Luis Paulino Vargas, economista y académico.
La pregunta tiene que ver con el posible resultado en las elecciones de 2026, pero va mucho más allá de eso. Podría ganar la presidencia y continuar siendo la primera minoría legislativa, pero eso no bastaría para evitar su derrumbe. Más aún, ese (relativo) triunfo electoral podría ser sus honras fúnebres, previo a la respectiva sepultura.
Hoy creo que cuenta con un activo del que careció en campañas electorales previas: un candidato que es un rostro fresco. Es, además, un hombre sensible, sumamente inteligente, que sabe escuchar, aunque ideológicamente tiende a ser un tanto confuso e inestable.
Esto último no es, necesariamente, un rasgo de su personalidad. O, a lo sumo, solo lo sería en parte. Puede que sea, sobre todo, resultado de las presiones que experimenta, ensanguchado entre una derecha liberacionista vetusta, que actúa como correa de transmisión de los intereses del gran poder económico, y sectores más progresistas que presionan por la recuperación de una agenda socialdemócrata seriamente comprometida con el Estado social y la justicia social.
Es, creo, un partido que, después de tres derrotas electorales consecutivas, sufre el problema de una identidad escindida. Intuyo que la cuestión tiene que ver, sobre todo, con un conflicto existencial no resuelto: la violenta contradicción entre el legado de sus fundadores y el desvío que experimentó en el período que arranca en 1984. Un desvío que implicó desconocer sus raíces y renegar de su herencia, hasta convertirse en una especie de maquinaria tecnocrática insensible y ajena a las realidades de la gente.

Un triunfo electoral de Ramos y del PLN no sería fácil, pero sí es posible. Y, en todo caso, seguramente deberá esperar a una segunda ronda para concretarse.
Pero, en realidad, es ahí donde empieza el verdadero desafío, y, con este, las interrogantes.
Porque ese gobierno estará absolutamente obligado a hacer lo que debe hacerse: trabajar por la justicia social. No hay más. Lo cual significa retornar sobre sus raíces socialdemócratas fundacionales, para renovarlas y potenciarlas: con firme sentido de fidelidad y, la vez, con amplia mirada de futuro.
Que lo logren, es muy otra cosa.
Los déficits de inclusión, justicia y equidad son abismales, y venimos arrastrándolos, en proceso de gradual agudización, desde hace muchos años. Con el gobierno de Rodrigo Chaves el deterioro se aceleró y agudizó. O sea: el problema era grave y ahora lo es mucho más.
Si un gobierno del PLN –liderado por Álvaro Ramos– no logra responder apropiadamente a tan morrocotudos retos, las consecuencias para el país serían terribles y, para el PLN, letales. Ahí se podría sellar su acta de defunción.