Federico Paredes, analista agroambiental.
De los fenómenos que más les llama la atención a los biólogos, especialmente a los etólogos, es la migración animal. Son patrones de conducta previamente establecidos en su código genético y seguidos de generación en generación.
En nuestro Continente, una de las migraciones más llamativas y rutilantes, es la de las mariposas monarca, que viajan en otoño más de 4000 km desde Canadá y EUA donde se reproducen, hasta la parte central de México, para hibernar en territorio azteca, mientras el frio del invierno está en su máxima expresión en América del Norte.
En promedio vuelan unos 120 km por día desde agosto y llegan a México entre octubre y noviembre. El vuelo de regreso lo hacen en primavera, iniciando en marzo y sobre todo con días soleados y algo calientes.
¿Quién diría que un pequeño insecto de tan solo 10 gr de peso se atrevería a volar tantos miles de kilómetros hacia el sur en la misma época del año? Ahí es donde entra en juego la dinámica genética del ADN. No reciben clases de migración cuando están en sus primeros ciclos de vida, no ensayan o practican la forma de volar ni en qué dirección, no tienen equipos de rescate en caso de que una se quede perdida o que requiera ayuda, no llevan suministros alimentarios por si requieren suplir un faltante de comida, pero son capaces de hacer este fantástico recorrido desde el sur de Canadá hasta los Estados de México y de Michoacán.
La Danaus plexippus es su nombre científico, que quiere decir “transformación somnolienta”, en una clara alusión a esa característica de las mariposas de tener tres estadios vitales totalmente diferentes: larva, pupa o crisálida y estado adulto.
Dichos lepidópteros realizan este épico peregrinaje para escapar de esos crudos inviernos de Norteamérica ya que no soportan vivir en temperaturas por debajo de los 2 grados Celsius, es decir, dos menos que el punto de congelación, con lo cual llegan a disfrutar de las benévolas temperaturas templadas del centro de la república mexicana.
Lo triste de esta historia es que hacen semejante aventura migratoria y logran vivir unos ocho o nueve meses solamente, pero lo interesante es que las que hacen la migración son las que viven esos nueve meses, en tanto que las que no migran llegan a vivir aproximadamente un mes.
La organización mundial conservacionista World Wide Fund for Nature (WWF) en su capítulo de México, viene monitoreando hace 17 años este fenómeno en coordinación con organizaciones de las comunidades locales y con otras que hacen labores de educación ambiental y protección biológica en México, especialmente en la Reserva de la Biosfera de la Mariposa Monarca.
Como estamos enterados por otros miembros del Reino Animal, las monarcas están enfrentando serios riesgos en su ciclo de vida, por diferentes factores, dentro de los que se cuentan, el cambio climático, la deforestación (en los estado mexicanos mencionados) para dar paso a la agricultura y a la ganadería, la aplicación de agroquímicos como herbicidas y plaguicidas y la paulatina desaparición de una planta que es fundamental para estas mariposas, el “algodoncillo” (Asclepias curassavica).
En Costa Rica, a esta vistosa planta se le conoce como “viborana”. Por cierto, crece cerca de una orquídea terrestre llamada “Banderita española” (Epidendrum radicans), a una altura arriba de los 1500 msnm y en los farallones cercanos a las carreteras de montaña.
Sus colores recuerdan los de la bandera de España, rojo y amarillo; al crecer junto a la banderita española, la viborana o algodoncillo, logra captar la atención de agentes polinizadores y beneficiarse de esa vital acción para su sobrevivencia.
Ante el panorama sombrío de esos elementos negativos para las monarcas, las ONG que se dedican a velar por favorecer esta fantástica migración están trabajando con las comunidades locales y sus organizaciones de base, para enseñarles alternativas productivas como el cultivo de hongos comestibles, plantas medicinales, especias y otros cultivos no tradicionales; de esta manera, se minimiza el impacto sobre los bosques reduciendo así la expansión de la frontera agrícola y ganadera.
No sobra mencionar que el elemento Monarca, es todo un potenciador del turismo rural en esas zonas de México, que atrae cientos de visitantes tanto nacionales como del exterior. Y no es para menos, ya que ésta es quizás la migración más importante dentro de la Clase Insecta y una de las más relevante en el Reino Animal. Claro, hay otras muy populares como la migración de los ñus africanos o de los zopilotes (Coragyps atratus)en Latinoamérica que es un buitre conocido en Ecuador, Perú y Colombia como “gallinazo”, en Venezuela como “zamuro”o “urubú” y en México como “jote” o “nopo”.
Se han erigido varios santuarios para facilitar la observación de las monarcas en México, como el Ejido La Mesa en la Sierra Campanarios, el Ejido El Capulín en Cerro Pelón, el Ejido San Mateo Almolomoa en Piedra Herrada y el Santuario El Rosario en Michoacán. Lo cierto es que esta es una actividad de ecoturismo que deberíamos de hacer por lo menos una vez en la vida.