La televisión nos desnuda

La televisión nos desnuda

Jacques Sagot, Revista Visión CR.

La televisión estadounidense detectó la disfuncionalidad de la vieja familia nuclear antes que cualquier estudioso lo hiciera.  La detectó (la “leyó” en el tejido social de la época) y usufructuó de ella como si de una mina de oro se tratase.

The famous Mister Ed | Geeks

En los años sesenta comienzan a proliferar diversas series con diferentes niveles de éxito, todas basadas en la crítica de la institución familiar.  Fueron una verdadera pandemia televisiva.

En “Mr Ed”, un esposo zoofílico prefiere hablar con su caballo que con su mujer.

En “Mi marciano favorito” la familia incorpora como uno de sus miembros a un extraterrestre.

En “Mi mujer es hechicera” y “Mi bella genio” las mujeres aparecen dotadas de brujiles poderes, y manipulan a sus esposos mediante sortilegios, frecuentemente dictados por una perversa suegra (¡perdón por el pleonasmo!)

En “The Munsters” toda la familia es teratológica: Frankenstein, el Hombre Lobo, Drácula, una vampiresa y una perfectamente normal colegiala rubia (percibida como la “aberración” del clan) configuran un núcleo familiar gótico, inspirado enteramente en las películas de terror de los tempranos años treinta.

Los locos Addams: historia de un rodaje accidentado | Cines Argentinos

En “Los Locos Adams” asistimos a una antología de extravagancias perpetradas por los miembros de una familia en la que la anormalidad es la norma.

En “Perdidos en el Espacio” la familia está perdida en diversos sentidos: no sabe en qué punto del cosmos se encuentra, y el pater familias (el capitán Robinson -alusión menos que sutil a la figura del náufrago Robinson Crusoe-) se ve constantemente desautorizado y burlado por un intruso y su robot: el cobarde, traicionero y maquiavélico doctor Smith.

En “El fantástico Hulk” tenemos a un tímido e introvertido Bruce Hulk, que se transfigura en monstruo de fuerza colosal cada vez que la ocasión demanda sus providenciales intervenciones.

A pesar de la ternura que hoy en día nos inspira, nadie puede negar que Pedro Picapiedra era un padre abusivo, vociferante, irascible, autoritarista, adicto al juego de bolos, y frecuente antimodelo ético de sus hijos.

Así fue el primer episodio de la historia de 'Los Simpson que acaba de cumplir 34 años de emisión

Las cosas revientan con los exitosísimos “Simpsons” (a los que me referí en texto reciente), la mejor caricatura, la más abarcadora y perceptiva panorámica de la cultura estadounidense a partir de los años noventa: padre vagabundo, pueril, glotón, perezoso, irresponsable, angurriento, enajenado por la publicidad televisiva; hijo no mejor que él; madre que hace lo que puede en medio de semejante infierno, y una magnífica niña -posiblemente afecta del síndrome de Asperger- que no recibe recompensa alguna por su excelencia académica, su brillante inteligencia y su madurez ética.  En el fondo de la cadena trófica, una bebé que solo al final de un episodio logra articular una palabra: “daddy”.  Ah, y casi lo olvidaba: un abuelo decrépito y narcoléptico confinado a un asilo.  Sus interminables historias autobiográficas no interesan a nadie.

Pero las cosas pueden empeorar: en “Padre de familia”, Peter supera en estupidez a Homero Simpson, y la violencia fermenta en el seno de la familia desde la demoníaca figura de Stewie, el bebé que trama constantemente la muerte de su madre, e ilustra a la perfección la imagen del niño polimorfamente perverso de que nos hablaba Freud.  ¡Con decirles que el personaje más culto, sereno y reflexivo de la familia es el perro Brian, que lee a los clásicos y se expresa con acento bostoniano!

LA CASA DE LOS DIBUJOS - Issuu

Luego viene “Familia americana”, otra serie de dibujos animados donde amén de un alienígena oculto, el grupo familiar esconde sórdidos pactos de agresión y represalia, todo dentro de un clima de asfixiante idiotismo e ignorancia.

“South Park” y “La casa de los dibujos” representan la última fase en el proceso de desintegración de la familia americana.

Estas series han triunfado porque en ellas, pese a la disfuncionalidad familiar que evidenciaban, siempre terminaban por prevalecer el amor y la ternura: la familia seguía junta, con todas sus aberraciones, vicios, asimetrías, injusticias y abyecciones.  Era imprescindible darle ese final a cada episodio: fue lo que los hizo rentables: una necesidad retórica y mercadotécnica.  Pero las fisuras de la estructura familiar y el magma incandescente que por ellas brotaba eran inocultables.

El trauma histórico de la derrota en Vietnam alertó a Hollywood de la necesidad imperativa de crear una estirpe de súper héroes, que de alguna manera restañaran la alicaída moral y la autopercepción de los estadounidenses.  Hijos de esta campaña son Rocky, Rambo, Chuck Norris, Van Damme, el “Terminator” de Schwarzenegger, los refritos de Superman, Hulk y Spiderman, Indiana Jones, el “vigilante” de Charles Bronson, Harry “el Sucio” de Clint Eastwood, y muchos otros paladines de comic book.

El increíble cambio físico de Sylvester Stallone desde Rambo

El problema es que todos ellos tenían familias, y eran doblemente disfuncionales, por cuanto es empresa asaz difícil ser hijo o estar casado con un macho alfa de estas características.  Ningún papá en la vida real puede competir con estos super hombres, super amigos, super héroes, super agentes, súper dotados übermenschen: Nietzsche se hubiera sentido orgulloso de ellos.  Y es así, en el terreno de la fantasía, como los americanos suturan las heridas narcisistas de su derrota bélica.

Todas las series televisivas mencionadas fueron (y muchas aún son) “blockbusters”, exitosísimas narrativas trenzadas a la urdimbre mitológica y patriótica que sostiene a los Estados Unidos.  Pero queriendo actuar como analgésico ante el desastre de Vietnam, también expusieron el podrido andamiaje que sustentaba a la familia clásica americana.  La televisión opera aquí como espejo involuntario de una realidad inquietante, tenebrosa, sobre la que nadie se atreve a hablar.  Abordan la crisis con risa, pero es la risa nerviosa de quien ríe sobre la cima de un volcán a punto de estallar.

Una cosa salta a la vista: la “familia Walt Disney”, la “familia Shirley Temple” son cosa del pasado.  Un fósil social.  Urge de pronto encontrar nuevas configuraciones sociales, nuevos esquemas de autoridad, plantearse la necesidad de revisar la política intrafamiliar, esto es, la estructura de poder vertical que hace del padre el opresor, y del resto de la familia los oprimidos.  Urge darles voz a los ancianos de la tribu.  Urge escuchar a los niños.  Urge sacar a la mujer de la cocina.  Urge que la niña menor deje de ser la voz menos escuchada y la persona más marginada del grupo.  Urge considerar la posibilidad de la familia monoparental, de la familia homoparental.  ¿Por qué?  Pues porque, como todos podemos ver, el anterior modelo fracasó.  Fracasó puesto que hubo de ser sustituido por modelos más lábiles, más flexibles.  Quienes consideran que un matrimonio gay es una monstruosidad, deben entender que ese “engendro” surgió de la venerable, respetabilísima familia antañona, que el barco no era tan fuerte como creían, que tenía resquebrajaduras, que hacía agua, que estaba condenado a ser evacuado.  Estaba habitado por el virus de su propia destrucción: su salud nunca pasó de ser una ilusión.  Reventó por razones endógenas, no exógenas.

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Es muchísimo lo que se puede aprender de la televisión.  No porque ella (enorme máquina de la imbecilización colectiva) se lo proponga, sino porque el mundo que nos ofrece informa, modela nuestra realidad, pero esta a su vez le da a ella su materia prima.  Entre la televisión y la realidad existe lo que Edgar Morin llamaría “una causalidad de tipo organizacional recursivo”, esto es, un vínculo circular: ambas se engendran recíprocamente.  El “entertainment” (ese que Pascal aborrecía) es lo primero que debe examinar un crítico de la cultura que quiera determinar el grado de salud de una sociedad en un momento histórico dado.  Dime de qué ríes, dime qué te divierte, dime qué te entretiene, y yo te diré quién eres y cuál es el grado de salud de tu psique.

El estadounidense invierte, en promedio, seis horas diarias frente al televisor.  El costarricense no baja de cinco.  Esta dieta basta para sospechar que algo anda mal en Disneylandia.  Y puesto que nosotros, costarricenses, nos alimentamos con el mismo régimen, ha de ser que también estamos enfermos desde la raíz misma del alma.  Una enfermedad ontológica, axial, que vicia nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.

 

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