Venezuela secuestrada y de hinojos

Venezuela secuestrada y de hinojos

Jacques Sagot, Revista Visión CR.

Venezuela, país del sol, tierra amada, etimológicamente “pequeña Venecia”, el litoral que quemó con su belleza la retina de Cristóbal Colón cuando en ella desembarcó en 1498, la nación de las 580 orquestas sinfónicas (un modelo inspirado en el Programa Juvenil puesto en acción en Costa Rica en 1972, gracias a Guido Sáenz), el paraíso ecológico del Salto Ángel, de la Amazonia profunda, del lago de Maracaibo, de las 1 420 especies de aves (Costa Rica tiene 920), ese pedazo de cielo privilegiado por la naturaleza, la cultura y la civilidad de su gente, es un país secuestrado.

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Sí, rigurosamente secuestrado.  ¿Por quiénes?  Por una piara de malandrines, rufianes, cleptócratas, genocidas, gorilas, y estúpidos militares (¡perdón por el pleonasmo!)  Son pocos, y es fácil enumerarlos: Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino, los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, Tarek William Saab, Elvis Amoroso y Cilia Flores.  Añádanle a esos miserables unos cuantos altos comandantes sobornados por Maduro, y listo queda el cóctel, para ser disfrutado frío o caliente.

El narcodictador y criminal de lesa humanidad que hace actualmente las veces de dictador de Venezuela compró la lealtad de los más conspicuos jefes de las fuerzas armadas, y con solo eso ha logrado subyugar y silenciar a 14 millones de venezolanos: los 6 millones que votaron contra Maduro el 28 de julio de 2024, y los 8 millones que se han exiliado a fin de escapar a las garras del parafrénico, mentiroso, soez, cínico y cruel representante de ese comunismo petardero, bananero, tropicalón y pistolero que ha afligido a América Latina en años recientes.

Maduro perdió la elección por casi 4 millones de votos de diferencia (y eso sin tomar en consideración el hecho de que no les permitió a los venezolanos en el exilio ejercer el sufragio, y dificultó el acceso a las urnas en las regiones del país donde sabía que tenía menos apoyo popular).

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Si las cosas hubiesen sido celebradas en buena lid habría sido aplastado por una avalancha de 12, quizás 13 millones de votos.  Fue un landslide, una “majada”, una paliza “de padre y señor nuestro”. Aun así, el tirano se declaró vencedor, y colgó el sambenito de “fascistas” a todos aquellos que cuestionaran sus decretos.  Un pueblo saqueado, burlado, estafado, la voluntad mayoritaria vejada, reducida a la irrisión.  María Corina Machado (una mujer del calado de Antígona, Juana de Arco y Olympe des Gouges) fue declarada inhabilitada para aspirar a la presidencia de la república.  Edmundo González Urrutia tomó su lugar, y ganó de manera avasalladora.

Las manifestaciones de fuerza de la oposición alcanzaron magnitudes épicas: calles, avenidas, plazas y parques pululantes de cabezas en apretado racimo humano, todas exigiendo la salida del tiranuelo de zarzuelilla que sobre ellas posa su bota de genocida.  Maduro llama públicamente a María Corina “la demonia” (y no dudo que en su cabeza liliputiense en efecto pase por tal).  El carisma, el valor, la fortaleza, la convicción de esta mujer excepcional asustaron al simio con uniforme que tiene hincado a su país.  Fue la reacción típica del gamonal hegemonista, patriarcal y machista que abunda en nuestras latitudes.

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A la gesta de María Corina le faltó una cosa: tomar por asalto el cuartel Miraflores.  Este gesto hubiera, empero, costado ríos de sangre.  No deploro, por consiguiente, que se hayan abstenido de propiciar semejante holocausto.  Pero la verdad sea dicha, no había otra manera de defenestrar a un tirano que se reía de los resultados evidenciados en las actas electorales (74 % de ellas fueron recuperadas) y de la voluntad de todo un pueblo soliviantado.  ¿Habremos de concluir que a un salvaje de este jaez solo es posible derrotarlo con salvajadas, esto es, jugando su propio juego de sangre y tormento?  En Venezuela se practica la tortura, se encarcelan a los menores de edad, a las ancianas y a las mujeres embarazadas: todo eso forma parte de la maquinaria represora del sátrapa.  Son hechos perfectamente documentados.  Maduro debería ser puesto en manos de un juzgado internacional, y procesado como en su momento lo fueron los altos mandos de la Alemania nazi, y los generales de la dictadura militar argentina que cubrió a este noble país con su gélido sudario desde el golpe de Estado contra Isabel Martínez de Perón en 1976, hasta la tragicómica derrota en la Guerra de las Malvinas en 1982 (Videla, Viola, Galtieri, Nicolaides, Bignone, Farrel y Rawson, entre otros desalmados).  Este Armagedón dejó a la clase militar totalmente desprestigiada y propició la elección democrática de Raúl Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983.

Los mamarráchicos esperpentos que rigen al día de hoy los destinos de la ultrajada Venezuela constituyen una especie de troupe que es, a un tiempo, grotesca, perversa, risible e indignante.  Contrariamente a lo que su nombre sugiere, Diosdado Cabello no fue en modo alguno dado al mundo por Dios: es uno de los líderes del cártel de “Los Soles”, un corruptazo de magnitud sinfónica.

Diosdado Cabello a RFI: "Nicolás Maduro no va a renunciar. Resistiremos"

Vladimir Padrino honra la memoria de Vito Corleone, el padrino por antonomasia en la historia de la mafia siciliana.  Con su cara embadurnada de harina de arroz, Tarek William Saab parece un depravado Arlequín, o quizás más bien el pobre Cannio, cuando canta el aria “Vesti la giubba” en la ópera Pagliacci, de Leoncavallo.  Jorge Rodríguez es un homosexual de ático, que codicia el poder como mecanismo de compensación por toda la mofa de que sin duda ha sido objeto a lo largo de su enclosetada vida.  Elvis Amoroso no rinde homenaje a su apellido, siendo, antes bien, un ser lleno de odio y sed represora.  Por lo que a “Elvis” atañe, nadie podría estar física y espiritualmente más lejos del “Rey del rock and roll”: su rostro de sapo verrugoso en nada evoca al legendario “Elvis the pelvis”.  Ha ocupado absolutamente todos los puestos de gobierno concebibles, y además se ha encargado, de manera soterrada, de sofocar las libertades y derechos de los movimientos LGTBIQ.

Por poco se siente uno tentado a evocar a las marionetas de la Commedia dell’Arte de la Italia del siglo XVI, pero estos personajes eran encantadores: el único que por su siniestra apariencia podría integrar el gabinete de Maduro es el sórdido Pantaleón.  No, no mezclemos la Commedia dell´Arte en todo esto.  La verdad sea dicha, son personajes que parecen más bien sacados de la Walpurginacht de Mussorgsky, la Ronda de Sabat de Berlioz, los Caprichos y El Aquelarre de Goya, Las tentaciones de San Antonio de Grünewald, el Infierno del Bosco, o quizás, más apropiadamente, la película Freaks (1932) de Tod Browning.  Véanla, si pueden, y comprenderán por qué la traigo a colación.

El dictador tropical es una figura literaria que encontramos ya en Facundo (1845) de Sarmiento, y luego en Tirano Banderas (1926) de Valle-Inclán, El Señor Presidente (1946) de Asturias, La fiesta del rey Acab (1959) de Lafourcade, Yo el supremo de Roa Bastos (1974), El otoño del patriarca (1975) de García Márquez, y La fiesta del chivo (2000) de Vargas Llosa.   A esta egregia lista hay que añadir la incisiva sátira Oldemar y los coroneles (1951), de nuestro querido Alberto Cañas. Parece mentira, pero quién mejor supo plasmar la abisal abyección de este personaje tipológico fue Valle-Inclán (un español), y no un novelista o dramaturgo latinoamericano.

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Nicolás Maduro, intelectualmente muy por debajo de todos estos ficticios autócratas, e incapaz de suscitar el melancólico lirismo que algunos de ellos proyectan, es lo peor que le ha sucedido a la Vía Láctea desde su origen, hace aproximadamente 13 000 millones de años.  Con este imbécil glorificado me hago la misma pregunta que me inspira Homer Simpson: ¿qué es, en mayor grado: perverso o idiota?  Y sigo sin encontrar una respuesta satisfactoria.  Yo creía que para ser malo había que ser siquiera pasablemente inteligente, pero Homero Simpson y Nicolás Maduro han descalabrado mi hipótesis.  Ambos son tan estólidos y pazguatos como depravados.  Si solo fuese estúpido, sería ya suficientemente lamentable, pero es que Maduro es además inculto, ignorante, desinformado, chusco, obsceno y, por poco, ágrafo y analfabeto.  Un tunante, un fanfarrón, un cafre, en suma, un orangután en traje de fatiga o guayabera colorincha y chillona.

Uno de los temas de campaña de Donald Trump fue la dictadura venezolana.  Con las venas del cuello saltadas como un altorrelieve calizo de Etex, el actual inquilino de la Casa Blanca prometió que tan pronto asumiera el poder, Maduro sería defenestrado y perseguido por la justicia internacional.  Pero las cosas se complicaron.  Los magnates que están a la cabeza de las tres más pujantes empresas petroleras de los Estados Unidos (Chevron, Exxon y ConocoPhillips) son amigos cercanos de Donald Trump, y se cuentan entre quienes sufragaron su campaña.  El presidente juega golf con ellos cada vez que se aburre de decir enormidades en todos los megáfonos del mundo.  Estos tycoons reciben el crudo de Venezuela a precios irrisorios: jamás querrá Trump malquistarse con Maduro, cuyo único mérito habría consistido (¡qué calamidad para su pueblo!) en ser dueño de un país con dulces entrañas oleaginosas y gaseosas.  Una tierra grávida de petróleo será asediada, atacada, halagada o comprada a pedazos por el mundo entero.  El petróleo es, en estos casos, una bendición – maldición para quien lo posee.

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Venezuela está prendida en una triple telaraña: Estados Unidos, Rusia y China, de conformidad con la tripolaridad de poderes que configuran la geopolítica al día de hoy.  Tres fieras que quisieran destrenzar su carne, su mancillada soberanía.  A Maduro lo sostiene, íntegramente, su músculo militar.  Se atrincheró en un laberinto de túneles subterráneos en Miraflores, y apostó a su execrable soldadesca a las puertas de palacio.  Aunque José Martí sentenció “maldito sea el soldado que dispare contra su propio pueblo”, estos militarcillos venales, comprados, jalarán el gatillo cuando su dueño así lo ordene.  El pueblo lo sabe: una colisión frontal con estos miserables provocará ríos de sangre, y reeditará los arcanos horrores del Domingo Rojo, la Noche de San Bartolomeo, Guernica, la Masacre de Tlatelolco, la Primavera Árabe, la Primavera de Praga, el Terror Blanco, los Cien Días de Ruanda, la Degollina de la Plaza de Tiananmén, la Semana Sangrienta de París, y tantos otros genocidios que han dejado surcos profundos como fosas comunes en la piel del mundo.

Así que Venezuela, socia de los Estados Unidos en el mega-negocio petrolero, no será jamás invadida por el gigante del norte.  ¿Qué resta?  Pues las sempiternas sanciones económicas, la nalgada y el tirón de orejas que las grandes potencias le administran a todo aquel que diverge de ellas.  Nunca estaré de acuerdo con las atrocidades que tanto dolor le acarrearon a Cuba y a muchos otros países.  ¿Por qué?  Pues porque es el pueblo venezolano –los más desposeídos y marginados– el que sufre con las medidas punitivas de esta índole.  No sufre Maduro y su caterva de corifeos, no: sufrirá la gente de la calle, el vulgus pecum, la clase media y la clase proletaria de este empobrecido país que lo tenía todo para triunfar, pero desde 1999 (primer gobierno del demencial Hugo Chávez) está prostrado bajo la bota de déspotas bestiales y rupestres.

DOJ Nears Decision on Whether to Charge Blackwater Founder Erik Prince - WSJ

Durante algunas semanas se especuló con la posibilidad de que Eric Prince (buen nombre para un súper héroe de tiras cómicas), dueño del ejército privado –Blackwater– más inmisericorde del mundo, defenestrara a Maduro mediante un Blitzkrieg, una operación relámpago: como quien remueve un tumor maligno de un cuerpo colonizado por el cáncer.  Prince y sus hombres no son otra cosa que una manga de mercenarios.  Hombres que pelean en una guerra porque son pagados para ello.  En todas las conflagraciones de que el mundo guarda memoria han existido los mercenarios.  Son, en esencia, asesinos a sueldo.  No los mueve convicción política o social alguna.  Bertolt Brecht recreó a esta parasitaria especie en su obra Madre Coraje y sus hijos (1941), donde vemos la manera en que operan las hienas y buitres, en suma, los animales carroñeros cuando hurgan en los campos de guerra sembrados de cadáveres.  Eso es Eric Prince y sus admirablemente entrenados gorilas.  No, no, no: jamás hubiera yo aprobado que Venezuela fuese “rescatada” por este tipo de truhanes.  Es cosa que viola todas las fibras éticas de mi ser.  Prince ofreció sus “servicios” contra una suma estimada en cientos de millones de dólares, girados a Blackwater y sus filiales en el mundo entero.  No cabía esperar menos de un profesional tan sofisticado en el arte de invadir países, destruir patrimonio arquitectónico, incendiar ecosistemas y masacrar gente.

Al día de hoy, el presidente electo Edmundo González Urrutia, desprovisto de bíceps militares, se ha convertido en un segundo Juan Guaidó, quien en 2019 se consagró como un gobernante de papel, un jefe de Estado simbólico y puramente formal, carente de fuerza política por cuanto no tiene ejército.  Pienso en los generales y adalides de Maduro, y evoco la terrible sentencia de Clara Zachanassian, protagonista de La visita de la vieja dama, tragicomedia de Friedrich Dürrenmatt (1955): “Todo hombre tiene un precio: es cuestión de saber llegarle”.  Los esbirros de Maduro se vendieron relativamente barato, ni siquiera representaron una colosal erogación por parte del gobierno central.

400 years ago, philosopher Blaise Pascal was one of the first to grapple with the role of faith in an age of science and reason

El gran filósofo francés Blaise Pascal nos regaló una honda reflexión en su obra cumbre Les Pensées.  La justicia es un valor supremo, pero tiene el problema de ser una noción abstracta, un concepto, una elaboración intelectual y ética, el producto del sentir moral (porque se trata de una sensibilidad) de una comunidad en un momento histórico dado.  La fuerza, por otra parte (sea la del músculo, el dinero o las armas), es una magnitud cuantificable, mesurable, palpable, terriblemente tangible.  Entonces tenemos un ente de intelección (la justicia) y un ente físico (el poder).  Así las cosas, los hombres debieron haber puesto el poder (la fuerza) al servicio de la justicia.  Darle armas para que esta pudiese manifestarse en toda su plenitud.  Pero el animalito humano optó por la operación inversa: reconocer el poder, y declararlo, en virtud de su fuerza, inherentemente justo.  En otras palabras, toda fuerza es justa, porque de lo contrario no sería tal.   Es un razonamiento absolutamente incorrecto, de hecho, una falacia que calificaría dentro del tipo de paralogismo conocido como petitio principii (petición de principio): cuando una mera premisa (la justicia está siempre del lado de la fuerza) es asumida como corolario, como conclusión.  Y bueno, tal es el “argumento” del que se han servido todos los tiranos del mundo: “yo tengo el poder, por consiguiente encarno a la justicia”.  Tanto a la izquierda como a la derecha hemos visto siempre a los más despiadados autócratas servirse de este adefesio lógico para justificar sus abusos.  Maduro es demasiado estúpido como para entender lo que significa una “petición de principio”, pero eso no impide que la use de manera puramente instintiva, irreflexiva: es un automatismo psíquico de las personalidades parafrénicas y megalómanas.

Así las cosas, todos nos preguntamos: quo vadis, Venezuela?  La comunidad mundial (en particular Europa del oeste) ha censurado la abyecta tiranía del sátrapa, pero eso de nada sirve: todo se queda en el plano de los “pronunciamientos oficiales” hechos por cancillerillos a quienes nadie escucha ni conoce (y ese es, por supuesto, el caso de Costa Rica).  Me duele en el alma, Venezuela.  Su pobre gente sojuzgada desde hace ya 26 años.

El líder del Partido Popular español pidió "derrocar inmediatamente" a Nicolás Maduro y lo calificó de "sátrapa" y "tirano" - Infobae

Es preciso considerar un factor fundamental: el tiempo juega siempre a favor de las dictaduras.  Ya en Venezuela hay toda una nueva generación que nació, se educó y creció bajo la égida de Chávez y Maduro.  Nunca conocieron la libertad y la democracia, de modo que no la echan de menos.  Nadie puede sentir nostalgia o añoranza de un estado de cosas que jamás conoció.

Los futuros ciudadanos de Venezuela nacerán a la sombra del primate que los oprime.  Asumirán, por lo tanto, que ese es el “estado de natura” (Hobbes), que esa es la manera correcta y normal de vivir, que no existe otro modelo socio-político sobre la faz de la tierra.  No sentirán, por consiguiente, la necesidad de una ortopedia histórica, de enderezar todo cuanto es disfuncional en su país.  Cuando alguien nace con alguna enfermedad congénita no la percibe como tal, y no echa de menos una salud de la que nunca gozó.

La dictadura cubana es ya una venerable señora de 66 años de edad.  Tres generaciones han nacido, crecido, envejecido y muerto sin tener los menores alumbres de lo que es la libertad.  El reo que nace entre rejas no experimenta la necesidad del sol, el viento, la lluvia y el cielo sobre su cabeza.  Su mundo es su célula carcelaria: es justamente lo que representa el personaje de Segismundo en La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca.

Fidel Castro: un hombre que nació para destruir

Así pues, los tiranos saben que lo más difícil de jinetear es esa primera generación sojuzgada, que conoció las virtudes y los beneficios de la democracia, y por lo tanto sabe lo que ha perdido, y lucha por restablecerlo.  La situación de Venezuela es infinitamente más grave y desesperanzadora hoy que en 1999, cuando comenzó la pesadilla, con una libre elección en la que al pueblo le faltó discernimiento, cautela, precaución y cultura política.

Con el personaje fantástico del Flautista de Hamelín, los hermanos Grimm dieron con una magnífica alegoría del demagogo político.  Todo demagogo sabe tocar su flauta y embelesar a la gente.  Tiene poderes hipnóticos y mesméricos.  Es un hechicero, un juglar de la demagogia y la mentira.  Ese Flautista de Hamelín es Hitler, Stalin, Mao, Videla, Somoza, Trujillo, Castro, Chávez y muchos más: todos supieron llevar a sus pueblos hasta las márgenes del río, y ahogarlos sin piedad en sus cenagosas aguas.  Hemos de entender la parábola de los hermanos Grimm en toda su significación simbólica y alegórica.

En medio de su delirio, de su embriaguez con el poder, Hugo Chávez fue un buen flautista, un eficaz engatusador.  Maduro ni siquiera llega a ello.  Es por eso que debe emplear la fuerza bruta.  Como decía Unamuno a propósito de Franco: “vencerá pero no convencerá, gobernará pero no conquistará, porque para eso hacen falta dos calidades de las cuales carece: raciocinio y persuasión”.  La autoridad es una cualidad que se inspira naturalmente en la ciudadanía.

Presidente Hugo Chávez: Presente! – CONTEE

Cuando un jefe de Estado carece de autoridad, recurre al autoritarismo (¡cosa muy diferente!)  Este es indispensable en la justa medida en que aquel es deficitario.  Reinará por el terror únicamente aquel que no sea capaz de seducir y enamorar a su pueblo.  “¡Puesto que no me quieren, por lo menos témanme!” –es el implícito mandato de estos bravucones de cantina–.

¿La Organización de Naciones Unidas, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Internacional de Justicia, la Organización de Estados Americanos?  Pintadas en la pared, todas ellas.  Pasivas, abúlicas, inoperantes.  Hundidas, como toda toda mega-burocracia, en un océano de papeles, discursetes que nadie escucha y vanos códigos procedimentales.  El mundo de la futilidad, de lo prescindible, de las formas sin contenidos, de lo puramente simbólico.  Recuerdo el día en que, durante una reunión de la UNESCO en París, los Estados participantes desperdiciaron dos horas tratando de ponerse de acuerdo sobre cuál era el verbo más adecuado en el documento que conjuntamente elaboraban: ¿shall, might, may, should, will, must, could…?  Perdí mi exigua paciencia y tomé la palabra: “Señores, señoras: en el mundo una persona muere de hambre cada cuatro segundos: ¿cuántas creen ustedes que han perecido desde que dieron inicio a este estéril debate?”  No les resulté simpático, he de decir, pero abono a mi cuenta el hecho de que después de esta observación agilizaron el procedimiento.

No sé qué será de Venezuela.  Es un país que amo y al que he sido invitado a hacer música muchas veces.  Tiene un lugar que solo a él pertenece en lo más recóndito de mi corazón.  Quiero a su gente: entre ella se cuentan numerosos y muy buenos amigos.  María Corina Machado debería ser su líder y presidenta.  Como decían los argentinos a propósito de Evita Perón, “la santa laica y jefa espiritual de su nación”.

María Corina: “Edmundo luchará desde afuera y yo aquí”

Maduro debe ser juzgado por crímenes de lesa humanidad, y morir en una celda, sentado sobre el inodoro, como le sucedió al miserable de Jorge Rafael Videla, en el año 2013, después de varios años de reclusión.  Tal diríase que el rufián se defecó a sí mismo.  Es lo que merecen todos los déspotas del mundo, y los muchos que aspiran con llegar a serlo.  Dixit.

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