Jacques Sagot, Revista Visión CR.
Las trincheras, las fosas, las murallas separan a los hombres. Los puentes los unen. Entre muchas otras cosas, París ha sido una ciudad de pontífices (la etimología de la palabra significa “hacedor de puentes”). Treinta y siete… y no hay dos iguales. La noción de paisaje urbanístico planeado, y la distancia histórica entre uno y otro ha evitado las duplicaciones de diseño. Muchos de ellos, obras de arte al tiempo que prodigios de la ingeniería. Incontables estilos arquitectónicos. Unamuno, en el exilio en Francia, y evocando con nostalgia su Duero, dijo alguna vez que “el Sena no es un río: es un canal”. Canal tal vez, pero lleno de historia y, lo que es más valioso, de leyendas. El puente más antiguo data de 1587, el más reciente de 1992. ¡Y qué no han visto, esos puentes: los cadáveres de la masacre de San Bartolomeo… flotando, según el poeta Agrippad´Aubigné, durante más de una semana… los muertos de la Resistencia de la Segunda Guerra Mundial… el nacimiento de algunos de los poemas más hermosos de que se guarda memoria… canciones inmortales!
EL PUENTE NUEVO MÁS VIEJO DEL MUNDO
Cosas de las ciudades: el llamado “Puente Nuevo” es, en realidad, el más viejo de París. Su primera piedra fue puesta el 31 de mayo de 1578, y entre ese momento y su finalización, en 1614, desfilaron seis reyes y reinas: Catalina de Médicis, su hijo Enrique III, Luisa de Lorena, Enrique III, Enrique IV y Luis XIII. Los que no fueron depuestos, fueron asesinados: era la época en que católicos, protestantes y calvinistas se sacaban la lengua y a veces los ojos– unos a otros. Unos pocos meses bastarían hoy en día –para construir un puente de estas características, pero hay algo “inconstruible”: la pátina de la historia, su valor simbólico, las cosas de las que ha sido testigo, los grandes -y pequeños- hombres que lo han transitado.
Con sus 232 metros, el Puente Nuevo es el más largo de París. Une la orilla norte con la orilla sur del Sena, atravesando la parte occidental de la Île de la cité. Se le llamó “Puente Nuevo” porque fue el primero construido íntegramente de piedra (los anteriores lo eran de madera). Otra novedad, cortesía con los peatones: las aceras. Y un elemento más pensado para el pueblo: sus balcones, que devinieron “anfiteatros” para músicos trashumantes, pequeños comercios, ventas de frutas y animales. Trescientos ochenta y cinco mascarones ornamentales fueron comisionados al escultor Germain Pilon: no hay dos idénticos. El toque final lo constituyó una estatua ecuestre de Enrique IV. Pero, asesinado en la vida real, Enrique “el Grande” -también conocido como “El buen rey”- lo fue asimismo simbólicamente: su estatua fue destruida durante la Revolución Francesa. Actualmente ha sido restituido a “la vida”: una nueva estatua ecuestre ha sido emplazada en un terraplén entre dos contrafuertes.
El Puente Nuevo es patrimonio histórico universal. Fue una obra innovadora: en muchos aspectos, el primer puente moderno de la historia.
FLORA, FAUNA, MINERAL
No se supone que deba yo emitir criterios comparativos, pero por una vez, llevado por el entusiasmo, voy a hacer una excepción: el puente Alejandro III es el más bello de París, y ciertamente uno de los más imponentes del mundo. Declarado patrimonio histórico en 1975 e hijo de la Tercera República, el puente une la explanada de Los inválidos (hotel creado para albergar a los heridos de guerra y, de paso, tumba del hombre mejor enterrado del mundo –después de los faraones–: Napoleón Bonaparte) con la explanada del Gran Palacio y del Pequeño Palacio, hoy en día museos ad hoc.
Alianza equipotencial entre la arquitectura, las artes decorativas y la ingeniería, los profusos ornamentos (conchas, flora acuática, guirnaldas, animales) sirven además como contrapeso. Un solo arco facilita la navegación. Fue el primer puente construido con materiales prefabricados, en este caso, metal fundido y forjado, manipulados por una grúa tan grande como la que se usó para la erigir la Torre Eiffel. Una vez más –y según un concepto muy cartesiano del paisaje urbano– el puente pone en contacto las dos explanadas citadas, pero además permite un atisbo de los Campos Elíseos, y preserva, además, la anchura exacta de la Avenida Winston Churchill, de la cual forma parte. Literalmente hablando, un puente entre palacios.
Fue construido en 1896 (el Zar Nicolás II de Rusia puso la primera piedra), para celebrar la alianza franco-rusa establecida desde tiempos de Alejandro III. De ahí la presencia de las “Ninfas del Sena” y las “Ninfas del Neva”. Treinta y dos candelabros de bronce, leones, pegasos dorados, todo en espléndido contraste con el tinte gris de la estructura. Los dos caballos tienen secretos que solo se revelan a las miradas atentas. Están parados en sus patas traseras. Cada una de ellas tiene dos esculturas que representan cuatro grandes momentos de la historia de Francia: Carlomagno, el Renacimiento, Luis XIV, y la contemporaneidad.
La belleza y la funcionalidad: dos conceptos que deberían ir siempre de la mano. Ni una ni otra son superfluas. La primera coadyuva a la solidez de la estructura, la segunda sustenta a la primera.
¿PUENTE, POEMA?
“Bajo el cielo de París”, una de la más bellas y conocidas canciones de Edith Piaf, fue concebida en el Puente Mirabeau. Igual lo fue “El puente Mirabeau”, poema milagroso de Guillaume Apollinaire. Georges Brassens, junto con la Piaf, el cantante popular más querido de Francia, lo menciona en su canción “Ricochet”. Finalmente, Marc Lavoine lo vuelve a poetizar en 2001. Pero otros poetas usaron esta estructura para ir a buscar el reposo final en el Sena: el río-cuna, el río-berceuse, el río lullaby. Paul Celan, artista de origen judío cuyos padres habían sido masacrados en campos de exterminio, se suicida en abril de 1970, saltando del puente en cuestión.
Hubo dos Mirabeau: el hijo (marqués), y el padre (conde: el autor de la frase célebre: “para vivir existen tres métodos: mendigar, robar o realizar algo”). El viejo era un gran político (según Ortega y Gasset, el político “por antonomasia”), y brilló sobre todo durante la fase previa a la Revolución Francesa. El puente que le está dedicado fue construido entre 1893 y 1897. Su estructura metálica, con tres arcos –el central mucho mayor que los otros dos– lo emparentan estilísticamente con la Torre Eiffel, a cuya construcción sucede únicamente por cuatro años. A lo largo de sus ciento setenta y tres metros de largo, encontramos cuatro alegorías: París, la Navegación, la Abundancia y el Comercio. Las ninfas y animales mitológicos han cedido su lugar a deidades más “terrenas”.
En 1975, esta esbelta, estilizada estructura de acero fue declarada monumento histórico.Pero lo más bello del puente es el poema de Apollinaire: “Bajo el puente Mirabeau corre el Sena, y nuestros amores tenía que recordarnos. La felicidad venía después de la pena. Llega la noche, suena la hora, los días pasan y yo permanezco. Las manos entrelazadas, permanezcamos cara a cara, mientras bajo el puente de nuestros brazos pasan las eternas miradas del agua serena”.Permanecer, sí, en el amor; mientras la hora, la noche y el agua frívola pasan. Solo queda el amor, solo él resiste a la corriente del río.
LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL DEL PUENTE
Borges dijo alguna vez que el hombre había inventado la azada para prolongar los brazos del hombre, y el libro para prolongar su memoria. El puente –a pesar de su ocasional uso bélico– prolonga la capacidad de abrazo, las manos que se estrechan a la distancia. Son, básicamente, un símbolo de unión, de encuentro, de solidaridad, de bienvenida. El hombre que extiende los brazos para abrazar al hombre.
Muchas novelas y películas fueron inspiradas por puentes: El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957); El puente de Waterloo (Mervin Leroy, 1940);Un puente demasiado lejos (Richard Attenborough, 1977); Los puentes del condado de Madison (1995); El puente (Bernhard Wicki, 1957);Un breve encuentro (David Lean, 1945); Las noches blancas (Luchino Visconti, 1957); El puente de los espías (Steven Spielberg, 2015), y muchas, muchas más.
Los puentes son las obras civiles más utilizadas por el cine. ¿De dónde procede esa fascinación? En su ensayo sobre los puentes en el cine, Chale Nafus intenta responder a la cuestión: “Muy pocas veces el personaje de una película cruza un puente solo para llegar al otro lado. El paso por el puente suele significar algún tipo de cambio, la transición a una nueva fase vital, la conexión con una persona nueva, o la confrontación con el peligro e incluso la muerte.” Nafus ha dado con la palabra clave: “cambio”. Una persona satisfecha no cambia, está parada, estática. Una persona en conflicto sí lo hace, está en movimiento. Otro axioma de la construcción cinematográfica sostiene que los protagonistas de una película no deben ser los mismos al principio que al final de ella. Tienen que aprender algo en su transcurrir por la pantalla, deben resolver los conflictos que les dotan de interés. Y los puentes son escenarios privilegiados para dramatizar esos conflictos y acelerar los cambios. Esos cambios, esa iniciación, esa epifanía que los transforma hondamente es característica del Bildungsroman, esto es, la novela del crecimiento, del pasaje de la juventud a la madurez, de la superación de las pruebas iniciáticas, tales los casos del Lazarillo de Tormes (anónimo), Wilhelm Meister (Goethe), David Copperfield y Grandes expectativas (Dickens), La educación sentimental (Flaubert) y, a su mágica manera, El Principito (Saint-Exupéry), entre otras.
Levantados sobre la nada, abocados al vacío, los puentes son territorio fantasmagórico, mágico, poético, y al mismo tiempo son construcciones artificiales que salvan un obstáculo, el más prosaico ejemplo del triunfo del ingenio humano sobre la naturaleza. Sea por magia o puro ingenio, los puentes se alzan frente a nosotros para demostrar que cualquier problema, por complicado que parezca, se puede resolver.
Como decía supra, en París hay treinta y siete puentes sobre el Sena, que se extienden a lo largo de trece kilómetros. No hay dos iguales. Cada uno fue una obra singular, excepcional e irrepetible. Cada uno tiene su perfil arquitectónico, su “personalidad”, su riquísima mitología, su historia, sus parejas de enamorados inmortales, sus poemas y sus suicidas. Los parisinos evitaron la reiteración, la fabricación en masa, el adocenamiento, lo que Jean Cocteau llamaba “el esperanto arquitectónico”: ese estilo de construcción universal, uniforme, indistinto, homogeneizado: cajones y más cajones. Por ello saludo y aplaudo a Francia, la noble y augusta nación de mis ancestros. Siempre la he amado, siempre la amaré: en ella se pierden los oscuros caminos de mi sangre.