Jacques Sagot, pianista y escritor.
“Nuestra lengua es muy devota de la clara brevedad” –nos dice Garsilaso–. No. Ninguna lengua es “naturalmente” apta para la concisión o la exuberancia. La lengua impone al autor su material, pero el autor modela, a través de la forma del discurso y el estilo, ese material como bien le plazca. Estoy cansado de lugares comunes como: “la lengua inglesa propende a la economía verbal”, o “la lengua francesa, esencialmente lógica, es el vehículo ideal para el pensamiento cartesiano”, o peor aún: “el italiano es una lengua romántica e inherentemente lírica” ¿“Inherentemente”? “¿Romántica”, “lírica”? ¡Claro, claro, sobre todo cuando se habla el barriobajero y obsceno sporco! ¿Y eso de “la economía verbal” del inglés? En los prospectos farmacológicos o en los formularios migratorios, será. Lean a Shakespeare, Milton, Hawthorne, Poe, James o al mismo Dickens, y díganme qué hay en ellos de “económico”.
¿Y el francés, “la lengua de la lógica? ¿Puede alguien decirme qué hay de lógico en la expresión “qu´est ce que c´est?” ¡“Qué es eso que es eso”! El summun de la tautología. Por momentos, los franceses pueden ser casi enternecedores, en sus pretensiones. Enternecedores, sí, si no fuese porque más bien tienden a irritar. “¿Qué es eso que es eso que es eso que es eso que es eso que es eso?” Nada, en rigor, habría de incorrecto en tal construcción: no está mal pensada, ¡pero no es lógica, porque en la lógica –la matemática, por lo menos– el principio de economía es fundamental: nada debe sobrar ni faltar: un teorema no puede formularse sino de la manera más simple, escueta, directa posible! No mejoramos un postulado euclidiano o una fórmula notable adornándola con metáforas o redundancias, antes bien, pierde toda su fuerza apodíctica: deviene inexacta, se debilita. ¿Qué ganaría el teorema de Pitágoras, si yo lo formulase de la siguiente manera: “En todo triángulo rectángulo, el cuadrado de la rectilínea y donosa hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los menos señeros, pero no por ello menos dignos catetos, ciudadanos perfectamente respetables en el sublime reino de la trigonometría”? Con ello el teorema devendría no solo inexacto, sino carrément incorrecto. Un teorema, un postulado, una fórmula, deben ser imperfectibles. Todo, absolutamente todo en ellos debe ser necesario, y nada prescindible. El matemático habría encontrado la única –no la mejor– forma en que su axioma puede ser expresado. Una concepción spinozista del pensamiento y su formulación verbal: lo real es verdadero, y lo verdadero es necesario. No hay “posibles”, ni contingencias, ni arbitrariedades.
Aquello que es indispensable en la poesía –la letanía, la reiteración, el ritornello– es, por decir lo menos, poco recomendable en el terreno de la lógica formal. Así que no: el francés, con su “¿qué es eso que es eso?” no es “la lengua de Descartes”. Es también la de Rabelais, que de lógico no tenía nada: un verdadero sibarita de la palabra, pantagruélico en su apetito de vocablos, un ogro del verbo. Basta ya, por favor. El español es capaz en efecto de “clara brevedad” cuando el autor así lo quiere, pero el noble idioma de Cervantes también nos pertenece a aquellos que preferimos ser dilatorios, góticos, sinuosos y circunvolutos.
También suele asociarse al inglés a la lógica, la concisión y la exactitud; el idioma de las finanzas, la ciencia y la tecnología. ¿Ah, sí? ¡No me hagan reír! Consideren nomás la expresión idiomática “sit down”. Esto significa, ni más ni menos: “siéntese hacia abajo”. Pero, por las heridas de Cristo, ¿cómo podría una persona sentarse “hacia arriba”? Por principio, debido a la morfología de nuestro cuerpo y a las leyes de la física, todo aquel que se sienta, se sienta “hacia abajo”. Así pues, la expresión “sit down” es un pleonasmo, una tautología, una redundancia absurda y francamente ridícula.
No es aconsejable cultivar los lugares comunes asociados a distintas lenguas. Todos los idiomas del mundo son bellos. Todos pueden ser lógicos, románticos, musicales, líricos, exactos, duros, y también absurdos, arbitrarios e hilarantes. Es cosa que celebro con inmensa alegría.