Mario Alberto Arguedas Ramírez, profesor pensionado.
Sorprendido quedaría Euclides si pudiera ver hoy cómo sus ideales “puntos” del plano son “pixeles” de colores en pantallas brillantes.
Claudi Alsina, matemático.
Un tendencioso chiste en línea señala:
¿Para qué necesitamos la escuela?
Dibujo: tenemos Paint
Geografía: está Google Earth
Historia: está Wikipedia
Educación Física: para algo existe la Wii
Música: está ares galaxi, iMesh, youtube, etc.
Lengua: ya sabemos leer y escribir y podemos practicar en Facebook
Matemática: ¿para qué existen las calculadoras?
En una era en que el mundo cambia de manera exponencial, la información fluye a borbollones y aceleradamente gracias a los avances tecnológicos y donde los niños y jóvenes tienen acceso irrestricto, en su gran mayoría, a dichas fuentes del conocimiento, se hace necesario que el docente se pregunte sobre qué, por qué, para qué, dónde y cómo debe abordarse el conocimiento a nivel escolar para obtener el mayor provecho de ello.
En el campo de la enseñanza de las matemáticas escolares debe abonarse la aparición de diversidad de máquinas, llamadas inteligentes, que ejecutan cantidad de acciones (cálculos o relaciones)con gran simpleza y rapidez, poniendo en entredicho la importancia del aprendizaje de procedimientos, mecanismos o algoritmos de solución.
Es así como personas versadas en el quehacer educativo proponen con gran acierto a los docentes, abrir espacios a esa gama de herramientas tecnológica y para ello enfocarse puntualmente en aquellos aspectos donde las máquinas no pueden hacer su aporte directo: la veracidad, interpretación y uso de la información; análisis de situaciones, capacidad de síntesis, creación de nuevo conocimiento, estímulo a la imaginación y creatividad, promoción de valores, desarrollo y fortalecimiento del arte y el deporte; en fin, todo aquello que le permite a las personas “ser bien” y no solo conocer.
Una máquina tecnológica tan elemental como lo es la calculadora permite al estudiante la ejecución rápida y precisa de los cálculos aritméticos básicos, por lo que es válido cuestionarse ¿qué importancia tiene que el docente dedique su tiempo a la enseñanza de dichas operaciones? ¿Por qué no enseñar a “apretar” ,en un medio electrónico, los botones pertinentes y así evitar errores, captar adeptos y ganar en tiempo?
Calculadora en mano resuelva el siguiente problema:
Un lápiz y un borrador valen 110 colones. El lápiz cuesta 100 colones más que el borrador.
¿Qué costo tiene cada uno por separado?
En la mayoría de los casos en que se propone este problema la respuesta ofrecida es 100 el lápiz, 10 el borrador. Si ese es su caso entonces queda claro que apretó mal los “botones” de su calculadora. Ante esta situación es frecuente escuchar la expresión “es que esta calculadora no sirve”.
El ejemplo anterior pone en evidencia que el empleo adecuado de una tecnología va más allá del hecho de “apretar botones”, implica leer, interpretar, analizar, resolver, comprobar, responder correctamente y para ello se requiere contar con un conocimiento básico, fundamental, riguroso; entenderlo, y por supuesto dominarlo.
Una propuesta alternativa
Tómese como modelo el caso de la enseñanza de las cuatro operaciones fundamentales, procedimientos que una calculadora ejecuta con inusual simpleza. Entonces por qué comprometer a los estudiantes con la ejecución “a pie” de algoritmos como los de la división, que tanta resistencia presentan, comprometiendo tiempo y motivación, cuando ellos tienen acceso fácil al uso de dicha tecnología.
Para ser consecuentes y no convertir a los estudiantes en “aprieta botones” pero tampoco alejarlos de una realidad tecnológica que los circunda y absorbe, se propone centrar la enseñanza en un conocimiento básico, fundamental y riguroso que favorezca su transitar por los caminos que dichas operaciones cruzan o bordean. Ello exige comprensión para que se muevan con flexibilidad y les brinde utilidad, pero además dicho saber debe contribuir en el fortalecimiento de aspectos claves de su personalidad como lo son la seguridad, el criterio propio, el disfrute, el reto personal.
Conviene tener presente que la Matemática es una disciplina que está en el currículo escolar, al igual que las demás materias o asignaturas, para coadyuvar en la formación integral del estudiante, permitiendo su desarrollo y el de su grupo social. Bien lo dice Séneca cuando sentencia:¿Qué importancia tiene que un hombre conozca lo que es una línea recta, si desconoce lo que es la rectitud?
Por lo tanto, es pertinente que en el caso de las operaciones fundamentales los estudiantes sumen y resten con rapidez y precisión en un ámbito de 0 a 18 y multipliquen o dividan con idéntica capacidad entre 0 y 81. Que en caso de sumar 9 + 8, la respuesta 17 no se haga esperar; que ante 16 – 9 la solución 7 sea inmediata, que 9 x 8 de un 72 casi reflejo, que 30 : 8 sea un 3 y sobran 6 dicho al momento. Que comprendan que aumentado es suma, que disminuido o diferencia es resta, que “veces” implica multiplicar, que “partes” exige dividir. Que se muevan en dichos ámbitos con soltura y gran dominio, para que cuando la calculadora llegue a sus manos la usen para confirmar resultados ya obtenidos o percibidos con cercana aproximación, o para ejecutar cálculos complejos o laboriosos asociados a hechos que son de su absoluto dominio.
Estudiantes que distingan si un precio es correcto y con gran propiedad dicten que 100 y 10 no pueden ser respuestas al problema en referencia del lápiz y el borrador porque en ese caso el lápiz costaría 90 colones más que el borrador y no 100, puesto que 100 – 10 = 90. Estudiantes que asuman el conocimiento, lo debatan, perfeccionen y utilicen en su mejora personal y la del grupo social al que pertenecen e influyen.
Pertinente es abordar ese conocimiento esencial, fundamental, riguroso, cimiente de cada una de las áreas de estudio de las matemáticas escolares.
Hacerlo con claridad, con visión didáctica, de fácil lectura e interpretación, retador, apegado a la realidad, a las exigencias de la época, donde el docente tenga claridad sobre el qué, por qué, para qué, dónde y cómo de la enseñanza y el estudiante descubra razones que lo motiven a aprender y con ello asistir al empleo razonado de las tecnologías, con un dejo armonioso de exigencia, satisfacción y afecto, cual sorbos del elixir de la razón.