Luis Paulino Vargas Solís, economista y académico.
En enero, y con la usual fanfarria, Rodrigo Chaves emitió un decreto cuyo objetivo era reducir el precio de las medicinas.
¿Cómo se lograría el milagro? Estableciendo límites a los márgenes de comercialización: para las distribuidoras mayoristas, en primera instancia, y, enseguida, para las minoristas, o sea las farmacias, pero diferenciado, además, según categorías terapéuticas de las medicinas.
¿Se ha logrado el objetivo previsto? No. ¿La razón? Según Chaves es culpa de la maldad de alguna otra gente ya que, como siempre, jamás podría ser responsabilidad suya.
Pero, y como siempre, ese es solo otro cobarde ejercicio de escapatoria y negación. El caso es que el decreto debió ser redactado teniendo presente las condiciones de la realidad y las limitaciones que esa realidad impone. Solo así podría tener posibilidades razonables de lograr los efectos deseados.
Si Chaves y su equipo de inútiles no fueron capaces de anticipar y prevenir esas restricciones que impone la realidad, es enteramente su responsabilidad y de nadie más.
¿Qué falló? Se me hace que el problema podría estar en que dejaron suelto el primer eslabón: la importación de los fármacos, lo cual permite manipular precios -sobrefacturar se diría- para compensar cualquier límite posterior en los márgenes de comercialización.
Esa hipótesis adquiere mayor plausibilidad si recordamos que, en muchos casos, los importadores también son mayoristas y, encima de eso, además controlan, por medio de cadenas de farmacias, una parte importante del mercado minorista.
Para esa gente no hay pérdida posible. Muy distinto ocurre con las pequeñas farmacias independientes. Ese es el eslabón débil de la cadena y ahí recae el castigo de las pésimas decisiones de este súper inepto gobierno.
El problema de fondo es similar al que se presentaba con el arroz: un estructura oligopólica en el negocio de importación, que Chaves no se atreve a confrontar y, luego, al final de la cadena, el pequeño productor o la pequeña farmacia que, al cabo, son los que reciben el garrotazo.
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