Una barricada de idioteces… contra el tiempo

Una barricada de idioteces… contra el tiempo

Jacques Sagot,pianista y escritor

Esto se ubica -como sucede con frecuencia- entre lo patético, lo ridículo y lo grotesco.  Un grupo de señoras ha creado el neologismo “sexagencia” para aludir a una supuesta “segunda adolescencia”, que las féminas viven al entrar en la sexta década de sus vidas.  Esto atañe sobre todo a la esfera sexual de la conducta.  Las “sexagentes” vuelven a una especie de segunda edición de la fase de la curiosidad sexual, un segundo aire, una nueva primavera con el consecuente redespertar de los apetitos eróticos.

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Para ponerlo en términos propios de Pascal, un retoñar de la libido sentiendi.  Vuelven las fantasías de la adolescencia, las ansias de la adolescencia, la inquisitividad de la adolescencia, pero debidamente maceradas por la edad y la experiencia.

En realidad, sería un proceso más excitante y turbulento que la propia adolescencia, puesto que a las renovadas apetencias se suma un savoir faire sexual del que carecían cuando tenían quince años de edad.  Por supuesto, las sexagentes pretenden que esta bizarra involución está perfectamente probada por la ciencia.  Me alegro por ellas, pero resta saber qué hombres podrán estar interesados en esta peculiar analepsis existencial, cuando el mundo está lleno de jóvenes genuinamente frescas, primaverales y pletóricas de savia.

Otra imbecilidad à la mode: la noción de “adulescencia”: la palabra combina las nociones de adultez y de adolescencia en otro esperpéntico neologismo.  Esta regresión no es otra cosa que el “síndrome de Peter Pan”, el niño que se negó a crecer y siguió siendo eternamente una criatura de doce años de edad.  Se involucra en toda suerte de aventuras con piratas, hadas, sirenas, nativos americanos y mil otras criaturas.  Tiene el don de volar, y se desplaza a la velocidad de los sueños, generalmente para ir a buscar diversión en la mítica isla de Neverland, donde es el líder de los Lost Boys.  La sociedad moderna se tomó este cuento de hadas en serio, y ha prohijado ya varias generaciones de adultos puerilizados, infantilizados, carentes de madurez, de lucidez, de prudencia, de todos los atributos que vienen con la entrada en la adultez.  Este fenómeno es especialmente conspicuo en los Estados Unidos, pero como todo lo que brota de este país, ha dimanado hacia otras regiones del planeta.

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La puerilidad del “adulescente” deja en estado de orfandad existencial a los verdaderos niños y jóvenes del mundo, que ya no encuentran en los adultos figuras de autoridad y dignas de emulación.  Toda la cultura estadounidense está orientada hacia la satisfacción de antojos típicamente infantiles, así que el fenómeno es sobradamente rentable.  Los Estados Unidos de pronto se ha convertido en un parque de diversiones a lo Walt Disney World de casi diez millones de kilómetros cuadrados y 334 millones de habitantes.  Curioso mundo en el que vivimos, que insiste en tratar a los niños como adultos, y a los adultos como niños.  Temo que pagaremos un alto precio histórico por este tipo de aberraciones generacionales.

La infancia y la adolescencia son etapas del desarrollo humano psicofísico que existen para ser trascendidas, superadas, dejadas atrás.  Resulta trágico pretender involucionar hacia ellas, como si la vida fuese susceptible del recurso narrativo y cinematográfico del flashback o analepsis.  Y no: aceptenlo de una vez: la máquina del tiempo soñada por H. G. Wells no existe.  La psicología ha tipificado con gran precisión el llamado síndrome del puer aeternus : el eterno niño.  Es una patología severa, y mucho más diseminada de lo que podríamos suponer.

El término puer aeternus aparece en Las metamorfosis, obra épica del poeta latino Ovidio (43 a.C. – 17 d.C).  El escritor hace en ella alusión al dios-niño Yaco, un puer aeternus en toda regla, oficiante fundamental en la celebración de los misterios eleusinos.  Yaco, asociado a Dionisio y Eros, es también el dios de la vegetación, la resurrección, la divina juventud y las fuerzas regeneradoras de la vida.

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Carl Gustav Jung, en su psicología analítica (que toma distancia de Freud), establece que el puer aeternus tiene el rango de arquetipo, esto es, uno de los elementos estructurales primordiales de la psique humana.  El arquetipo antitético, el opuesto enantiodrómico o “sombra” del puer es el senex (que en latín significa “hombre viejo”), asociado al implacable dios Cronos.  Inversamente, la “sombra” del senex es el puer.  Vivimos en una sociedad puerilizada, que nos quiere niños, esto es, criaturas dependientes, hechas de ocurrencias, caprichos, antojos, irreprimibles deseos, berrinches y conducta indisciplinada e irracional.  Una cosa es ser child-like (como un niño), otra muy diferente ser childish (aniñado, infantiloide).  Por supuesto, todo esto está vinculado a la economía libidinal de la sociedad de consumo, que nos ha esculpido como animalitos eternamente deseantes, codiciosos, insatisfechos, hambrientos, salivantes, anhelosos de esto, lo otro, o lo de más allá.

No tiene caso intentar burlar al tiempo, hacer de él nuestro enemigo.  Bastante más sensato sería convertirlo en aliado.  Y, en efecto, es el tiempo quien nos ablanda, nos da ese tesoro que llamamos experiencia, refina nuestra sensibilidad, da hondura a nuestras almas, criba y separa en nosotros lo esencial de lo prescindible, y aun al sexo confiere una sutileza, una exquisitez, una inteligencia específicamente erótica de la que no puede jactarse un mozalbete de quince años o una adolescente de dieciséis.  Conviene pactar con el tiempo: no enfrentarlo, no demonizarlo, no exorcizarlo.  La vejez es uno de nuestros más preciados títulos de gloria: genera poesía, magia, nostalgia, ilusión, sabiduría, perspectiva, sentido de la justicia.  Resulta absurdo y grotesco tratar de negarla.

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