Heriberto Valverde Castro, periodista y académico.
Para quien es amante del deporte, las Olimpiadas son un verdadero manjar; y no es para menos pues en esos días (15 aproximadamente) se reúnen en competencia los mejores atletas del mundo en treinta y dos disciplinas deportivas, algunas de ellas muy conocidas y con altos niveles de afición, otras con menos reconocimiento, para las cuales los Juegos se constituyen en el escenario soñado, más algunas totalmente novedosas.
Pero además, esos atletas vienen de 204 países de diferentes regiones y de los cinco continentes del mundo, con una gran diversidad de culturas, de idiomas, de creencias, de relaciones políticas y económicas y muchas otras manifestaciones, lo que convierte a los Juegos Olímpicos en otro manjar, un manjar cultural.
Una tercer arista de las Olimpiadas es la que tiene que ver con su trasmisión a tantos países, entiendo que al mundo entero, y todo lo que ello implica, tanto desde la perspectiva de los atletas que ven multiplicarse sus actuaciones por millones y millones de audiencias, como desde la nuestra: esos públicos que tenemos la oportunidad de vivir esas dos semanas de lucha, de tesón, de gloria para unos y también de derrota para otros muchos.
Tras medallas y marcas
Siendo lo deportivo el elemento central, las competencias premian a los atletas ganadores con medallas de oro, plata y bronce para los tres primeros lugares, ya sean competencias individuales o por equipos. Adicionalmente, se han establecido marcas para los mejores desempeños de los ganadores en algunas disciplinas y modalidades. De esta manera la competitividad crece y el ir tras ella, genera y promueve más y más calidad.
En cada edición olimpista la calidad mejora en muchas de las competencias y eso se mide con el rompimiento de marcas que se da, casi edición tras edición. Y detrás de ese fenómeno deportivo hay todo un mundo de estudio, investigación e industria. De allí que escuchemos a los especialistas señalar que tras el logro de una nueva marca olímpica hay mucha práctica, dedicación y sacrificio, y que también puede haber factores genéticos de por medio, pero que no pueden dejarse de lado otros elementos como las dietas alimenticias.
A niños y jóvenes mejor alimentados, corresponderán mejores atletas, y aunque sabemos que, aun los países que lideran el medallero olímpico siguen sin resolver el problema de la pobreza y del hambre de sus pueblos, no cabe ninguna duda de que existe una relación directa entre una buena nutrición y el rendimiento deportivo. Y quedan todavía otros factores que quienes saben, citan como preponderantes en ese mundo del deporte en general y del olimpismo en particular. Por ejemplo las telas de los uniformes, los materiales y la forma de los zapatos; y ni qué decir de otros implementos de muchas de las disciplinas, desde el arco, la jabalina, la pértiga y las bicicletas, hasta los materiales con que son construidas las pistas para pruebas de velocidad y la temperatura del agua de las piscinas. Todo juega, a partir del atleta, todo juega para que unos ganen, otros pierdan y muchos más disfrutemos las competencias.
Un espacio para conocernos
En lo cultural la riqueza de las Olimpiadas es inconmensurable. La apariencia física, las vestimentas, las lenguas, los ademanes, la forma de celebrar el triunfo, de manifestar el dolor de la derrota, el reír, el llorar, la solidaridad, los ritos religiosos o algunas conductas ligadas a los sistemas políticos de los países de origen, la comprensión y el respeto, todo es motivo diferenciador y en algunos casos unificador.
En el 2001 tuve el honor de presidir la delegación nacional a las “Universiadas”, el equivalente a los Juegos Olímpicos pero en el ámbito universitario, celebrados ese año en Beijin, China. Aquella experiencia de compartir con representaciones de países de muchas partes del mundo me permitió y me permite vislumbrar la grandeza del intercambio cultural que generan las Olimpiadas y su trascendencia en la formación de la juventud.
Pero antes, en los ochenta, aquí en el país, por mis labores periodísticas tuve la oportunidad de vivir por dentro los Juegos Deportivos Nacionales y valorar la riqueza y el crecimiento personal que genera ese intercambio cultural, aunque sea en la pequeña escala de nuestro terruño.
La máxima expresión de esa riqueza que nos brindan las Olimpiadas proveniente de la variedad, de las diferencias, de lo típico de cada país y de cada delegación, se da en las ceremonias de inauguración y de clausura. En París vimos expresarse esa riqueza de manera espectacular en la apertura con un acto pletórico en historia y en arte, concentrado como era esperable, en la civilización occidental y la francesa en particular. Para hablar en términos olímpicos, la ceremonia de inauguración dejó el listón tan alto por su calidad y riqueza, que los actos de clausura parecieron deslucidos. Pero en fin, son valoraciones propias, correspondientes a la variedad cultural que ofrece ese mundo que nos regaló París.
En su casa y a todo color.
Vamos a la comunicación, concretamente a la trasmisión de las Olimpiadas por la televisión, ya sea de manera diferida o directa. Hecho que hemos podido disfrutar en las últimas décadas, y sin temor a equivocarme, con mayor amplitud y calidad en cada edición. Para el caso, veamos lo sucedido en París 2024. Aquí en nuestro país se contó, entre otras opciones, con las ofrecidas por los canales Claro, cuatro en total, para los usuarios de ese servicio de televisión satelital. Y en la televisión abierta, el servicio ofrecido por Repretel, por medio de los canales 6 y 11, el que por sus características llegó a una mayoría de hogares y de televidentes en general.
Alimentados por una señal internacional, Repretel apostó por complementar las imágenes con un servicio de audio local, dirigido por su equipo de periodistas y apoyado con especialistas en las diferentes ramas deportivas. La operación fue muy exitosa y los amantes o aficionados al deporte fuimos los beneficiados. Debo reconocer el buen tino de los responsables de este trabajo en Repretel. La participación de los especialistas, muy calificada en la mayoría de los casos, no solo aportó calidad a la trasmisión, sino que enriqueció el conocimiento del público y de los mismos periodistas, sobre todo en deportes menos conocidos en el ambiente nacional, y eventualmente generó un gusto y hasta afición por alguna de esas disciplinas deportivas. Aclaro, con manifiesto orgullo, que en canal 13, en los ochenta, con los Juegos Deportivos Nacionales, pusimos en práctica esta modalidad de acompañamiento con especialistas, con la ventaja de que el canal generaba también las imágenes. Soy un convencido de que el buen periodismo consiste en poner en contacto al público con quienes tienen la autoridad del conocimiento, en cualquier campo, incluso en materia de sucesos.
Conclusiones. Echando para nuestro saco
En lo deportivo. Quedó en evidencia, una vez más, el profundo significado y valor de la práctica del deporte como una manifestación de desarrollo social, y en consecuencia, la importancia que tiene para el presente y el futuro del país, el generar oportunidades deportivas a nuestra niñez y juventud. Hay que reconocer a los atletas que nos han representado en esas justas mundiales, con grande o mediano éxito, su esfuerzo y su amor al país, pero definitivamente necesitamos un compromiso nacional para, primero, abrir el abanico de oportunidades deportivas a nuestra niñez y juventud, y a partir de ahí, hacerlo con aquellos que muestren condiciones para ser atletas competitivos, y segundo, brindarles las condiciones necesarias, imprescindibles, para un desarrollo integral que les lleve a representarnos dignamente, en valores y en capacidad de competencia.
Solo un compromiso nacional serio, que comience por poner el deporte en el lugar que le corresponde entre las prioridades oficiales, podrá enrumbarlo por el camino señalado.
En lo cultural. Tenemos que hacer que el deporte sea manifestación y multiplicador de nuestros mejores valores: de la disciplina, del esfuerzo, de la altura de miras, de la competencia sana, del acompañamiento solidario, del respeto a las diferencias, del saber ganar y saber perder, de la tolerancia, de la humildad y hasta de la espiritualidad; del respeto a nuestras raíces, a nuestra historia, y de la alegría y el sentido de pertenencia a la familia, a la comunidad y finalmente al país. El deporte debe acercarnos a lo sublime, a la permanente búsqueda de calidad y mejoramiento y alejarnos del camino fácil, de la mediocridad, del conformismo, de la chota y la bajada de piso. En fin, el deporte tiene que ser agente de buenos ciudadanos y mejores personas, y para ello, urge darle el lugar que le corresponde en nuestro esquema social.
En cuanto a la comunicación. Esta buena experiencia de Repretel, tan reconocida y agradecida, debiera servir a esos mismos periodistas y en general a quienes ejercen la comunicación colectiva en el país, como punto de partida para una profunda revisión de sus prácticas profesionales tan sumidas en la medianía del menor esfuerzo y del hacer lo mismo, incluso cuando pretenden buscan resultados diferentes. El éxito del trabajo de Repretel en la trasmisión de la Olimpiadas nos indica, les indica, primero, que hay formas mejores de hacer periodismo, diferentes a esa cansina fórmula que nos vienen aplicando desde hace tiempo, consistente en hablar y escucharse a sí mismos, como criticones más que como críticos, repetitivos en las temáticas y en sus tratamientos.
En consecuencia debiera, segundo, convencerlos de una vez por todas, porque recibieron abundante realimentación en ese sentido, de que la gente quiere ver y oír sobre otros deportes. Deben entender que si bien en el país la fiebre del fútbol es muy alta, concentrada en dos equipos y alimentada por la agenda de esos mismos comunicadores y sus medios, lo cierto es que hay otros gustos, otros intereses, otras aficiones que esperan ser atendidas y que no solo lo merecen sino que además conforma otros mercados publicitarios dignos de sondear.
Y tercero. Ese éxito debe convertirse en un llamado a ser humildes y responsables. Humildes para entender que no es posible saberlo todo y que debemos recurrir a quienes sí saben, si queremos darle un servicio confiable y de calidad a nuestros públicos. Y ser responsables, entender, de verdad, que el ejercicio periodístico es un ejercicio educativo permanente, exactamente como lo fue en estos quince días con la ayuda de los especialistas, para actuar en consecuencia alejándose de esa enfermedad tan propia de nuestro periodismo que le aleja del rigor científico y le acerca a la especulación como forma de conocimiento.
París 2024 nos ha dejado hermosas imágenes y muchas enseñanzas. Guardemos las primeras en nuestras memorias y en nuestros corazones, aprovechemos las últimas con inteligencia para construir un mundo mejor, tanto en lo personal como en lo social.
Excelente artículo. Totalmente identificada con lo dicho. Hasta las lágrimas me sacó.