Federico Paredes, analista agroambiental.
El 31 de agosto de 1959, don Mario Echandi Jiménez, Presidente de Costa Rica en aquel entonces, firmó el Decreto Ejecutivo que declaraba al árbol de Guanacaste, como Árbol Nacional. Se pensó en convertirlo en uno de los símbolos patrios para honrar a los guanacastecos por la anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica en 1824, es decir, hace exactamente 200 años.
El nombre Guanacaste deriva de la lengua náhuatl y quiere decir “árbol de las orejas”, dado que los frutos que produce se dan en vainas coriáceas, de color café brillante, en forma de oreja. El prefijo “gua” quiere decir “árbol”, de ahí guapinol, guayacán, guarumo y tantos otros nombres similares que provienen de esa lengua indígena.
Muchos de nosotros tuvimos el placer, siendo niños, de subirnos en árboles de mango (Mangifera indica), de guayaba (Psidium guajava) o de jocote (Spondias purpurea), para degustar, con fruición, de esas sabrosas frutas tropicales.
Sin lavarlas y muchas veces en las mismas ramas de esos árboles, comíamos sus pulpas con una gran felicidad, obviando inclusive la presencia de gusanos de las moscas de las frutas (Drosophila melanogaster). ¡Era parte de la diversión! Ya de adultos comprendimos que, por último, esas larvas constituían proteína y que estaban más limpias que las mismas frutas, por fuera.
Desde tiempos bíblicos, los árboles han jugado un papel fundamental en la historia de la humanidad. En el huerto del Edén, Yahvé (Dios, Hashem, Eloí) fue claro al darle la orden a Adán, de no comer del árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal. No era un árbol de manzana como se ha popularizado internacionalmente, pero tenía frutos muy atractivos (Genesis 2:16-17), que hicieron caer a Adán y a su compañera Eva, en un claro acto de desobediencia.
Para disfrutar de su sombra, recoger sus frutos, como suministro de leña, por sus componentes medicinales, como alimento para el ganado o como cercas vivas, los árboles han sido un fuerte aliado de la humanidad. Pero no todos son árboles, algunos como las palmas o las musáceas, aunque alcanzan notables estaturas, no entran en la categoría de árbol.
Algunos ejemplares arbóreos llegan a estatus excepcionales como el árbol de Tule (Taxodium distichum) en México. Conocido también como Ahuehuete, este ejemplar ha sido calificado como el que alcanza el mayor diámetro del mundo.
Con una circunferencia de 42 metros que llegan a ser unos 14 metros de diámetro, se requerirían a unas 30 personas para poder abrazarlo en un gran círculo. Los botánicos han documentado que bajo su sombra cabrían unas 500 personas. Está dentro del grupo de los más viejos, con una edad aproximada de 2000 años.
Ahora bien, en este ranking de notables características de los árboles, hay que mencionar al que se considera el árbol más grande del mundo que es el Hyperion (Sequoia semper vivens) con una altura de 116 metros y residente permanente del Parque Nacional Redwood, al norte de California, EUA. Los dendrólogos lo colocaron en la posición número uno, al desbancar al Stratosphere giant, que alcanza una estatura de 112,8 metros. El sequoia se coronó entonces como el más alto en 2006.
El “todoterreno” en este escenario es, sin duda, el árbol de olivo (Olea europaea) ya que ha demostrado ser capaz de soportar extremos de temperatura como sequias, heladas, inundaciones, estrés hídrico y toda suerte de desastres climáticos.
Existe uno de Turquía con más de 2000 años de antigüedad, es decir, está desde la época en que San Pablo caminaba por esas tierras de Galacia y Capadocia, predicando el evangelio de Cristo. Hermoso espécimen que ha provisto de olivas (aceitunas verdes y negras), así como de un aceite de mucha calidad, a las diferentes generaciones de humanos.
Pero en esta “danza arbórea”, ¿cuál podríamos decir que es el árbol existente, más viejo? Determinaciones hechas por científicos forestales han demostrado que esta categoría se la lleva el árbol de alerce (Fitzroya cupressoides) que es pariente de los cipreses. Con 60 metros de altura y 5 metros de diámetro, el alerce alcanza la mayor longevidad con más de 3000 años. Todo un Matusalén.
Sin embargo, existe otra información que emana del Servicio Forestal de los EUA que apunta al Pinus longaeva, un pino demasiado viejo porque según estudios realizados llega a la edad de 4.853 años, lo cual desbancaría por mucho al alerce chileno. Este pino se encuentra en el Estado de Nevada y su ubicación exacta es un secreto para protegerlo del vandalismo y de otros posibles actos criminales.
Sea el alerce o sea este pino longevo, lo cierto es que son árboles milenarios que han estado ahí desde que Noe comandaba su arca en el Gran Diluvio Universal.
Tenemos claro que muchas especies de aves y de primates requieren de una cobertura boscosa para desarrollar sus ciclos de vida, razón por la cual debemos incrementar el respeto hacia estos ejemplares de la vida silvestre, inclusive debemos promover un proceso continuo de arborización en nuestras ciudades para amortiguar el efecto de los extremos climáticos. ¡No solo Tarzán necesitaba los árboles con sus bejucos!