El Cascanueces: enigma de un rito iniciático

El Cascanueces: enigma de un rito iniciático

Jacques Sagot, Revista Visión CR.

El Cascanueces fue la primera obra de Tchaikovsky  que se escuchó en Costa Rica.  Nuestras bandas tocaban ya el Vals de las flores, el Trepak y la inmaterial Danza del Hada del Azúcar (con piano pues no teníamos aún celesta) en 1902, diez años después de su composición.

Tchaikovsky era un espíritu trashumante: recorrió Europa, y cruzó el océano para dirigir los conciertos de inauguración del Carnegie Hall, en Nueva York.  Siempre asumió que la vida sería mejor en otro lugar.  ¿De qué huía?  De sus demonios como de sus ángeles…  Ambos tenían sobre él poder omnímodo.  Nunca logró escapar de ellos, pues como dice Jean Cocteau: “No por cambiar de castillos va uno a cambiar de fantasmas”.  Podemos también citar las palabras que Sócrates le dirigió a Lucilius: “Me dices que no fuiste feliz durante tu viaje a tierras lejanas…  Pues no me sorprende: cometiste el error de viajar contigo mismo”.

Exploring the Influence of Tchaikovsky on Ballet Music - Serenade
Piotr Ilich Tchaikovski.

El Cascanueces nació casi simultáneamente en San Petersburgo, Florencia y Rouen, donde fue quemada viva Juana de Arco, inspiradora de la ópera La doncella de Orléans, también de Tchaikovsky. Con la presteza y la inmaculada puntualidad de la sonda espacial Rosetta, la música atravesó 12 500 kilómetros y llegó al Teatro Nacional en menos de una década. ¡Qué centellas certeras y filosas, las melodías de Tchaikovsky!

El Cascanueces es una pieza entrañable en cualquier lugar del mundo, es música universal, tan celebrada en San Petersburgo como en Nueva York o San José.  No es ajena a nuestra realidad cultural, que es múltiple, diversa.  Esto se debe a varias razones.  Primera: la profunda identificación de Tchaikovsky con el universo infantil (escribió otros dos ballets sobre cuentos de hadas: La Bella Durmiente del Bosque y El Lago de los Cisnes, además de colecciones de piano para niños).  Junto con Schumann y Ravel, Tchaikovsky fue el compositor que mejor entendió el mundo de la infancia.

Segunda: el ballet está basado en un cuento fantástico que convoca todos los elementos típicos de la infancia.

Tercera: Tchaikovsky era una verdadera fábrica de melodías a tiempo completo: producía melodías naturalmente, como un peral produce peras.  Melodías memorables, que brotan del corazón y, como aves migratorias guiadas por su instinto, buscan el hábitat de otros corazones.  Un don raro aun entre los más grandes compositores.  Son melodías populares y al mismo tiempo sofisticadas: no necesitaba insultar a su público con porquerías para gratificarlo, para complacerlo.

El Cascanueces | Teatro Principal de Zaragoza

Cuarta: utiliza instrumentos de una sonoridad asociada a la magia, a lo sobrenatural, a lo fantástico: la celesta, el arpa, el piccolo, muy colorida percusión.  Los ritmos folclóricos también interpelan directamente al público, tal el caso del Trepak, danza tradicional rusa.  Es música suspendida en el tiempo, algo así como los “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón” de Machado.  Música para siempre, y tan costarricense como la que más, porque Costa Rica contiene, hoy en día, al mundo entero, la totalidad de la cultura mundial.  Es, justamente, la belleza del multiculturalismo.  El Cascanueces se escuchó completo en nuestro país por primera vez en 1918, esto es, apenas veintiséis años después de su composición.

Y no, no, no: El Cascanueces no es una musiquita meliflua diseñada para que una troupe de libélulas alce la piernita por aquí o ejecute una afiligranada pirueta por allá.  Es una obra inmensa, el más célebre ballet de un maestro que, en este género, no fue superado por nadie, y quizás apenas igualado por Stravinsky o Delibes.

La música es supremamente difícil: está erizada de pasajes que exponen a diversos instrumentos como solistas ad hoc, y que no perdonan el menor error, toda vez que cualquiera puede tararearla.  Tal es el caso, verbigracia, del solo de la flauta en la Marcha Miniatura que constituye el segundo número de la obra.  ¡Cuántas veces he visto derrapar a mis amigos flautistas en este desnudo, arriscado pasaje!

El cascanueces - Wikipedia, la enciclopedia libre

El Cascanueces constituye un reto formidable para coreógrafos y bailarines, y es una de esas piezas que ya por poco forman parte de nuestro ADN.  Las compañías de ballet de los Estados Unidos derivan el 40 % de sus ingresos del montaje navideño de la obra.  Ha sido llevado al cine, a la televisión, y se han propuesto de él mil diferentes arreglos, algunos muy bellos, otros absolutamente espernibles.  Es harto frecuente que del ballet se interprete, a modo de pieza de concierto, solo la suite (confeccionada por Tchaikovsky) y algún otro número insertado por los intérpretes.  Funciona bien como ballet, pero también como música pura, y puede ser disfrutado sin tener la menor noción de la historia que tan elocuentemente ilustra.

Junto a la temeraria prestidigitación del ratón Mickey en El aprendiz de brujo y las hipopótamas rosa que entornan los ojos y se bajan –¡cuán fútilmente!– el tutú en La danza de las horas, el segmento consagrado a El Cascanueces es el más bello de la película Fantasía, de Walt Disney (1940). ¡Algo ha de tener el agua puesto que tanto la bendicen!  Todos crecimos amando la Danza China de los honguitos, la Danza Árabe o el Vals de las Flores: son parte de ese acervo musical, de ese museo interno de la belleza que empezamos a construir desde nuestra temprana infancia.

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La conjunción de Ernest Theodor Amadeus Hoffman (autor del cuento El Cascanueces y el Rey de los Ratones) y Tchaikovsky fue… pues una colisión de alisios y septentriones en mitad del océano: solo podía surgir la más bella de las tempestades.  Hoffmann es uno de esos escritores que se transformaron a sí mismos en obra de arte: supo cincelar su imagen y convertirla en personaje literario, acaso más memorable que cualquiera de los que brotaron sobre el papel.  Vean sus retratos.  ¿Feo?  Sería la más piadosa de las litotes.  Chiquitillo, enclenque, ojos desorbitados de lémur que atisba en las tinieblas, y una algarabía de pelo virgen de peine.

Hoffmann era dibujante (sensacional caricaturista), pianista, violinista, compositor (su ópera Ondina hipnotizaría a Wagner, de cuyo tío fue amigo íntimo), abogado, filósofo, nigromante, alquimista, adorador de la naturaleza, animista convencido de que un alma incubaba en cada árbol, animal o piedra, mirada de divino alucinado, profesaba un culto por las potencias oscuras, todo cuanto habita las cavernas subconscientes, acólito de Mefistófeles (a pesar de haber nacido en Königsberg y ser alumno de Kant, faro del Siglo de las Luces).  ¡Qué subterránea angustia irriga la obra de este insólito creador!

Les rêves fantastiques d'Ernst Theodor Amadeus Hoffmann | RetroNews - Le site de presse de la BnF
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann.

Consideremos los personajes de la ópera Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach; del ballet Coppélia, de Delibes (sugerida por esa quimera ambulante que era el inventor Coppélius, especie de Dr. Frankenstein obsesionado con dar vida a sus autómatas); o escuchemos la Kreisleriana, de Schumann, galería de visiones beatíficas y vertiginosas pesadillas, inspiradas por el personaje del maestro de capilla Kreisler, violinista paganinesco que habría adquirido sus destrezas pactando con…  Ese, sí, el innombrable, “el Espíritu que todo lo  niega” (Goethe).

“Lo que veo en sueños, suele realizarse”, escribió alguna vez Hoffmann, y ¡qué itinerario a través de lo abigarrado, lo grotesco y fantástico, eran los sueños de este soñador profesional!: un surrealista anacrónico en el siglo de Goethe, Kant y Beethoven.

Su relato El Cascanueces fue improvisado, en el estilo de los “abuelos cuentacuentos”, para entretener a sus hijos: los propios y los adoptivos, pues nuestro autor era “mañoso” y persistía en considerar que la mujer del prójimo era más deseable que la propia.  “¡El prójimo siempre tiene buen gusto!” –solía decir–.  Hoffmann es uno de los grandes creadores de monstruos de la historia de la literatura, de fantasmas, de sombras, o bien de seres humanos a los que sus sombras habrían desertado (fenómeno quizás más perturbador que el de la confrontación con la propia sombra).  Su literatura está llena de esoterismo, de alusiones a diversas formas de ocultismo: es todo menos inocuo o ingenuo.  Y ciertamente no califica, de ninguna manera, como un escritor de literatura infantil.

¿Qué es El Cascanueces? Lo que los alemanes llaman Märchen: híbrido de cuento de hadas, leyenda popular, rapsodia (etimológicamente, “zurcido de cantos”), historia de terror, ejercicio de ironía… y narración iniciática portadora de un mensaje cifrado.  ¿Cuáles eran estos ritos?  Nadie lo sabe a ciencia cierta.  El cuento pertenece al mundo de la literatura ocultista, es un texto cifrado, hermético, que demanda la exégesis de hermeneutas avezados.

El Cascanueces, un imprescindible de la danza clásica en El Batel | Ayuntamiento de Cartagena

Hoy asociamos aquel cuento a la venturanza doméstica de la Navidad… ¡Despierten, amigos!  ¡Ese árbol de Navidad es un laberinto infernal y nos conducirá a parajes insospechados!  ¿Ratones antropomórficos, gigantescos y perversos, juguetes que cobran vida, hadas tan etéreas como abisales?  ¡Nada podría ser más inquietante!  Algunos de los personajes de Hoffmann anticipan al robot, el androide, el cyborg, el mutante, y el zombi de las películas de terror modernas.  Representan la fase oculta, oscura, lunar del temprano romanticismo alemán, que tan afecto fue a pactar con las potencias tenebrosas (pensemos no más en el Fausto de Goethe, o en las bellísimas pero turbadoras Escenas del Bosque para piano, de Schumann: es música balbuciente, larval, directamente brotada del onirismo).

Pinocho es también un relato de iniciación y una alegoría del camino hacia la sabiduría oculta: por principio, conviene desconfiar de todo muñequito que asuma vida autónoma.  Esos roedores – hombres y su pérfido rey, ¿no nos remiten acaso a La metamorfosis, El topo, La madriguera y Josefina la cantora o el pueblo de los ratones, de Kafka; o nos devuelven a la aterradora leyenda medieval de El Flautista de Hamelin, recogida por los Hermanos Grimm en su antología de cuentos de 1812?

Esas mutaciones –premonición de la ingeniería genética, uno de los nervios éticos más sensibles de la ciencia–, esos zoomorfismos o antropomorfismos, ¿creen ustedes que son anodinos?  Los niños lo intuyen desde la raíz del ser: El Cascanueces les resulta fascinante justamente porque los asusta (¡el miedo es todo menos aburrido!) sin por ello hacerlos sentirse amenazados.

El Cascanueces (The Nutcracker) | Mi Libro de Cuentos

Dos niños, dos genios, dos Wunderkinder.  Tchaikovsky fue la caja de resonancia ideal para Hoffmann. También en él pugnaban fuerzas antinómicas: el culto por la razón, y el embeleso con todo cuanto en el mundo psíquico y físico es irreductible al cogito cartesiano, lo que designamos como “fantástico”, “sobrenatural”, “irracional”, aquello que se inscribe en la llamada “fantasfera”… y nos descubrimos incapaces de contenerlo en nuestras siempre provisionales interpretaciones de la realidad.  Como Swedenborg y Nerval, Hoffmann fue miembro de diversas sectas esotéricas.  Es cosa que deja muy en claro el libro Las fuentes ocultas del romanticismo, de Auguste Viatte (1928).

Tchaikovsky y Hoffmann eran disonancias vivientes, dos hemisferios que jamás encontraron la síntesis (felizmente, pues tal cosa los hubiera esterilizado).  De conformidad con el espíritu del cuento, Tchaikovsky incorpora melodías populares (la canción francesa Cadet Rousselle y tonadas tradicionales rusas, tal el caso del Trepak), y envuelve su música en un nimbo de fantasía que es, a un tiempo, delicioso y sonambúlico.  Los ballets El lago de los cisnes y La bella durmiente del Bosque ya lo habían probado: la leyenda era la patria de su alma; fuera de ella, todo era exilio.  El ballet es la simiente, el arché, la raíz de donde procede toda la música de Tchaikovsky.  Escuchando sus sinfonías, sus conciertos, sus oberturas, sus óperas, su Serenata para Cuerdas, me embarga constantemente la sensación de estar ante música de ballet.  La danza era su elemento, su hábitat natural.  Después de la dinastía de los Strauss, es din duda el más egregio cultor del vals vienés… pese a que era ruso.

EL CASCANUECES, entre ratones y medianoche - Martin Wullich

El Cascanueces va mucho más lejos de lo que podríamos suponer.  Coquetea peligrosamente con lo demencial, la faz en sombra del mundo y del ser humano.  ¿Un cuento de hadas?  Convengamos, pero no sin recordar la etimología de la palabra “hadas” (del latín fata): espíritus que tejían la urdimbre de nuestro destino –las moiras de los griegos–, detentoras de todos los secretos de la existencia, criaturas caprichosas que tanto podían ser benignas como encarnar la más implacable malevolencia.

Adivina, adivinador…  Esas cascadas sonoras del arpa (infaltables arpegios que anuncian la entrada de la prima ballerina), el tintineo de la celesta (instrumento inventado apenas seis años antes de la obra, así llamado por su timbre “celestial”), el sordo cuchicheo de los fagots y las cabriolas de las flautas en la Danza china…  Se quedó corto Disney con los honguitos y peces que se arrebujan en sus translúcidas colas.

El Cascanueces proviene del país de los sueños, sí, ¡pero recordemos que en los sueños pasan muchas cosas bizarras y, en apariencia, incoherentes!  Hay un mensaje cifrado.  No lo revelaremos.  Apenas una pista: el cascanueces es un artefacto cuya función consiste en triturar, penetrar, abrir lo que es considerado hermético por excelencia: una nuez.

“Aun cuando habitase dentro de una nuez, persistiría en considerarme el centro del universo” –proclama, altivo, Hamlet, como el joven humanista graduado de la Universidad de Wittenberg que era–.  Gocemos de la música y el cuento con extrema suspicacia, ofrezcámonoslos como regalos navideños, pero esta vez aguzemos los oídos: Hoffmann y Tchaikovsky comparten con nosotros un secreto, y solo podía ser formulado como enigma, y por medio de la música, el lenguaje enigmático por excelencia.

 

 

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