayúsculas no son del original), para lo cual tuvo que “perseguir y encarcelar a los cabecillas y otros cómplices”.
Es fundamental resaltar que, a pesar de haber vencido a los cartagineses, al enterarse de que los heredianos habían sometido a los alajuelenses, se dirigió hacia allá, pero al rendirse éstos sin combatir “los trató con mano cordial y diplomática para que se integraran al orden constitucional.”
Se nos ha dicho que participó en la vida política nacional, por lo que nos sorprendemos al saber que su ocupación principal era la de marinero y comerciante, no la de político.
Cuando ejerció las artes en el manejo del Estado, resultó designado gobernante del país, como vencedor por el bando republicano, en la primera guerra civil costarricense (el 5/abr/1823), con el cargo comandante general de las Armas, entre el 5 y el 16 de abril de 1823.
Vale la pena leer y revisar el interesante artículo del Catedrático jubilado de la UCR Miguel Rojas Jiménez, en el Semanario Universidad del 31 de julio del 2023, con relación a un tema que mucho se ha discutido: “¿Trasladó Gregorio José Ramírez la capital de Cartago a San José en 1823?”, en el cual resalta que ninguno de los dos bandos opositores “poseían entrenamiento, armas y municiones adecuadas para darse el nombre de ejército”.
Fue una vida ejemplar, que nos debe inspirar a seguir su camino, para reforzar la institucionalidad, la vida democrática y la senda constitucional.
